- Opinión
- 5 de junio de 2025
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Violencia y mentira institucional

Violencia y mentira institucional
El ambiente es de confusión y de una honda soledad

Hannah Arendt fue la filósofa de la banalidad del mal, así como de la mentira institucional. Desentrañó las razones profundas por las que la mentira opera en la política y alertó sobre los peligros de una sociedad en la que periodistas o filósofos no fiscalizaran los hechos. Arendt temía que las ficciones ideológicas fanáticas sustituyeran a la factualidad.
Estos días estamos presenciando una clase magistral de mentira institucional. Ha habido una agresión a un profesor del Instituto de la Mina (Barcelona) y el Departamento de Educación ha guardado silencio. Ni un pobre mensaje de apoyo en las redes sociales. Sólo ha comentado a la prensa la puesta en marcha de un protocolo destinado al bienestar emocional de la víctima y, por lo que entiendo del mismo, también a sus compañeros de claustro. Bienestar emocional en la era de la emocracia. Bienestar emocional frente a una puñalada.
Ninguna condena a la violencia; ningún gesto público que transmita la idea clara y firme de que las agresiones hacia el profesorado no son tolerables y que serán perseguidas legalmente. Hoy condenar la violencia parece ser un acto radical; esto es lo que Hannah Arendt denunciaba.
La institución vive atrapada en su mentira. No puede aceptar que lo que imagina como escuela catalana, un modelo de éxito, no existe. Teóricamente se prohíben los móviles, pero son pocos los centros que logran prohibirlos de verdad. En algunos centros se organizan guardias de W.C. para que el profesorado sea el centinela de un alumnado desbocado por naturaleza. Se ponen en marcha pseudoterapias restaurativas que anulan las consecuencias inmediatas y contundentes hacia los actos de violencia y que emulan al coaching. Se ordenan programaciones inútiles que nadie revisa. Se coaccionan docentes cuando muestran disconformidad.
Y un largo etcétera burocrático que comienza con la ficción en los tribunales de oposición sobre situaciones de aprendizaje inaplicables en la vida real y que termina con encuestas de satisfacción, claustros que parecen politburós y una animada vida de cartón piedra en las redes sociales del centro. Toda una fachada de mentira para un sistema que no se sostiene.
La institución nos abandona en la desprotección laboral. Normaliza la violencia, los insultos y la degradación de nuestro papel docente. Las reformas educativas que han transformado muchos centros en guarderías en las que se infantiliza al alumnado y no se aprende nada han ayudado a crear la idea de que el profesorado es prescindible, inmerso en este océano de burocracia y de simulación del aprendizaje.
En muchos centros, la violencia, sobre todo verbal, pero también física, es el pan de cada día. Los docentes trabajan a diario con insultos y desprestigio. Si no fuera por una vocación extrema de muchos profesionales, el sistema implosionaría. Esta verdad vivencial para tantos docentes es tan absoluta que necesita ser recubierta de una mentira aún mayor para anularla.
La postumización de nuestro trabajo asociada a la pérdida de autoridad nos desorienta a la vez que nos aterrorizan sus consecuencias más graves, como este tipo de agresiones físicas totalmente intolerables y que el gobierno condenaría enseguida si hubieran sido contra un policía o una juez. El ambiente es de confusión y de una honda soledad. Las geografías del malestar llegan a las salas de profesores a lomos de la corrección política.
Si no tenemos una función clara, no tenemos autoridad. Si se tolera traspasar un límite, se traspasan más y más. Este sistema educativo es el de la mentira protocolaria, burocrática y digital que nos infravalora y trabaja para blanquear la mala educación, la falta de esfuerzo académico, la violencia y la indisciplina.
Si la institución que debe protegernos vive atrapada en su propia mentira, sólo nos queda la organización colectiva. El profesorado de la Mina dio el otro día una profunda lección de humanidad, tolerancia, civismo y dignidad. Aquel viernes, en la concentración que organizaron en el barrio, la ficción quedó deshecha entre la catarsis de un claustro que ha dicho “basta” y que quiere, simplemente, poder enseñar.
Fuente: educational EVIDENCE
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