• Opinión
  • 24 de mayo de 2024
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Estresados

Estresados

Estresados

Desde un punto de vista tecnofeudal, la reforma cibercompetencial ha sido un éxito indiscutible, desde un punto de vista pedagógico ha sido una auténtica catástrofe

Çiğdem Onur. / Pixabay

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Andreu Navarra

 

En su breve estudio Estrés y libertad (traducido por Paula Kuffer y publicado en Buenos Aires por Ediciones Godot), Peter Sloterdijk reflexionaba sobre la naturaleza política del estrés. Mientras nuestra sociedad suele hablar de esta potencia patológica como de un problema individual, parece claro que el estrés se inyecta y se gradúa desde las instituciones para mantener unidas a las sociedades y a los Estados. De lo contrario, sin presión ideológica, sin sutiles sistemas de vigilancia, ¿cómo lograrían sobrevivir las estructuras verticales?

La particular concepción que el filósofo de Karlsruhe tiene del estrés nos ayuda a comprender qué está pasando en la Europa de las reformas competenciales. En otro lugar he escrito largo y tendido de nuestras leyes de educación como dispositivos “nacionalistas”, es decir, como definidoras de ortodoxias que dejan fuera a toda clase de “disidentes”, “antiguos” o “vagos obsoletos” que han de ir siendo reemplazados en nuestra vida pública. El problema es cuando esos mismos reemplazos dejan de llegar, porque el estresor oficial se ha pasado de la raya, y en lugar de obediencia lo que cultiva es un mero colapso y otorga más dividendos la desobediencia o el disimulo que la aceptación de la “autocrítica”.

Las revoluciones, según Sloterdijk, son enormes inyecciones de estrés social, que posibilitan los cambios acelerados y estimulan la productividad. El maestro del estrés político era, naturalmente, Iósif Stalin, del cual nuestros legisladores más visionarios y milenaristas y sus palmeros mediáticos no son más que aprendices de tercera fila: sin embargo, al ser incapaces todos de construir una alternativa al Tecnolibertarismo siliconiano, se han convertido en peligrosos clones del cibergurú californiano. Y si a esos telepredicadores de la Ciberverdad les añadimos toda la carga acusatoria del neocalvinismo hoy hegemónico, la gran fiesta del estrés insostenible está servida.

La monomanía constructivista (en realidad, un dogma) nos ha licuado las vidas, y también las escuelas: “Desde hace unas décadas, se ha convertido en una moda intelectual definir como construcción todo tipo de autoridad del mundo que habitamos en común, para así despojarla de cualquier apariencia de naturalidad y autoevidencia. La “sociedad” se presentará siempre como el constructor común. De ahí que se hable, como si fuera lo más normal, de la construcción social de las necesidades, de la construcción social de la infancia, de la construcción social de la sexualidad, de la construcción social de la feminidad e incluso de la construcción social de la menopausia” (pág.51). Seguro que todo esto nos sonará. El problema es que esta reducción de los conceptos a la pura reactividad emocional no ha conducido a un mayor espacio de libertad, sino a una especie de estado estresante de vigilancia ortodoxa mutua.

¿Cómo ha sido posible? Sloterdijk lo explica de la siguiente forma: “Ahora me gustaría explicar por qué el discurso sobre la construcción social de la realidad tiene un significado distinto al que pretenden los adeptos de la jerga constructivista. De hecho, en la modernidad la realidad es una construcción, pero no una construcción del sujeto, sino una construcción de los defensores de la objetividad, que no pretenden otra cosa que evitar la evasión del sujeto de la realidad común del estrés” (pág. 52). En otras palabras, los que parecen más libertarios son, en realidad, los más autoritarios, que prometen lo contrario de lo que imponen. Esto explicaría que los pedagogistas y los lomloístas, en nombre del libertarismo rousseaniano, en nombre de la ligereza y la equidad, obliguen a formar parte de rebaños humanos que declinan pensar por sí mismos, obligando a la población a permanecer en la minoría de edad civil, o a resignarse a su condición económica considerada una “identidad” o un “ser”, coaccionando a los partidarios del estudio, la autodisciplina, la movilidad y los sentidos duros, objetivados, racionalistas. Recomendando el exilio y el ostracismo para los disidentes de hoy, partidarios de los significados compartidos y los conocimientos lógicos y secuenciados.

En otras palabras, el pedagogismo utiliza el estrés como herramienta de coacción política para acabar con la pluralidad identitaria y los futuros diversos, para crear una unanimidad ideológica reducida al Estándar Digital obligatorio. Un estándar exhibicionista, emorreacionario, ultraconsumista, hedonista hasta la anhedonia generalizada e hiperactiva. Así es el Tecnolibertarismo, una ideología psicopática y éticamente irresponsable: una estrategia de mercado impecable y totalmente invasiva, absoluta en su fortaleza de argumentos cíclicos.

Escribe Peter Sloterdijk, en 2011: “si la nueva libertad llega hasta tal punto que derriba el peso de lo objetivo, la reacción de la realidad no se hace esperar. A partir de ese momento, el concepto de realidad como tal adopta un tono reactivo, si no con un dejo restaurativo. La modernidad solo llega a descubrir qué es la realidad después de que su intento por derribar su peso alcanzara el éxito durante un tiempo acotado” (pág. 44). Esto es lo que acaba de ocurrir tras la aprobación de la LOMLOE, hace ya cuatro años. Con esta nueva revolución tensora, el estrés docente y discente ha llegado a un volumen tal que ha convertido la reforma en un proceso imposible, por la sencilla razón de que cualquier otra propuesta más “realista”, incluso más insatisfactoria, en el sentido de menos utópica y más disciplinaria, era más tolerable.

La llamada a la adhesión que llevaba treinta años funcionando se ha quebrado: no se puede cumplir con los decretos de evaluación emanados de la LOMLOE. Produce menos riesgo y menos estrés la desobediencia que la servidumbre a un constructo cultural tan aberrante. La ortodoxia y la indefensión jurídica han dejado fuera a tanta gente que el sistema está a punto de implosionar, como ya ha ocurrido en Catalunya, donde la Innovación Disruptiva ha sido tan violenta que no ha dejado espacio alguno de vida propia o creatividad.

Toda posible objetividad se ha volatilizado, todo posible respiro al margen de la burocracia de vigilancia se ha esfumado: lo único que tenemos realmente sobre la mesa es la irrupción de la realidad (las pruebas PISA, los índices de ansiedad) que, efectivamente, toma la forma de un reactividad restaurativa, una fuerza centrípeta que se realiza en nombre de la reflexión y del sentido común.

Por su parte, los pedagogistas más mediáticos se esfuerzan más que nunca en mantener el esfuerzo de sumisión, su revolución tensora, su hegemonía cultural licuante, su praxis persecutoria y acusadora. Pero este estrés laboral que provocan es insostenible, los estragos que han causado en la credibilidad del sistema nos abocan a una crisis generalizada de confianza, a una quiebra social que solo favorece a un diseño privatizador, desregulador y desigualador. La revolución siliconiana en curso es un esfuerzo extractivo, no una metodología pedagógica que triunfa. Ya no es posible disimularlo más: la intrusión empresarial es demasiado descarada. La estrategia del nuevo sentido común ultraconservador es ya otra: mostrar que el intrusismo extractivo es ya inevitable, totalmente real e irreformable, convirtiendo a la resignación en el único camino posible. Desde un punto de vista tecnofeudal, la reforma cibercompetencial ha sido un éxito indiscutible, desde un punto de vista pedagógico ha sido una auténtica catástrofe.

La pregunta que deberíamos hacernos, por lo tanto, es: ¿Cómo reaccionar sin reaccionarismo? ¿Cómo fomentar lo que Sloterdijk llama “liberalidad” sin volver a caer en las cárceles de la naturaleza neoliberal? ¿Cómo ser liberales sin ser neoliberales? ¿Cómo dejar de aceptar que la única posibilidad para docentes y discentes sea un aplastante estrés, aquí donde el sistema pone todo su esfuerzo en negar que ese estrés exista? ¿Qué hay que restaurar? ¿Qué hacemos, en definitiva? ¿Cómo nos libramos del pedagogismo que es el brazo secular de la Postdemocracia-mercado? Rescatemos la objetividad y la escuela pública igualitaria, que enseñe sin el dispositivo de dominio político que utiliza el estrés como arma principal de sometimiento.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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