Una primera lección de filosofía (1926), de Eugenio d’Ors

 Una primera lección de filosofía (1926), de Eugenio d’Ors

Pequeños libros olvidados de filosofía (2)

 Una primera lección de filosofía (1926), de Eugenio d’Ors

Eugenio d’Ors visto por Ramon Casas (MNAC). / Wikimedia

Licencia Creative Commons

 

Andreu Navarra

 

Lo primero que tendremos que comentar ante este minúsculo volumen orsiano, que él mismo llama “cuaderno” en su introducción, es la naturaleza del emisor de este breve texto filosófico. En segundo lugar, cuando hayamos aclarado qué tipo de autor era ese autor (ya veremos que no se trata de un tema baladí) comentaremos su afición por las síntesis y las miniaturas, sin la cual no se puede acabar de comprender Una pequeña lección de filosofía.

Lo primero que diremos, pues, es que este Eugenio d’Ors de la cubierta no era Xènius. Y aún diremos más: este D’Ors parece que había dado a Xènius por muerto, a juzgar por la lista de sus obras que proporciona en la primera página: todos los glosarios y novelas de la etapa catalana anteriores a 1920 ya no existen, no están en la lista. Efectivamente, esta lista empieza por las conferencias de 1914 realizadas en la Residencia de Estudiantes y termina anunciando un Juliano el Apóstata, que seguramente iba a ser una edición en libro de La resurrección de Juliano el Apóstata, artículo que vio la luz en el número 16 de Revista de Occidente (1924). De algún modo se iba cerrando una especie de círculo: en 1914, D’Ors había intentado instalar su Glosario en la revista orteguiana de entonces, España, sin conseguirlo, porque no pudo haber acuerdo económico. Ese mismo año, D’Ors había intentado dimitir de todos sus cargos catalanes, pero Prat de la Riba no aceptó su renuncia.

En cambio, en 1926, D’Ors ya se había reinstalado plenamente en la cultura castellana, aunque no tardaría ni un año en marcharse a París. Este D’Ors resentido con Barcelona aflora en la nota previa de Una primera lección de filosofía: “La lección cuyo texto va a leerse ha sido, efectivamente, dada por su autor, como introducción a un Curso sistemático de Filosofía, profesado dos veces, una en el Seminario de Filosofía de Barcelona, que aquet (sic) dirigió entre los años 1917 y 1921 (fecha en que esta institución universitaria se vio deshecha por la reacción política a la sazón imperante en Cataluña) y luego en la Universidad de Córdoba (República Argentina), por invitación de sus autoridades académicas”.  D’Ors deseaba dar fe de que había construido un Sistema filosófico, que detalla en forma de esquemas al final de su cuaderno, y también deseaba consignar dónde había publicado fragmentos o lecciones sueltas, en Cataluña o Argentina, antes de 1926.

Pero, ¿quién está hablando? En su edición de Els fenòmens de l’atenció, el curso de Psicología filosófica que Eugenio D’Ors ofreció en los Estudis Universitaris Catalans en 1909, Víctor Pérez i Flores dejó escrito: “Eugeni d’Ors expresa, pues, la voluntad manifiesta de diferir en el estilo y los métodos utilizados” (pág. 22). No es ya que Xènius muriera hacia 1920, es que el D’Ors filósofo de los cursos barceloneses es el mismo que el D’Ors sistemático de su producción filosófica posterior, que justamente empieza a ser sistematizada en los cuadernos de esta época. Este D’Ors que nos habla en 1926 tampoco es aquel “Un ingenio de esta Corte” con el que iba firmando sus glosas de esos años.

Lo que explica D’Ors tiene mucho que ver con lo que defendió Ortega en El tema de nuestro tiempo (1923), y al fin y al cabo la consideración de que el pensar era un dialogar acabará vertebrando la última exposición de la filosofía orsiana, El secreto de la filosofía (1947): “Pronto sabremos que la fuente filosófica por excelencia es el diálogo; que no hay pensamiento sin diálogo íntimo; que Diálogo y Dialéctica, ya emparentados estrechamente por la etimología, se enlazan, más estrechamente aún, para la reflexión profunda. (…) Si  nosotros, con nuestras reuniones, lográsemos alcanzar aquel éxito que nuestro deseo ambiciona; si nuevos aspectos de la verdad se abrieran a nosotros, y pudiésemos lúcidamente penetrar en el fondo de los problemas, y fuésemos lo bastantemente dichosos para arrancar de allí soluciones suficientes; si estas soluciones se enlazaran unas con otras, hasta formar un conjunto bien trabado, que ofreciera, en su orden y armonía, alguna garantía de solidez, esto sería señal de que, a través del grato desfile de nuestras veladas amistosas y estudiosas, algo de orden superior había venido a habitar entre nosotros y a manifestarse entre nosotros” (págs. 9 y 10).

Y es que D’Ors tenía dos objetivos: en primer lugar, superar las dos teorías que él llamaba “pesimistas”, el escepticismo y el positivismo. Si podemos dialogar, podemos pensar, y si podemos compartir, podemos alcanzar un Sistema fiable. Ese diálogo conseguía superar el idealismo y el empirismo, en una visión muy cercana al multiperspectivismo orteguiano, aunque vestida con un léxico totalmente distinto y con un objetivo racionalista: “Algo, en verdad, distinto de mi mente, y también de la mente de cada una de las personas de mi auditorio, y aun de la suma de todas nuestras mentes juntas. Más bien, multiplicación de ellas, activa, superadora síntesis de ellas; mente colectiva; que, en este caso, únicamente en este caso, merecerá el nombre de Espíritu” (pág.10). No puede dejar de sonarnos esta filosofía performativa, que alude directamente al auditorio concreto.

Sócrates y Goethe son los modelos ideales propuestos por D’Ors: Sócrates porque se había expresado en forma de diálogos espontáneos (D’Ors ya debía intuir que los diálogos platónicos eran una sombra de lo que se debía conseguir dialogando en Atenas, antes y después de la fundación de la Academia); Goethe porque había alcanzado su cima filosófica departiendo con Eckermann. La Fenomenología, otro “monólogo” estéril, también la consideró D’Ors un “fracaso”, porque precisamente impedía la construcción de un “orden superior” o Sistema (pág. 49).

D’Ors amaba los libros diminutos, las miniaturas y los alardes de capacidad de síntesis. Gnómica (1941) es un buen ejemplo de minilibro recopilatorio lleno de aforismos y píldoras de sabiduría. Aunque esta tendencia llegó a su apogeo en 1938, cuando apareció en Suiza La historia del mundo en 500 palabras, fruto de una apuesta. Una primera lección de filosofía, libro minúsculo, formaba parte de una colección interesante, los Cuadernos de Ciencia y Cultura de La Lectura. La serie era bastante variopinta: el segundo cuaderno publicado en ella era Gordos y flacos. Estado actual del problema de la patología del peso humano, de Gregorio Marañón. El cuaderno de D’Ors era el tercer título, un título que se propuso restaurar los grandes sistemas metafísicos del siglo XVII en apenas 50 páginas de menos de medio palmo cada una.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *