• Filosofía
  • 20 de mayo de 2025
  • 1 Comment
  • 7 minutos de lectura

Omelas: el espejo de nuestro mundo

Omelas: el espejo de nuestro mundo

Omelas: el espejo de nuestro mundo

¿Puede existir la felicidad si está cimentada sobre el sufrimiento de otros?

Imagen IA_GROK

Licencia Creative Commons

 

Verónica A.V. Blanco Gandía

 

Hablando con una de las alumnas seleccionadas para asistir a la Olimpiada Filosófica de España, recordé una de las lecturas que hice hace varios años. Cuando leí por primera vez Los que se marchan de Omelas, de Ursula K. Le Guin, algo se rompió dentro de mí. No por lo que el relato muestra —porque, en el fondo, ya lo sabíamos— sino por la forma clara, casi iluminadora, en la que nos lo muestra. Hay textos que no se leen, se sufren. Este es uno de ellos. Como profesora de filosofía, no puedo dejar de preguntarme qué tipo de saber es el que realmente transforma: ¿el que se piensa o el que nos atraviesa profundamente? Este cuento me recordó que la lucidez siempre tiene un precio.

Omelas es una utopía increíble, una ciudad sin monarquías, sin policía, sin crimen, donde reina una felicidad contagiosa. Pero hay una condición innegociable para esa felicidad: un niño encerrado, solo, sucio, desnudo, reducido a un estado de humillación perpetua. “Su vientre una enorme protuberancia; vive con medio cuenco diario de grasa y cereal… Sus muslos y sus nalgas no son más que una masa de infectas úlceras”, describe Le Guin brutalmente. Y todos lo saben, al menos, todos los mayores de edad. No hay ignorancia, sólo aceptación.

¿Cuántas veces nuestra felicidad cotidiana depende del dolor silenciado de otros? ¿Cuántos de nuestros lujos y comodidades están sostenidos por una red de explotación a la que que simplemente decidimos no mirar? ¿Cuántas Omelas hay en nuestro mundo…?

 

El precio oculto de la felicidad

La historia de Le Guin condensa, en apenas unas páginas, algunas de las tensiones filosóficas más profundas de nuestra época: la tensión entre justicia y felicidad, entre lo individual y lo colectivo, entre la moralidad y el sistema. Omelas vive en una suerte de armonía calculada, como muchas de nuestras democracias liberales: aparentemente libres, pero sustentadas en estructuras profundamente desiguales.

Nuestra economía global, aparentemente basada en la eficiencia y el libre mercado, oculta una cruda realidad: una desigualdad estructural y persistente. La ropa que vestimos, los alimentos que consumimos, la tecnología que nos conecta… todo se construye sobre cadenas de producción que empiezan, muchas veces, en condiciones de miseria.

Sabemos que hay niños trabajando en minas de coltán en el Congo, sabemos que en Bangladesh se cosen camisetas por salarios indignos, sabemos que muchas de nuestras frutas son recogidas por manos migrantes en condiciones infrahumanas. Lo sabemos. Y, como en Omelas, decidimos seguir adelante.

Aquí resuena la figura de William James, a quien Le Guin cita como inspiración: Por mucho que nos tentara el impulso de agarrarnos a una felicidad así ofrecida, sólo una emoción muy específica e independiente podría hacernos sentir todo lo repugnante que sería disfrutar de ella a cambio de aceptar deliberadamente un trato semejante”. Esa emoción específica es, sin duda, la ética. La capacidad de no mirar hacia otro lado, aunque eso implique romper el pacto.

 

El privilegio: la ceguera voluntaria

En mi aula, a menudo me pregunto cómo transmitir esta incomodidad sin caer en el cinismo. Porque la ética, al final, no consiste en saber lo que está bien o mal, sino en actuar desde esa conciencia. Y ese es el verdadero punto de inflexión del cuento: hay quienes lo saben, quienes sienten la indignación, pero se quedan. Y hay quienes se van. Los que se alejan de Omelas.

No sabemos adónde van. Ni siquiera si existe ese otro lugar. Pero se van. Rompen el pacto. Y ese acto, profundamente incierto y solitario, es tal vez el único gesto ético posible. Me gusta pensar que caminar fuera del sistema, aunque no sepamos adónde conduce, es ya en sí una forma de resistencia.

Quizás Le Guin no nos pide que destruyamos el sistema (al fin y al cabo, este no parece un cuento de revolución), sino que abramos los ojos y asumamos el precio de nuestra comodidad. Y que, si decidimos quedarnos, al menos sepamos qué precio estamos dispuestos a pagar. Sus lágrimas ante tan cruel injusticia se secan cuando empiezan a percibir y aceptar la terrible justicia de la realidad”.

 

¿Una ética de la disidencia?

En última instancia, Los que se marchan de Omelas no es tanto una denuncia, sino una invitación: la de mirar el mundo sin anestesia, con una mirada ética y compasiva. Nos confronta con la pregunta que también se hacían los filósofos griegos: ¿es preferible sufrir una injusticia o cometerla?

No tengo respuestas definitivas, sólo la certeza de que no podemos ser felices si nuestra alegría depende del sufrimiento de otros. Omelas me recordó que la ética empieza donde termina la comodidad. Y que, aunque caminar fuera de la ciudad sea arriesgado, es a veces la única forma de mantenernos humanos. Gracias, Lucía.

___

Le Guin, Ursula K. (2016). Los que se marchan de Omelas. Traducción y edición: Biblioteca Anarquista La Revoltosa.

James, William (1897). The Moral Philosopher and the Moral Life. En The Will to Believe and Other Essays in Popular Philosophy. Longmans, Green, and Co.

Bauman, Zygmunt (2003). Vidas desperdiciadas: La modernidad y sus parias. Paidós.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

1 Comments

  • Un artículo magnífico. Muchas gracias.

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *