• Opinión
  • 1 de octubre de 2024
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Kant, profesor

Kant, profesor

Kant, profesor

Nuestras leyes competenciales encierran al alumnado en su clase de origen

Immanuel Kant – Gemaelde 1 / Wikimedia

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Andreu Navarra

 

Cuando era alumno de Kant, Herder tomó apuntes puntuales de lo que explicaba el maestro en sus lecciones. Obviamente, esos cuadernos de Herder hoy son oro puro, porque no sólo nos indican qué pensaba Immanuel Kant antes de publicar Crítica de la razón pura (1781), sino qué elementos previos de la filosofía ecléctica que practicaba entonces el pensador prusiano se convirtieron luego en los fundamentos del futuro sistema crítico.

Sin embargo, a nosotros, de estos apuntes herderianos, nos interesan sobremanera algunas frases sueltas que podrían muy bien desplegar un abanico de posibilidades muy prometedoras. Por ejemplo, anotó Herder que “El hombre instruido debe ser capaz de conversar con todas las clases sociales porque él está fuera de todas las clases”. Fue leer esto y frotarme los ojos, para volverlo a leer, pero esta vez con más nitidez: una persona instruida está “fuera de todas las clases” porque puede conversar con todas ellas, o personas pertenecientes a todas las clases sociales pueden “conversar” entre sí porque la clase de los “instruidos” es una clase aparte, o un sector intersticial, como una especie de aceite lubricante, que encontramos entre todas las clases sociales para que la maquinaria social funcione.

Immanuel Kant, hijo de un artesano del cuero no demasiado boyante, experimentó en sus propias carnes el ascensor social. En cuanto empezó a prepararse para ingresar en la comunidad académica de la Universidad de Königsberg (que tampoco era un dechado de progresismo, todo hay que decirlo), dejó atrás unos horizontes totalmente delimitados (ser talabartero, porque los hijos de lo agremiados heredaban esa condición) para acceder a un mundo aparte, el del mundillo filosófico-literario y científico de la ciudad, donde fue prosperando hasta codearse con magnates y reyes. Su mejor amigo, Joseph Green, era un comerciante inglés con quien discutía sobre Hume o Fielding.

Es decir, que salir de tu clase, sea ésta alta o baja, te permite enriquecerte y salir de las esclavitudes morales o las limitaciones económicas. Salir a explorar, salir a leer, a investigar y a derribar dogmas e identidades marmóreas. Ir a la escuela, ir a instruirse, debería significar cambiar de clase, conocer mundo no únicamente de un modo horizontal, sino también vertical.

No sabemos si Herder, que era un chico bastante asocial, aprovechó esa lección de Kant. Lo que sí sabemos es el efecto que están teniendo las reformas competenciales europeas, diseñadas en la reunión de Lisboa del año 2000, con el Informe Delors como fondo doctrinal, y lo que estamos observando es exactamente lo contrario de lo que afirmaba Kant en 1764. Nuestras leyes competenciales encierran al alumnado en su clase de origen, e impiden que los estudiantes conversen fuera de sus semejantes para contrastar ideas heredadas, prejuicios, dogmatismos y extremismos sectarios.

Por eso ya casi nadie sabe entenderse fuera de la secta estricta. Por eso el esfuerzo de una vida lectora e informada se sataniza en los medios. La familias y los centros docentes se van pareciendo más a cárceles, donde te dictan no solo lo que has de pensar, sino también lo que has de sentir y cómo. La conversación libre está proscrita, los clásicos han sido convertidos en cenizas, la lectura en común resulta sospechosa para las autoridades políticas. El ambiente se va volviendo asfixiante. Seguro que en clase de filosofía moral con Kant no olía tanto a sentina cerrada.

Las reformas competenciales fomentan los compartimentos estanco, la guerra civil, la antipolítica de quienes son incapaces de compartir, construir, transmitir, convencer y acompañar. Todo se va volviendo cubatero y palillero, surrealista, bronco y marmóreo. Los decretos de evaluación pesan como losas de acero, con silogismos incomprensibles que desmoralizan y deprimen. Nuestras comunicaciones públicas están envenenadas de odio; todo el mundo mira con recelo al de al lado, y sobre todo al de abajo. Los de arriba se enfangan en la antiejemplaridad, ganan terreno las leyes anacrónicas, los exabruptos preocupantes, a un lado y otro del hemiciclo sólo se saben dar hachazos, mientras que pensar y pactar resultan actividades heréticas. Y sólo ocurre cuando hay prebendas en juego, cuando hay cálculo rastrero e instinto puramente extractivo.

Otra frase anotó Herder en ese curso sobre filosofía moral de 1764: “El mundo entero sería igual a nada sin seres racionales”. Ojalá alguien escuchara estas sentencias y obrara en consecuencia. Pero dejémoslo aquí, que no conviene perder el optimismo de la esperanza cuando el curso está empezando.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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