- Opinión
- 25 de febrero de 2025
- Sin Comentarios
- 9 minutos de lectura
Emprendimiento y magia

Emprendimiento y magia

A lo largo de su existencia sobre la Tierra, la humanidad ha construido tres grandes modelos para explicarse a sí misma y el mundo que le rodea: el pensamiento mágico o mítico-, el pensamiento religioso o teológico, y el pensamiento racional, lógico y científico. Alguien definió este recorrido con una expresión que hizo fortuna –hoy diríamos un trendding topic-: del mito al logos. Aunque sea una expresión discutible, la admitiremos, al menos, en el sentido de que cada época de la humanidad ha estado presidida por alguna de estas concepciones del mundo.
Se supone que actualmente estamos en la época del pensamiento racional y lógico, y que en él debería basarse la enseñanza en nuestras escuelas, institutos y universidades. Sin embargo, hay bastantes indicios de que, en cuestiones (no sólo) educativas, más bien estamos recorriendo un itinerario inverso que cada vez nos devuelve más a modelos propios del pensamiento mágico: la primacía de la emotividad sobre la racionalidad, de lo subjetivo sobre el objetivo, de lo cualitativo sobre lo cuantitativo, la proliferación de cursos de formación del profesorado que parecen inspirados en la antigua «ciencia» de los gnósticos… ¿Estamos al corriente del alarmante creciente número de terraplanistas? ¿Puede verdaderamente alguien pretender que esto no tiene nada que ver con la deriva educativa de las últimas décadas?
Precisamente dada su naturaleza, el conocimiento científico -como producto del pensamiento racional- tiene una característica que suele olvidarse y que lo diferencia del resto: su transmisibilidad; con una única limitación de orden intelectual y de grado: para entender la teoría de la relatividad, no se precisa de ningún rasgo mágico que delate al elegido, ni de ninguna iluminación proveída por algún dios o algún demonio, «sólo» es necesario saber física y todo lo que ello conlleva. Dicho de otro modo, el don de la profecía no es transmisible, en cambio, al menos en teoría, cualquier individuo está en condiciones de conocer la teoría de la relatividad. Y digo en «teoría» porque, mientras que a la mayoría nos costaría tal vez doscientos años, a Einstein le bastó con mucho menos tiempo. Ésta es la única limitación del conocimiento científico. Más fácil: una abrumadora mayoría de mortales nunca habríamos llegado a descubrir el teorema de Pitágoras, pero una vez nos lo han explicado, podemos entenderlo como su propio descubridor.
Con el conocimiento mágico, sin embargo, esto no es posible. Y de conocimientos mágicos -un más que probable oxímoron-, va llena la pedagogía new age y la ideología hegemónica. Por eso sorprende esta singular perla curricular que lleva por nombre «Emprendimiento», asociado por lo general a materias de economía, que parece ir más allá del mero reclamo publicitario y parece postular un ideal o forma de vida. Entiéndase que no estamos cuestionando, nada más lejos de nuestra intención, las enseñanzas de economía, sino el epíteto que las sesga, el «mérito» de cuya implantación corre a cargo del inefable exministro Wert (2011-2015), pionero también de la pintoresca introducción de la tauromaquia como ciclo profesional de la FP… En realidad procede de Catalunya, siempre pionera en sesgos pedagogistas, pero parece que Wert, muy emprendedor él, se la apropió para llevarse la gloria.
Para explicar matemáticas es necesario saber matemáticas. Esto ni el pensamiento mágico más delirante puede negarlo; y como no saben, pues devaluémoslas o eliminémoslas, porque, ya se sabe, son aburridas, difíciles o, como proclamó una reciente secretaría de estado que obedece al apodo de «Pam», no hace falta enseñar matemáticas, sino sexualidad, porque ella nunca en su vida ha necesitado para nada saber qué es una raíz cuadrada[1]… Sí, he dicho «secretaria de estado»; mejor olvidarlo… ¡Ni en mil años diere con la teoría de la relatividad semejante lumbrera! Pero volvamos al emprendimiento.
En fin, pues, sería lógico pensar que si es necesario introducir el emprendimiento en los currículos, entonces será necesario que imparta tal materia alguien que sea, él mismo, emprendedor. Es decir, no estamos hablando de alguien que sepa matemáticas y las enseñe; aquí no se trata de «saber», sino de «ser»; una diferencia que no es en absoluto baladí. ¿Y cómo se determina esto? ¿Y si en vez de un emprendedor se nos cuela un «trepa»? ¡Cuidado! porque la diferencia entre ambas categorías puede ser a veces bastante sutil. ¿O un emprendedor fracasado? Comprobar si alguien sabe matemáticas es relativamente simple, basta con saber las suficientes; pero ¿y un emprendedor? ¿Era emprendedor el «narco» Pablo Escobar? ¿O quizás era más emprendedor Edison, fundador de lucrativas empresas, que Galileo, que sólo se buscó problemas con la Inquisición? ¿Por qué no siguió haciendo horóscopos cobrando de los ricos emprendedores y haciéndose rico él a su vez? Total, ¿qué más le daba si el Sol giraba alrededor de la Tierra o al revés?
Porque, a ver, ¿podríamos decir que Monturiol o Peral, inventores del submarino, no fueron suficientemente emprendedores? Uno, Monturiol, acabó arruinado y en la más absoluta indigencia, dicen que debido a su incapacidad para los negocios; el otro, Peral, asqueado y víctima de lo que hoy llamaríamos mobbing. Monturiol inventó también un sistema de conservación de la carne que pasó sin pena ni gloria hasta que un «amigo» suyo inglés se lo robó y lo patentó en Londres, haciéndose millonario. ¿Quién era más emprendedor de los dos, el inventor o el chorizo? ¿A quién preferiríamos de profesor? ¿Qué enseñamos en «Emprendimiento»? ¿A robar los inventos de los demás, o a plagiarlos como hizo Edison con Tesla, o Bell con Meucci?
Más allá de los ignotos repliegues morales que sugiere tal materia, hay también otro problema: ¿qué se pretende transmitir con esta asignatura? ¿Imprimir carácter? Porque lo del emprendimiento, y puestos en el mejor de los casos, parece más bien una condición atribuible al talante de cada uno, que un conocimiento tematizado y transmisible como los que acostumbraban a impartirse «tradicionalmente». Vamos a ser claros, un matemático, un filósofo un historiador, un economista o un electricista, no pierden tal condición por estar enseñando sus respectivos saberes; por el contrario, un emprendedor que dé clase, a menos que no se trate de un viejo contando su vida y milagros, poco emprendedor será. Ésta es la diferencia.
¿Pero cómo transmitir entonces este espíritu emprendedor? Porque de «espíritu» se trata, esto sí que parece claro, y de que cunda la ejemplaridad como modelo ético. Si de ejemplaridad se trata, y para salir del cul-de-sac, tengo una posible solución: si en otros tiempos se había recurrido con finalidades análogas a colecciones de vidas de santos -otra característica demostradamente no contagiosa, la de la santidad- propongo una nueva colección hagiográfica por título genérico «Vidas de emprendedores». Como mínimo, leerán, porquería de quiosco de aeropuerto, pero leerán.
Se me ocurren algunos nombres que, aunque de ejemplaridad nada edificante, como mínimo darían juego. Siempre, claro, bajo la nueva divisa: “del logos al timo”.
Y si resulta que la materia no va de esto, entonces que le cambien el nombre y dejemos de vender humo de una vez.
___
[1] https://www.youtube.com/watch?v=CYsGbCZdpJA
Fuente: educational EVIDENCE
Derechos: Creative Commons