- Opinión
- 3 de abril de 2025
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Posverdad y Pedagogismo

Posverdad y Pedagogismo

Por un tema académico he tenido que reunir y examinar algo de bibliografía filosófica sobre la Posverdad, este fenómeno ético-político (o más bien deberíamos decir antiético y antipolítico) que nos está inquietando a todos menos a aquellos que se han convertido en maestros de su utilización. Uno de los libros más útiles a la hora de tratar de entender qué es la Posverdad, de dónde procede (porque tiene unas raíces claras) y cómo combatirla es Posverdad, de Lee McIntyre (Cátedra, 2023, Trad. de Lucas Ávarez). Lee McIntyre, entre otras cosas, es profesor de Ética en la Universidad de Harvard.
Pienso que su análisis de lo que hicieron las industrias Tabacaleras desde los años 50, reproducido luego por los falsos comités científicos dedicados a intoxicar los medios de negacionismo climático, así como el fenómeno del terraplanismo, pueden ayudarnos a comprender cómo nació el Pedagogismo entre nosotros y por qué resulta tan ardua la tarea de desenmascararlo y erradicarlo.
Lo primero que tendría que decir es que los astros de la Posverdad pedagogista hispánica empezaron a operar seriamente entre nosotros en una época que coincide casi exactamente con la eclosión de los dos fenómenos políticos que han culminado en la explosión de autoritarismo que padece Occidente en la actualidad: mientras una parte de la izquierda norteamericana se volvía antiliberal y utilizaba los modismos de la deconstrucción derridiana para proponer procesos de validación deconstructiva, entre 1990 y 2010, en España explotaba el progresismo posmoderno y empezaba su cruzada contra todo lo que sonase a Ilustración, enciclopedismo, educación especializada y estructura racional. El segundo momento de explosión posverdadera es la sustitución de los entramados liberales por las contraconstrucciones de extrema derecha.
La validación deconstructiva, nos explica McIntyre, parecida a una sospecha infinita, se dirige contra el concepto mismo de verdad, quedando tocada y hundida cualquier noción de autoridad científica. McIntyre no acusa a esa izquierda deconstructiva de haber alumbrado al monstruo de la Posverdad, pero sí admite que sin ese proceso previo de deconstrucción aplicada a la idea misma de Democracia (recordemos la crítica a la Ilustración de Foucault), seguramente la extrema derecha no hubiera comprendido tan rápido las posibilidades que le ofrecían los bulos virales para extender sus narrativas contaminantes.
En otras palabras: cuando la izquierda se volvió antidemocrática, nadie supo prever que la derecha se animaría a seguir el mismo camino. Y es aquí donde estamos ahora: a las puertas del triunfo del foucaultismo reaccionario. Es decir, parece que la izquierda focalizada sobre los relatos y no sobre las cosas dejó entrar la plaga autoritaria sin convertirse ella misma en una pulsión dictatorial, pero abriéndole la puerta. Apliquemos ahora esta interpretación a lo que nos sobrevino a nosotros a partir de 1990: ¿Cómo pudo ser que se impusieran con tanta facilidad el cinismo marchesista, las falsas promesas de la LOGSE invalidadas una y otra vez por todos los datos disponibles? ¿Cómo es posible que nuestras Leyes Orgánicas sigan autopercibiéndose como progresistas cuando a todas luces han generado el efecto contrario de lo que presentaban sus proemios y principios? ¿Por qué es imposible corregir racionalmente la política educativa española? Seguramente, el error que se debe admitir es tan inmenso que todos los implicados prefieren seguir manteniendo la cabeza dentro del hoyo, y huir de cualquier responsabilidad pública.
Ni se ha dignificado la FP, ni han bajado los niveles de desigualdad, ni los alumnos van más felices a clase, ni se ha acercado más la cultura al ciudadano medio… Y en cambio multitud de fundaciones, asociaciones y multinacionales regadas con dinero público han promocionado las políticas más irracionales, incomprensibles, escandalosas, antiacadémicas y antiilustradas posibles… La izquierda deconstructiva se ha entregado a las promesas de la derecha desreguladora, porque le daría demasiada vergüenza mirarse en el espejo.
¿Cómo ha podido suceder? Las Tabacaleras llenaron los periódicos y los televisores de anuncios que negaban que el alquitrán de los cigarrillos estuviera relacionado con el cáncer de pulmón, y más tarde un ejército de falsos científicos desde fundaciones sobornadas empezaron a desprestigiar sin piedad a los estudiosos que seguían los métodos de verificación científica en los más diversos ámbitos: sanidad, vacunas, clima, educación, geopolítica…
No hace falta que señale aquí a las corporaciones y gurúes que han propalado y consolidado las posverdades pedagogistas. En Cataluña hay quien dice creer firmemente que no se ha de enseñar a leer a los niños, que el boli rojo es opresor, que las tablas de multiplicar están anticuadas, que un aprendizaje “de la vida y para la vida” puede sostener un futuro ciudadano y laboral factible, que la enseñanza de idiomas oficiales es colonialista, que las cronologías perjudican a los significados éticos de los hechos históricos, y un largo etcétera. Todos hemos sido testigos de los excesos del ciberpopulismo, que producía pingües beneficios a determinados gigantes empresariales; todos hemos visto los prodigios más extraños porque, como nos muestra McIntyre, el sentido grupal es clave en los linchamientos de colectivos profesionales y la introducción de sometimiento ideológico a través de la aceptación de la falsedad, como ocurría hace siglos con el rigorismo protestante, las Inquisiciones europeas y las lógicas tribales que no aceptaban el disenso racional.
Para que una Posverdad triunfe, nos explica McIntyre, es necesario que los cínicos, los que no se interesan por ninguna verdad, los apóstoles del Relato, logren convencer a sus sometidos de que intentar averiguar y exponer hechos racionales es perjudicial para los intereses del Pueblo. Así justificaba Marchesi, hace 25 años, sus propuestas pedagogistas: él escribía que la LOGSE acercaría la cultura al Pueblo. ¿Pero quién acercaría los alumnos a la cultura? La cultura era una cosa sospechosa, una conspiración de malditos elitistas… Hoy se diría que los cultos son unos oscuros defensores de algo muy maloliente llamado “meritocracia”… McIntyre también nos recuerda hasta qué punto la revolución reaccionaria es una venganza contra los expertos metomentodos. Así comprendemos, por fin, la manía persecutoria de los pedagogistas para convertir a los transmisivistas, su necesidad patológica de que los alumnos y los docentes dejen por fin de pensar y de memorizar sabidurías intercambiables, para dejarse abrazar por las certezas cerradas del Ser, las identidades promocionadas por el Realismo Capitalista, los futuros cerrados y medidos del ciberconsumo, para el que sobran las matemáticas, la filosofía, los saberes estructurados, las Humanidades, las habilidades reflexivas, la mesura, la lentitud y las inquietudes que no pueden ser reducidas a datos comercializables.
Todos hemos presenciado esos linchamientos. Al profesor español se le ha llamado, desde facultades, ministerios y grandes periódicos: obsoleto, fascista, franquista, contrario a los derechos humanos, enemigo de la felicidad del alumno, engendro de extrema derecha, nazi, fósil, rojipardo… y se ha llamado a su reeducación y remodelamiento competencial.
Marchesi era más moderado y hacia el año 2000 hablaba de profesores “conservadores”. La Posverdad pedagogista inmadura aún guardaba algún resto de respeto. ¿Cómo hemos permitido esta barbarie? Cuando la Tecnocracia se propone extender Posverdades a los cuatro vientos, el resultado es un deterioro rápido del estilo deliberativo connatural a las democracias. McIntyre expone con total claridad el proceso según el cual se pasa de confiar en el experto (es decir, el profesor) a otorgar toda la credibilidad al charlatán, es decir, al gurú, primero el telepredicador y luego el influencer: el hacedor de realidades y teorías paralelas. Hemos sido cobardes sin duda. McIntyre nos ayuda a entender al profesional que se corrompe porque acepta las posverdades autoritarias que dicta quien le proporciona el sueldo, al profesional que se somete. Al mito de la Hiperaula, al mito de la Atención Individualizada con 250 alumnos, el alumnocentrismo, a la educación con el corazón y tantas otras posverdades repetidas hasta la náusea.
Si hay que decir que los niños no transmiten un virus, y luego todo lo contrario, se dice y tan campantes. Si se ha de decir que las evaluaciones externas son un fraude total, se afirma y listos. Si hay que afirmar que una aplicación con IA ha de sustituir a los libros de lectura y a los docentes, se afirma y se queda el gurú tan satisfecho. Por no hablar de la amenaza de retirar a los profesores “inadaptados” y otras lindezas políticas, como el esperpento salvífico organizado en torno a las omnipresentes Competencias, que ni siquiera proceden de la bibliografía pedagógica. Parece que la aceptación de la imbecilidad es el nuevo Pacto Feudal en la época del capitalismo tardío. El pedagogismo ha ensayado todas las tretas psicológicas y mercantiles imaginables para doblegar a los malvados profesores y obligarles a creer en una verdad paralela pedagogista. Una gran Posverdad redentora que no aguanta ni el más mínimo contraste con la realidad social del país.
Cualquier atisbo de duda ante el proceso de privatización y desmoche mental era automáticamente acusado de reaccionarismo apocalíptico. Ha vencido la Posverdad pedagogista por incomparecencia de resistencia científica. ¿Hasta cuándo durará esta situación? ¿Tendremos que llegar al extremo del presidente Trump, que directamente cierra la Agencia de Bibliotecas y el Departamento de Educación? ¿Qué es mejor, un ministerio y unas consejerías instaladas en la contaminación mediática patológica o el cierre dictatorial del Ministerio de la Verdad? ¿Dejamos que un Trump nos cierre el garito o nos proponemos empezar a limpiarlo, por fin, de terraplanismo trilero? ¿No precederán las reformas competenciales al cerrajazo ultrapopulista? Lo que sí sabemos es que nuestras instituciones son tan ignaras que no resultaría impopular su eliminación. Sabemos que la degradación ex profeso de un servicio público es el primer paso para su gentrificación o privatización. ¿Para cuándo una Función Pública fuerte, libre de linchamientos mediáticos, y que se atreva a reconstruir un sistema educativo público racional y emancipador, sin recetas populistas? El tan cacareado Máster de Secundaria no será más que otra privatización del acceso a la profesión docente. Llenaría las arcas de algunas “universidades” mientras que el Pedagogismo alcanzaría su triunfo más preciado, la joya final: la tribuna definitiva para someter el profesorado más sospechoso a la Posverdad pedagogista. ¿Cuándo restauramos la Razón académica frente a la Posverdad economicista y ultrautilitaria?
Fuente: educational EVIDENCE
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