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  • 4 de junio de 2025
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Recordando a Rodolfo Llopis, pedagogo y político del siglo xx

Recordando a Rodolfo Llopis, pedagogo y político del siglo xx

Recordando a Rodolfo Llopis, pedagogo y político del siglo xx

Rodolfo Llopis en un congreso socialista en Ámsterdam en 1963. / Wikimedia. Autor: Harry Pot – Nationaal Archief

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Soledad Bengoechea

 

En unos momentos en que la sociedad española participa activamente en el debate sempiterno sobre cuáles deben ser las características y formulaciones del sistema educativo, resulta útil evocar la figura de Rodolfo Llopis Ferrándiz, pedagogo, dirigente socialista y masón. Una de las personas más influyentes a nivel educativo en nuestro país, especialmente durante la Segunda República. Ahora, cuando ya ni él (ni lo que significó) suponen peligro para nadie, es posible llevar a cabo una revisión tranquila, objetiva, científica, de su vida y de su obra.

Llopis nació un frío 27 de febrero de 1895 en la población alicantina de Callosa d’en Sarrià. Tres años más tarde, la familia fijó su residencia en Alicante, donde permaneció hasta que Rodolfo finalizó sus estudios de maestro en la Escuela Normal de esa ciudad.

Llopis hacia 1913. / Wikimedia

En 1911, el trabajo de su padre, sargento de la guardia civil, condujo a la familia a Madrid. En la capital, Llopis tuvo la suerte de entrar en contacto con representantes de la prestigiosa Institución Libre de Enseñanza. Al año siguiente, fue como lector de español a la Escuela Normal de Auch en Francia. Más tarde, ingresó en la Escuela Superior de Magisterio de Madrid, en la sección de Letras, donde tuvo la oportunidad de relacionarse con Manuel Bartolomé Cossío y con Luis de Zulueta. En 1917 se incorporó a la Unión General de Trabajadores (UGT). Pronto recibió el encargo de revitalizar la Asociación y hacer de ella un sindicato de ideología socialista. Este sindicato pasó a llamarse más tarde Federación de Trabajadores de la Enseñanza (FETE). Llopis fue su fundador y primer presidente. Dos años después, finalizó sus estudios y llegó a ser Secretario General de la Asociación General de Maestros fundada en 1912.

Poco después, la ciudad de Cuenca se convirtió en su primer destino docente. El año 1919, allí fue nombrado profesor de la Escuela Normal, donde impartiría clases de Geografía hasta noviembre de 1930. Con 26 años ya era secretario del centro, en el que estaba actuando con ánimos renovadores del sistema pedagógico vigente hasta esos momentos, de manera especial en el terreno de las actividades prácticas que dirigía a sus alumnos, con visitas a los espacios geográficos próximos a la ciudad o excursiones formativas a Toledo, Madrid, Guadalajara, Alcalá de Henares y El Escorial, experiencias hasta entonces desconocidas en la Normal de Cuenca.

Fue entonces como, poco a poco, se fue introduciendo en la masonería. A partir de 1923, acudió a Madrid para participar en las reuniones de la Logia Ibérica, n.º 7, del Grande Oriente Español. En esa misma ciudad, junto a otros republicanos que trabajaban en La Lucha, «periódico defensor de la clase obrera», participó en la exclaustración de dos monjas retenidas en un convento por las autoridades eclesiásticas. Esta actividad de los «libertadores» tendría ciertos puntos de contacto con la obra de Galdós, Electra, nombre que acabaría recibiendo el triángulo masónico fundado por él en la ciudad. Bajo su dirección, los masones conquenses fundaron, el 11 de febrero de 1930, un periódico llamado precisamente Electra. Se publicaron 36 números y en ellos escribieron catedráticos y profesores como Juan Giménez de Aguilar o el mismo Rodolfo Llopis, entre otros. Su actividad como masón se debilitaría más tarde, al ocupar durante la Segunda República el cargo de director general de Primera Enseñanza. Después, en el exilio, retomaría las relaciones con logias en Francia, pero con menor intensidad que en aquellos primeros años.

En el año 1925 se le presentó a Llopis otra oportunidad: la Junta para la Ampliación de Estudios le concedió una beca. Ello le permitió viajar durante un año por países como Francia, Bélgica y Suiza para conocer “los sistemas de organización de las escuelas normales y la moderna concepción geográfica, desde los problemas de contenidos hasta los puramente metodológicos”. Durante ese tiempo conoció a los geógrafos más ilustres de esos países y pudo acudir a los cursos de Brunhes en el Collège de France, de De Martonne, Gallois y Demangeon en el Instituto de Geografía de París, de Blanchard en el Instituto Alpino de Grenoble, de Burky y Chaix en la Universidad de Ginebra, de Hegencheid en Bruselas y de Michotte en el seminario de Geografía de Lovaina.

Entre 1927 y 1929, al mismo tiempo que ejercía de profesor en la Escuela Normal de Cuenca, se introducía en la vida política nacional, con cargos de responsabilidad en la Administración del Estado. Así logró aplicar sus experiencias docentes y a ensayar los principios metodológicos que había aprendido como seguidor de la Institución Libre de Enseñanza (en especial, la vinculación con la naturaleza, el aire libre, el respeto por el patrimonio heredado, teoría que practicó con sus alumnos, a los que enseñó a amar y conocer la tierra en que vivían). Durante varios años dirigió la revista mensual Escuelas Normales (1923-1936).

En 1928 se le presentó la ocasión de viajar a la Rusia soviética. En Moscú acudió al Congreso Panruso de Trabajadores de la Enseñanza, publicando a su regreso el libro Cómo se forja un pueblo: la Rusia que yo he visto.

Inquieto como era, siguiendo los principios educativos de los institucionistas, se puso al día de los métodos y tendencias modernas de enseñanza, inclinándose por la Escuela Única, que más tarde conceptuaría como “Escuela Humana”, siguiendo las pautas marcadas por las Corrientes más progresistas: Decroly, Dottrens, Ferrière, Claparede y Kerchensteiner. También conoció profundamente el pensamiento de Angelo Patri, al que dedicó su primer libro titulado La escuela del porvenir, según Angelo Patri.

Pero, sin duda, su rasgo político-pedagógico más sobresaliente está vinculado a su nombramiento como Director General de primera Enseñanza durante la Segunda República Española, una República que llegó un magnífico 14 de abril de 1931 y que tenía, como una de sus finalidades básicas, conseguir colmar el país de escuelas. Por ello no resulta extraño que tres pedagogos, Marcelino Domingo, Domingo Barnés y Rodolfo Llopis pasaran a ocupar los cargos más importantes en el tema de la enseñanza. Como Director General de Primera Enseñanza desde 1931 a 1933, Rodolfo Llopis puso en marcha reformas educativas y dotó a la República de la mejor generación de maestras y maestros que este país había tenido nunca. Como cuestión prioritaria, establecío la creación de escuelas. Por otro lado, Llopis, que tenía el convencimiento de que el profesorado era el verdadero artífice de toda reforma educativa, dispuso la creación de 7000 plazas de maestros a través de un Decreto Ley. Cuando abandonó el cargo, escribió una conocida obra, La revolución en la escuela, donde describió con un minucioso detalle el trabajo llevado a cabo en este tiempo ministerial, en el que se habían abordado los principales aspectos del programa educativo republicano. Y en 1934 escribió Hacia una escuela más humana, en el que expuso su ideario pedagógico, muy influenciado por la Institución Libre de Enseñanza, convencido de la importancia de la educación para transformar una sociedad. Llopis optaba por una escuela única y laica, y por la implantación de la escuela rural como modelo de la renovación pedagógica que veía necesaria en nuestro país.

En la difícil coyuntura del inicio de la Guerra Civil en 1936, Llopis fue nombrado subsecretario de la Presidencia, con el ugetista y socialista Francisco Largo Caballero. Fue contrario al gobierno de Juan Negrín y denunció el acaparamiento de poder por parte del Partido Comunista de España (PCE). En 1939 se exilió en Francia, donde residía su esposa, francesa, Georgette Boyé, profesora de Instituto. Sobre su llegada a Francia, Llopis comentaría que: “A las doce sale un tren para Toulouse. Marcho a la estación. A las cinco de la tarde del domingo 5 de febrero entraba en mi casa de Albí, donde mi mujer y mi hijo me aguardaban con ansiedad. ¡Comienza el exilio!”. Además de su labor política, desarrolló allí también una gran actividad pedagógica, siendo fundador y primer presidente de la Liga Internacional de la Enseñanza, y posteriormente, presidente de honor.

Ya iniciada la dura Posguerra española, el Sindicato Francés de Maestros y la Federación Internacional de las Asociaciones de Maestros, organizaron un comité de ayuda a los profesionales de la enseñanza refugiados en el país galo; a Llopis se le confirió la presidencia. Al iniciarse la Segunda Guerra Mundial y caer Francia en poder del ejército alemán, estuvo confinado en diversas localidades de residencia forzosa, entre ellas Le Chambon le-Château (1941). Tras la liberación de aquel país, en 1944, se convocó en Toulouse un congreso de los socialistas españoles en el exilio, en el que Rodolfo Llopis fue elegido secretario general por unanimidad, cargo que ocupó durante treinta años. Era citado como “Sebastián” en la correspondencia con las organizaciones socialistas del interior. Poco después, los miembros de la UGT lo eligieron vicepresidente del sindicato. Se iniciaba así la recomposición del PSOE.

El XIII Congreso de ese partido fue el último de los celebrados en el exilio. Se convocó para los días 11, 12 y 13 de octubre de 1974 en el teatro Jean Vilar, de la localidad francesa de Suresnes. Este congreso  supuso una ruptura formal con la dirección compuesta por los líderes históricos encabezados por el secretario general en el exilio, Rodolfo Llopis.  Los asistentes se decantaron por la renovación que representaba un grupo de jóvenes entusiastas que provenían del interior y que consideraban necesario prepararse para un futuro que se preveía inmediato. En este grupo estaban Felipe González, Alfonso Guerra, Manuel Chaves, Nicolás Redondo y Enrique Mújica entre otros.

Pero Rodolfo Llopis no se rindió y volvió unos días a España para presentarse a las elecciones de 1977 como candidato al Senado por la provincia de Alicante, aunque no obtuvo acta; y entonces regresó a Francia.

A lo largo de su fecunda vida, Llopis escribió otros libros sobre política y pedagogía, así como numerosos artículos periodísticos.

Rodolfo Llopis murió en la ciudad francesa de Albí en 1983, a los 88 años. En palabras de su hijo “vivió dos vidas y media. En la primera fue maestro porque pensaba que sólo la educación podía hacer posible una sociedad más justa; por eso gestó y ejecutó durante la República la mayor reforma de la enseñanza jamás conocida hasta entonces en España. Su segunda vida fue la del exilio francés y la dedicó a mantener vivo y resistente el socialismo español para combatir desde Europa y con la política al régimen de Franco. Ya anciano, Llopis fue apartado por los jóvenes de su partido poco antes de que pudiera regresar a España; un regreso fugaz que vivió con alegría y escepticismo”. Este gran hombre, hoy prácticamente olvidado, está enterrado en esa ciudad francesa.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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