- Ciencia
- 27 de febrero de 2025
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El huevo o la gallina del Darwinismo

El huevo o la gallina del Darwinismo

Nuestros antepasados no sobrevivieron para luchar a la Stalone, sino por todo lo contrario. La susodicha ley del más fuerte resulta hoy en día una presunción demasiado militar aplicada en evolución. Pelearse implica riesgos, lesiones y pérdidas. Por eso, y en nuestro planeta, son muchas las especies que eluden la lucha por razones obvias. Nuestros ancestros, como parte de la biología terrestre, redujeron también su agresividad para sobrevivir más. El éxito evolutivo de nuestros parientes no se cimentó ni en Mazinger Z ni en Rambo. Sus habilidades, y para brindarnos su patrimonio genético, fueron otras. El motor evolutivo real de la evolución no fue la fuerza bruta y la lucha entre especies que algunos darwinistas sociales preconizan, sino otra capacidad, su tasa de reproducción. Para analizar este hecho hay que hacer un receso en las orillas de la Selección Natural y en su punto más débil, en su error: quién sobrevive.
Darwin fue pionero al romper con los prejuicios creacionistas del momento. Su idea de la Selección Natural irrumpió en una sociedad victoriana que todavía creía en el fijismo aristotélico. Por entonces la visión del mundo era que todo había sido bastante igual durante el devenir de los tiempos. No es que no hubiera dudas y pruebas de cambios drásticos, sino que éstos sólo se veían bajo las hecatombes bíblicas. El diluvio universal o los castigos divinos sustentaban las explicaciones de entonces. Darwin, ante la evolución biológica y los cambios de especies, demostró una explicación de las muchas que vendrían. Así en 1859, y no sin pensárselo mucho, publicó su Origen de las Especies y su Teoría de la Selección Natural.
En 1930, y con una Selección Natural enriquecida con la genética mendeliana, la paleontología y la sistemática, surgió una teoría más ampliada, el Neodarwinismo. En éste, y aparte de la Selección Natural, se describían más mecanismos para explicar los cambios de especies y variedades. Más tarde, ya mediados del siglo XX, otras disciplinas se sumaron para construir la actual Teoría Sintética de la Evolución. Ésta aportó más y mejores explicaciones para la evolución de nuevas especies. En todo esto, y cabe insistir, Darwin sólo aportó el primer mecanismo, la Selección Natural, mientras que el resto vino después. Multitud de mecanismos demostrados hoy en día explican la evolución de los organismos. Todos ellos, Selección Natural incluida, pusieron en la palestra que la evolución no siempre fue paulatina entre las especies, sino que en ocasiones han sobrevenido pasos rápidos durante la evolución. Hay de esto ingentes pruebas en la evolución humana. Pero volvamos a la Selección Natural ya su error de base.
El proceso de la Selección Natural está fundamentado en tres hechos que observó Darwin. El primero, que las especias hacen ingentes esfuerzos para reproducirse con miles de semillas y espermatozoides. El segundo, que la variabilidad dentro de ellas es tan amplia que permite que unos pasen la prueba del tiempo y otros no. Y el tercero, que muy pocos de los nacidos llegan a reproducirse. De esto Darwin concluyó que pasado el tiempo, solo unas pocas variedades, no todas, conseguían perpetuarse en la evolución, es decir, reproducirse como si hubieran sido seleccionadas por una rifa sin mano directora. Para Darwin quien sobrevivía se convertía en el más apto, aunque en ello pesaba un pensamiento circular que el padre de la Selección Natural no resolvió de forma satisfactoria. Éste fue el error y punto débil de la Selección Natural, que no el de la Teoría Sintética de la Evolución. Si el más apto sobrevive y quien sobrevive es el más apto, nos encontramos ante un pez que se muerde la cola, lo que en filosofía se llama una tautología. Viene a ser lo mismo que las eternas preguntas de quien fue antes, ¿el huevo o la gallina? O, ¿qué hay más allá del polo norte? El sur, ¿y después del sur? Pues el norte.
Todas las preguntas anteriores están mal planteadas. Para resolver estos pensamientos circulares sólo existe un método, definir los dos nodos, ver qué ocurre y cambiar la pregunta. Norte y sur son la misma Tierra, donde la pregunta óptima sería qué geometría tiene el planeta para que desde el norte se llegue de nuevo al sur; huevo y gallina son también la misma especie donde la cuestión debería ser qué organismo fue el primero que se reprodujo por huevos; y por último, sobrevivir y apto equivalen a lo mismo donde la pregunta debería ser por qué algunos organismos perduran y otros no. Y la respuesta es que quien perdura no es siempre el mejor adaptado, ni el más luchador, ni el más agresivo, sino simplemente quien mejor se reproduce. A mayor tasa reproductiva, mayor posibilidad de perdurar. Por tanto no es asunto de apto o no apto sino de quién consigue, por adaptación o no, permanecer más tiempo en un ecosistema. En fin, quien mejor se reproduce más garantías tiene de continuidad. Todo esto explica que muchos rasgos de nuestra evolución quizás no ostentaron ninguna adaptación pero formaron parte de grupos taxonómicos que se reprodujeron mejor. Los órganos vestigiales son prueba de ello, pero también el bipedismo, la encefalización y el pensamiento abstracto se encuentran en parte en estas categorías.
Volviendo al Darwinismo, y a los prejuicios que le rodearon, cabe preguntarse por qué tardó tanto tiempo en aceptarse la Selección Natural y sus posteriores ampliaciones. En esto se encuentran dos razones. La primera, la herencia cultural del fijismo aristotélico durante toda nuestra historia occidental. Y la segunda, nuestra herencia biológica en la que los primates somos poco inclinados a los cambios por nuestro deseo de seguridad. De hecho, los humanos preferimos lo seguro heredado a lo nuevo cuestionado. Ejemplos de esto los hemos sufrido durante toda la historia. Copérnico defendió con datos su heliocentrismo en el XVI pero no fue tímidamente aceptado hasta el XVII; Bruno propuso un universo infinito también en el XVI pero no fue hasta el XX cuando se discutió con profundidad; y finalmente el Darwinismo se presentó en el XIX pero hoy en día todavía algunos lo niegan. Los humanos somos emocionalmente conservadores bajo el deseo de la seguridad.
Llegados a este punto podemos volver a la evolución humana y darnos cuenta de que ésta se encuentra repleta de saltos, con o sin adaptaciones, que definen bastante bien una evolución en mosaico. Tres de ellos son cruciales y sirven de estructura para este libro. El primero fue el bipedismo hace más de tres millones de años, el segundo fue el aumento de nuestro encéfalo antes de los dos millones de años, y el tercero fue la adquisición de un pensamiento sofisticado en torno a hace medio millón de años. A las tres fases anteriores hay que añadir la extensión de un pulgar oponible, el acortamiento de brazos a cambio del alargamiento de piernas, la fabricación de piedras cortantes, la reducción del dimorfismo sexual, la desaparición del celo en las hembras, la expansión de las glándulas sudoríparas, la pérdida del pelo corporal, el descenso de la agresividad instintiva y el habla articulada entre otras muchas adquisiciones.
Fuente: educational EVIDENCE
Derechos: Creative Commons
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Bona tarda Andreu Rabadà. En el curs sobre l’evolució de fa pocs mesos ho vam parlar. Estic d’acord amb quasi tot el que dius i si parles en termes d’evolució. Sobretot el que dius com la reproducció com a mètode de perpetuar la nostra espècie.
Pero si parlem de supervivència, no com a espècie sinò com a primats i al dia a dia, la violència O fer el Rambo és necessari la violència pels recursos, les femelles i protegir el grup per a sobreviure i deixar descendència que es pugui procrear i mantenir els gens per a properes generacions.
Gràcies i una abraçada
Alumne del curs dEpisteme sobre l’evolució.