• Opinión
  • 19 de febrero de 2025
  • Sin Comentarios
  • 7 minutos de lectura

La demolición del constructivismo en educación

La demolición del constructivismo en educación

La demolición del constructivismo en educación

Piaget, junto a Pierre Bovet (primer plano a la izquierda), en la entrada del Instituto Jean-Jacques Rousseau de la Universidad de Ginebra, 1925. / Wikimedia

Licencia Creative Commons

 

David Rabadà

 

Hoy en día nuestras leyes educativas defienden más los postulados románticos de Rousseau que la enseñanza estructurada de la transmisión de conocimientos. Estos planes estatales, y cada vez más a menudo, son diseñados desde despachos alejados del aula, pero muy cercanos a los llamados fugitivos de la tiza. De hecho, las leyes educativas españolas son fruto de la libertad del constructivismo romántico de Piaget que se ha colado entre la mayoría de los políticos y asesores de estos. Lo anterior nació en parte del idealismo alemán del XVIII que desembocó en la pedagogía progresista, la pedagogía de Clarapède, el constructivismo de Piaget, la pedagogía Summerhill, la pedagogía de Tonucci, la pedagogía crítica, las inteligencias múltiples, la escuela por proyectos y la evaluación por competencias que llevan más de cien años predicando la imaginación, la felicidad y la creatividad como hipótesis central de un aprendizaje espontáneo entre los críos.

Quizás alguna de las anteriores hipótesis educativas haya funcionado localmente en alguna escuela, pero lo hizo cuando el sistema educativo tuvo el viento a favor, es decir, cuando alumnos, administración, terapeutas, familia y centro educativo ostentaban un gran nivel de compromiso y conocimientos eficaces. Dicho en otras palabras, toda innovación funciona bien entre los alumnos que ya aprueban, pero no saca de su pozo a los que suspenden una y otra vez. Por lo tanto, el gran problema de las pedagogías teóricas es que, por lo observado, no logran tener éxito universal. Cuando estas hipótesis educativas han sido aplicadas bajo leyes nacionales no han reducido el desastre escolar, sino que lo han aumentado, y en ello el constructivismo en primaria y secundaria ha visto su demolición.

Todas las pedagogías antes mencionadas se definen como innovadoras acusando a las didácticas actuales de nostálgicas de la EGB, pero muchas de estas pedagogías añoran el sistema educativo de la republicana del 36, o, y en parte, de la Ley General de Educación de 1970. Dada tanta nostalgia hay que apartarla y promover las estrategias educativas eficaces, y dejar de confundir innovador con mejor, y pasado con peor. Aun así, las pedagogías teóricas siguen llamándose a sí mismas innovadoras, aunque hundan sus raíces en el idealismo alemán del siglo XVIII, en su posterior pedagogía progresista del XIX, en su heredero constructivismo de inicios del XX y en las escuelas de la extinta República española. Es decir, como mínimo tienen más de dos siglos y por tanto poco de innovador ostentan. Sólo un ignorante en historia se obstinaría en llamar innovadoras a las pedagogías teóricas. Además, no se trata de innovar el sistema educativo, se trata de mejorarlo con prácticas eficientes.

A pesar de todo lo anterior hoy en día está de moda hablar más de educación emocional y constructivismo, que no de instrucción y adquisición de conocimientos a largo plazo. Piaget, el inventor del constructivismo, creía que los conocimientos estaban de manera oculta al nacer el niño, por eso decía que educar no consiste en llenar un vaso vacío, sino en encender un fuego latente. Como siempre esto suena muy bien, pero no es cierto dado que una mente recién nacida no posee la tabla de multiplicar, ni la lectoescritura como tampoco todos los avances humanos que podamos enseñar desde una buena escuela. Pero las creencias de Piaget se han vuelto dogma en nuestras leyes y muchos son quienes repiten su salmodia hasta que una mentira repetida mil veces convenza al más empirista y racional.

Piaget añadía que cuando enseñamos a un niño algo, le estamos prohibiendo que lo descubra por sí mismo, afirmación que topa de nuevo con una grave falsedad, y es que, si no le enseñamos lo antecedente, difícilmente lo aprenderá y aún menos evitará los errores pasados para avanzar hacia nuevos y mejores pensamientos. Para ello devienen fundamentales los docentes doctos transmisores del conocimiento, algo despreciado por Piaget y su constructivismo, y es bien sabido que no hay transferencia de conocimientos sin conocimientos. Además, a menos conocimientos enseñados y aprendidos, menor capacidad del alumno para adquirir duraderamente nuevos y mejores conocimientos, con lo que el constructivismo provoca la demolición del sistema escolar y del propio constructivismo.

De todas formas, el constructivismo puede funcionar entre aquellos adultos bien dotados de muchos conocimientos, ya que, a más conceptos previos, mayor capacidad de adquisición de nuevos. El problema es que en primaria y secundaria la cosa no es así. Los aprendices no ostentan esa capacidad todavía. En definitiva, que el docto puede aprender de manera constructivista al ostentar muchos saberes, pero el aprendiz no al estar falto de ellos. El experto puede construir nuevos conocimientos, pero el novato debe aprenderlos. Además, y si el alumno procede de una familia con pocos conocimientos, la única manera de igualarse con los compañeros de padres más doctos es una instrucción escolar con una transmisión de conocimientos rigurosos. La equidad no significa rebajar los contenidos, la equidad se alcanza gracias a buenos y cultos profesores, no con charlatanes creyentes en el constructivismo.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *