• Opinión
  • 24 de mayo de 2024
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Qué es digitalizar la educación

Qué es digitalizar la educación

LA GRAN ESTAFA. Sección de opinión a cargo de David Cerdá

 

Qué es digitalizar la educación

Lotta Edholm: «La digitalización en las escuelas ha sido en gran medida un experimento»

alexmogopro. / Pixabay

 

Licencia Creative Commons

 

David Cerdá

 

Lo que el legislador llama «digitalización» es una mezcla de humo y obviedades, con escasa o nula traslación práctica: hitos bobos como el del «hiperaula» son solo señuelos con los que se sepultan deficiencias en computación y pensamiento crítico.

La LOMLOE menciona la «competencia digital» hasta en catorce ocasiones: es la expresión más abundante. Dice que «se hace necesario que el sistema educativo dé respuesta a esta realidad social e incluya un enfoque de la competencia digital más moderno y amplio». La digitalización conforma, junto a la empleabilidad, el eje principal de la última propuesta normativa en materia educativa. Curiosamente, es raro el docente que sabe en qué consiste dicha competencia; no digamos el ciudadano de a pie. Tampoco es que importe, porque de lo que se trata es de subirse al último carro atractivo y nunca jamás plantear una educación republicana, en el sentido condorcetiano del término: pública, emancipadora en lo individual y civilmente poderosa.

¿Cómo es posible que hablemos sin parar de «digitalización» en ámbitos educativos sin ponerle el cascabel a ese gato? Entre otras cosas, gracias a esta ley: «Las Administraciones educativas regularán […] una materia para el desarrollo de la competencia digital», dice la LOMLOE, en uno de sus acostumbrados brindis al sol, para coronar con esta maravilla: «Haciendo hincapié en la brecha digital de género», de cuya existencia, confesaré, ni tenía noticia ni la tengo. ¿Desde cuándo las niñas tienen menos acceso a internet que los niños, las adolescentes que los adolescentes? El propio ONTSI (Observatorio Nacional de Tecnología y Sociedad) dice en marzo de 2023 que «el 92,8% de las mujeres españolas de 16 a 74 años usa internet al menos una vez a la semana, apenas dos décimas por debajo de los hombres»; pero el ONTSI será uno de esos entes que, como a los propios profesores, el legislador nunca escucha, siguiendo puntualmente el principio que enuncia Walter Matthau en el filme En bandeja de plata de Billy Wilder: «No dejes que la verdad te estropee una buena historia».

Si uno consulta el marco de esa competencia digital en primaria («uso crítico y responsable de las tecnologías digitales», «alfabetización en información y datos, la comunicación y la colaboración, la educación mediática») se da cuenta que su meollo es el pensamiento crítico, que por supuesto no se aborda a esas edades; tampoco se hace en secundaria sino falsaria, digo, transversalmente. También se habla de saber programar, y tampoco eso se hace, salvo en secundaria y para quienes escojan una optativa (estos apenas tocan algunos rudimentos). En la lista de los arcanos, se añade el «bienestar digital» (¿será no ser acosado en redes, u otra cosa?), y, recordemos que hablamos de primaria, «la ciudadanía digital, la privacidad, la propiedad intelectual, la resolución de problemas y el pensamiento computacional».

También se menciona la necesidad de desarrollar «una cultura digital en los centros y en las aulas», de la que tampoco hay noticia que sobrepase la obviedad de que vivimos en un mundo entreverado de artefactos digitales. De modo que esta es la digitalización que se propone, un catálogo de bellos propósitos desprovistos de contenido real junto a la cuidadosa huida de que la gente aprenda a pensar —lógica, dialéctica, cognición y otras fruslerías—. Mientras nosotros nos enredamos en esta pretenciosa palabrearía que en nada concierne a la verdadera creación digital —un mundo que conozco profesionalmente— y conseguimos que los chavales lleguen a la edad adulta sin cuatro nociones básicas de ofimática y sin capacidad alguna para enfrentarse a problemas computacionales (¿no sería esa una manera verdadera moderna y valiosa de enriquecer sus empeños matemáticos?), otros países, recientemente Suecia, hacen de la reducción del tiempo de los estudiantes frente a las pantallas uno de sus ejes educativos.

Como ha dicho Lotta Edholm, la ministra de Escuela sueca (ya es bello y humilde el nombre del cargo) lo que ha denominado nuestra acción hasta ahora es una «actitud acrítica hacia la digitalización en la escuela», añadiendo que «la digitalización en las escuelas ha sido en gran medida un experimento». Dijo todo eso preocupada con los datos: la pérdida de 11 puntos en la comprensión lectora de los jóvenes de su país, que fue anunciado en el Informe PIRLS 2021.

Seguramente nos está faltando lo más básico: formar creadores digitales empieza por hacerlos hábiles computacionalmente. Ya en 2006 el European Parliament and the Council decía de esta competencia digital que se apoya «en las habilidades del uso de ordenadores para recuperar, evaluar, almacenar, producir, presentar e intercambiar información». Excuso decir que el español medio de dieciocho años de hoy sabe menos de ordenadores que hace veinte o treinta años.

Pero es que nosotros no estamos preparando creadores, sino consumidores; y sobre todo súbditos. Compramos cachivaches como pizarras digitales —que pueden ser muy útiles, eso no se discute— y nos damos por digitalizados; destruimos la cultura a la vez que jugamos a instaurar una «cultura digital» que es la nada. Incidimos en lo que no requiere refuerzo ninguno, pues entre móviles, apps y redes sociales pasan los adolescentes la mayor parte de su tiempo libre, mientras el Coeficiente Intelectual baja por primera vez en décadas; por no hablar de las competencias sociales. Si les enseñásemos a pensar y a razonar lo que está bien y está mal (a eso lo llamamos «ética»), otro gallo cantaría.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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