• Opinión
  • 2 de junio de 2025
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De qué me sirven las mates si voy a ser youtuber

De qué me sirven las mates si voy a ser youtuber

LA GRAN ESTAFA. Sección de opinión a cargo de David Cerdá

De qué me sirven las mates si voy a ser youtuber

Marker_photography. / Pixabay

Licencia Creative Commons

 

David Cerdá

 

Las ideas de esclavo —estudiar para emplearse— producen monstruos utilitaristas, entre los que está el desprecio de las matemáticas, ahora acrecentado gracias a cierta adoración boba de la tecnología. No obstante, y al igual que la literatura y la sensibilidad, las matemáticas necesitan un sitial de preferencia en la construcción de una escuela republicana.

Vi en cierta ocasión una camiseta que llevaba impresa el título de este post. Si me la voy a tomar en serio, como para escribir unas líneas, es porque la he escuchado parafraseada en más de una ocasión.

El punto inicial del desbarajuste está en la idea de estudiar para emplearse: una idea de esclavo. A partir de ahí, solo queda estudiar lo mínimo para el mismo fin, y es lógico que tras crear la ilusión de que existe un empleo llamado youtuber, sea un objetivo que se fijen muchos chavales. En el mundo hay unos sesenta y cinco millones de creadores de contenido en YouTube, de los cuáles se estima que un 0,04% de ellos —unos veinticinco mil, insisto, en todo el mundo— pueden ganarse la vida con eso. En España deben ser poco más de un millar; conductores profesionales, unos ochocientos cincuenta mil, y harán falta, entre unas cosas y otras cien mil más en 2030. Por ponernos en situación, digo.

Pero volvamos al argumento ramplón, quitándole el estrambote: de qué me sirven las mates. Porque lo cierto es que a la comprensión lectora y a las humanidades —con toda justicia— les han salido no pocos defensores, pero no ha ocurrido lo mismo con las matemáticas. Es de entender: las mejores plumas pertenecen, por definición, al primer ejército, y no te sale un Einstein —«las matemáticas puras son, a su manera, la poesía de las ideas lógicas»— o un du Sautoy —«las matemáticas no son solo una herramienta para resolver problemas, sino también una forma de pensar y de ver el mundo»— todos los días. Digámoslo entonces con todas las letras: la lengua y las matemáticas son los dos pilares que sostienen el edificio del pensamiento y así pues el de la educación, y es por ello que hay que tratar de ser muy bueno en ambas cosas.

Resolver problemas complejos: a eso estamos ya, lo sepamos o no, confinados los seres humanos, y a mucha honra, de modo que no ya para ser youtuber, sino para cualquier cosa hay que saber matemáticas, que es, como decía Einstein, lo mismo que decir lógica, porque lo que cuenta no es, per se, resolver integrales o calcular áreas o despejar equis, pues claro que eso lo puede hacer mejor una IA, sino construir una capacidad arquitectónica para analizar, seguir el hilo de los dilemas, urdir salidas del laberinto y planear catedrales, físicas o mentales. Se trata, en definitiva, de producir orden mental, un orden que no va a beneficiar solo a los demás, sino principalmente a nosotros mismos, e incluso en el orden sentimental, ya que estamos, y también en el civil, cuando votamos. La gente no «vota mal» por el motivo por el que se suele emplearse esta frase («no vota a los míos»), sino porque en todo el espectro ideológico, efectivamente, también en lo político a muchos les cuesta entender que dos y dos son cuatro.

Pero volvamos al principio: es el «de qué me sirve» el que hay que extirpar, fundamentalmente. Es eso lo que hay que evitar, a toda costa, el razonamiento de servus, de esclavo. Y las matemáticas son, en este sentido, y en cuanto zócalo del razonamiento, la base de la ciudadanía y por tanto de la escuela republicana, que es, como defendía Condorcet, aquella que no entrena para la obediencia, sino para la exigencia crítica con el gobierno. Pretende nuestro autor que el ciudadano se someta a las leyes de un modo crítico; que las ame, pero sin dejar de ser capaz de juzgarlas, pues una cosa sin la otra no produce una auténtica formación cívica. Que sepa, en definitiva, echar cuentas, pues nos jugamos la libertad —los impuestos, las prebendas de la casta, las pensiones— en nuestra capacidad para desentrañar numéricamente la polis. Las personas que viven a espaldas de las matemáticas viven a espaldas de la realidad, nada menos.

Ahora que arrecia la IA, los que no dijeron suficientes tonterías cuando apareció Excel, como burra que vuelve al trigal, insisten (llevan así desde la calculadora, los de siempre, si no desde el ábaco) en que otra cosa sobra: lo numérico. Para qué aprender matemáticas, si total. Se dividen estos en dos grupos: quienes, porque siempre las detestaron, aspiran a que las detesten los demás, para así igualarse; y quienes gozaron del privilegio de saberlas, pero no quieren que la chusma goce otro tanto.

«Las matemáticas son la reina de las ciencias», decía Gauss, que algo de este asunto sabía. Quien dice ciencia dice saber y por tanto filosofía: cómo demonios vas a urdir argumentos con una mínima pericia y desentrañar cuestiones del mundo si no entiendes un sencillo sistema de ecuaciones. Construir cabeza, y por tanto corazón, en eso consiste al final lo de educarse: que ningún paraqué nos despiste.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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