- Opinión
- 9 de septiembre de 2024
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El trabajo por proyectos
El trabajo por proyectos
O cómo pasar de los currículums y desorganizar las clases
Pedro López Tolosana
Nos encontramos en un instituto cualquiera. Los profesores de matemáticas de tercero deciden impartir una lección basada en la metodología del trabajo por proyectos. Los alumnos investigarán por sí mismos cómo descubrir el precio de una receta de magdalenas, ya que en votación resulta que este producto alimenticio es el más motivador para la mayoría. Como no acaban de verlo claro, primero les explican cómo irá la actividad, y les hacen una explicación de los cálculos e incluso un Power Point, por si acaso los jóvenes investigadores se dispersan. Una vez que parece que ya lo han entendido, van al mercado en busca de información sobre los precios, donde tendrán que calcular cuánto les costará en función de los ingredientes que necesitan. Uno de los grupos encuentra una dependienta que se enternece al ver perdidos a los alumnos y les resuelve ella misma el problema. Vamos, no era eso de lo que se trataba. Otro grupo, que no tiene tanta suerte, disciplinadamente copia los precios de los ingredientes en un papel, pero no toma el peso de los paquetes. Quizás no lo habían entendido tan bien. Hay otro grupo que tiene más claro su plan de acción, se van a un super que hay debajo del mercado y se cargan de golosinas.
El profesor encargado administra la situación como puede, no queda demasiado bien que una parte de una clase de matemáticas consista en comprar golosinas. Tras la motivadora acción que se les ha alargado un poco entre pitos y flautas, llega el momento de poner la cosa en práctica. ¿Y esto cómo se hace? Es la pregunta más repetida, pues desde la explicación del Power hasta ahora ha pasado demasiado tiempo como para que nadie lo recuerde. Los profesores deciden facilitar la fórmula, porque si no allí no calcula nadie, y al final, los alumnos más espabilados consiguen averiguar cuánto tendrán que pagar por hacer esas magdalenas. La profesora que dirige toda la actividad, decide hacer ella misma las magdalenas, para redondear de alguna manera todo ello con buen rollo. Con curiosidad le pregunto a la profesora en cuestión qué opina de su actividad. Según ella, una lección que podía hacerse en dos días la hicieron en cuatro, y los resultados fueron más bien escasos. Dice que se lo han pasado bien, eso sí, y que de vez en cuando enjuagar la niebla va bien. Otra cosa es la proporción tiempo-aprendizaje, que dice que mejor no mirarla. Como uno de los objetivos de esta metodología es conseguir que los aprendizajes queden más consolidados en la memoria, le pregunto si cree que lo van a conseguir, y ella lo tiene claro: de sus magdalenas se acordarán.
De las concepciones erróneas detrás de la idealización del aprendizaje por proyectos, vale la pena destacar dos. La primera, acompañada de la perniciosa denigración de las clases magistrales concomitante, es la idea de que los niños están inactivos cuando escuchan o miran al profesor. Nada más lejos de la realidad. Siguiendo esta teoría, los oyentes de los programas de radio son seres pasivos a los que se les ponen conceptos en su cabeza, siendo incapaces de coger aquella información y valorarla, seleccionarla, descartarla, o emocionarse, cabrearse, alegrarse, etc. Esta concepción sólo pasa por alto el pequeño hecho de que la actividad cognitiva es invisible. Quieto no significa inactivo cognitivamente.
La otra, es que realizar ejercicios repetidos sobre cualquier área de conocimiento no es innovador y por lo tanto no funciona, y hace que los alumnos odien la materia. Comparamos el episodio anterior con otro protagonizado por uno de esos maestros republicanos que tuvieron que montarse academias para poder ganarse la vida una vez expulsados del sistema público. Un señor de setenta años que asistió a sus clases explicaba que “primero aprendíamos la mecánica de memoria, con cancioncillas, y poco a poco entendíamos el porqué,” y añade “no se puede pretender empezar por entenderlo todo de golpe”. Según él, ese maestro muchos días se quedaba sin almorzar con alumnos castigados o corrigiendo exámenes. En clase era exigente, hacía repetir las cosas hasta que se aprendían. Él, como alumno avanzado, le ayudaba hasta las diez de la noche a corregir ejercicios. Cuando el señor cambió de pueblo, de residencia, y fue a otra escuela, el nuevo maestro llamó a su padre. Tenía ocho años y sabía realizar ejercicios que hacían los alumnos de catorce. Parecía ser, que aparte de las capacidades del alumno, las canciones repetitivas habían funcionado bastante bien. A la pregunta de los resultados de esa técnica, nuestro señor en cuestión respondió que “toda la clase salió con carreras técnicas”. Y mira por dónde, «todos aquellos alumnos conservamos siempre un buen recuerdo de ese maestro».
Fuente: educational EVIDENCE
Derechos: Creative Commons
1 Comments
Buen artículo. Ojalá más profesores se animasen a escribir.