Introducción a Ortega, de Paulino Garagorri

Introducción a Ortega, de Paulino Garagorri

Pequeños libros olvidados de filosofía, 3

Introducción a Ortega, de Paulino Garagorri

Introducción a Ortega, de Paulino se publicó en 1970. / Destino ediciones

 

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Andreu Navarra

 

Paulino Garagorri se sentía discípulo de Ortega y Gasset hasta tal punto que intentó hacer un “Pierre Menard” con las obras de su maestro y, solo tres años después de su muerte, no desaprovechaba la ocasión para ofrecer en el Aula de Cultura de la Universidad de Madrid un cursillo denso y bastante completo sobre las ideas fundamentales del autor de España invertebrada. La primera versión de ese texto se publicó en 1958 con el título de Ortega, una reforma de la filosofía, y en fervor orteguiano le tocó competir con el de Julián Marías, quien llevaba ya tiempo ordenando los materiales inéditos de Ortega y escribiendo sobre él. Para Marías la ‘Razón Vital’ orteguiana era también palabra definitiva, pero conservó cierta personalidad estilística; lo de Garagorri es impresionante, podríamos decir que quiso ser Ortega, su propia voz, y utilizar su propio cuerpo y su pluma como médiums para que siguiera hablando el Fundador a través de sus modismos, adjetivos y ejemplos.

Efectivamente, podemos reconocer el idiolecto orteguiano en este ciclo de conferencias que luego, en 1970, junto con otros dos textos menores, constituyó Introducción a Ortega (Alianza). Con quien realmente compitió en didáctica sobre Ortega fue con Ferrater Mora, que dio a la imprenta Ortega y Gasset: an outline of his philosophy en 1956, y luego su traducción española: Ortega y Gasset. Etapas de una filosofía (Barcelona, Seix Barral, 1958).

Garagorri y Ferrater, con objetivos idénticos, escribieron libros totalmente distintos. Digamos que Ferrater dibujó una línea recta y, en cambio, Garagorri una serie de evoluciones en espiral. Si uno quiere aprender cómo se fue produciendo la evolución del pensamiento orteguiano, con un cómodo y pedagógico y clásico esquema tripartito, ha de echar mano al cuaderno de Ferrater; si, por el contrario, quiere ver a alguien filosofar como lo hacía Ortega, es decir, zambullirse en el apogeo o clímax teórico de su sistema, lo mejor es que se adentre en las maniobras y parábolas de Garagorri. El texto de Ferrater es más lineal. El de Garagorri, que colaboró en unas primeras Obras Completas de Ortega con vocación real de que fueran realmente completas y ejerció de secretario de Revista de Occidente en su segunda época, se fija fundamentalmente en dos libros mayores de su maestro: El tema de nuestro tiempo (1923) e Ideas y creencias (1940), con menciones de En torno a Galileo (1933), aunque la estructura en espiral y el aire general de su curso, es decir, el formato, se emparente más con el monumental ¿Qué es la Filosofía? (1929).

Hay una serie de ideas sobre Ortega que a Paulino Garagorri le interesa mucho subrayar, y que repite con frecuencia desde el principio de su libro: “Las innovaciones filosóficas suelen consistir en hallar nuevas soluciones a los problemas planteados, pero cuando lo nuevo no es una solución más sino un planteamiento que desplaza los términos del problema y lo remite a otro horizonte, nos hallamos ante una reforma de la disciplina: es el caso de Ortega” (pág. 11). Marías iba mucho más lejos, y su Historia de la filosofía culminaba en la filosofía de Ortega y Gasset como superación de todo lo anterior y anuncio de una nueva época.

Garagorri estaba de acuerdo: Ortega fue el más grande pensador en español de todos los tiempos, con una proyección internacional inédita, porque había conseguido superar el divorcio entre Razón y vida humana, una separación dramática que había cruzado el pensamiento europeo desde el poema de Parménides.

Esta nueva época había de encarnarse en una “Facultad de Cultura” que señorease sobre todos los estudios técnicos y humanísticos, diseño orteguiano esbozado en Misión de la Universidad (1930)  que Garagorri quiso identificar con el Aula de Cultura en la que él mismo estaba hablando. Este tipo de alocuciones performativas eran muy habituales en Ortega, y de hecho cuando se le caricaturizaba se echaba mano de ellas para hacerle hablar del teatro en un teatro, o del concepto de aula en un aula. El discípulo, además, entendió muy bien la interconexión entre las “creencias” y las “ideas”, conceptos a los que dedica la parte final de su cursillo: “La filosofía surgió en el ánimo de algunos hombres cuando se sintieron en desvío respecto a las creencias entonces vigentes, y tuvieron la audacia incomparable de atreverse a sustituirlas por otra nueva” (pág. 23). El pasado es casi imperceptible, porque modela nuestras acciones en forma de creencias adoptadas que forman un piso: sobre ese piso hay que integrar las nuevas ideas, ancladas en la historia pero dotadas de perspectivas nuevamente dinámicas.

El hombre está hecho de historia, de los intentos pasados por sobrevivir: “Si la naturaleza nos fuese enteramente hostil, el hombre habría perecido como especie; si nos fuese enteramente benéfica, viviríamos abandonados plenamente a su asistencia” (pág.27). La “naturaleza” es un concepto egótico, teñido de conceptuación humana: no existe fuera de nuestra vida. La razón no es algo ajeno a lo histórico.  No hay “cosas” en sí, sino sólo “importancias”, es decir, asuntos humanos, interpretaciones que hay que fijar y reexaminar, porque fuera del ser humano no hay conceptos ni razón posible: en nuestras vidas no hay nada constante y, ni mucho menos, eterno.

Conclusiones: “La tesis del innatismo de unos principios absolutamente verdaderos es en el rigor de nuestra perspectiva una pretensión tan gratuita como la magia primitiva que desplazó la emergente filosofía” (pág. 63); o: “La realidad no es la naturaleza, ni es la conciencia, nos dice [Ortega], sino que es mi vida, la vida de cada cual, la vida humana” (pág. 63). La noción de ser es una imposición dogmática: “La pregunta por el ser sólo tiene sentido si damos por supuesto que lo hay, es decir, si estamos en la creencia en el ser” (pág.93). Así es como Paulino Garagorri, parafraseando e invocando a Ortega, le da la puntilla a la Metafísica occidental para plantear un terreno de juego totalmente distinto, con la razón vital como eje de todo estudio serio de lo que es el ser humano.

Introducción a Ortega (1970) seguramente es el menos pequeño y menos olvidado de los libros de filosofía que examinamos en esta serie de artículos, pero como glosa general al sistema orteguiano vale la pena reivindicarlo como ejercicio radical de esfuerzo filosófico en un tiempo no demasiado propicio para las especulaciones liberales.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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