• A pie de aula
  • 27 de enero de 2025
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¿Es absurdo poner deberes en la época de ChatGPT?

¿Es absurdo poner deberes en la época de ChatGPT?

¿Es absurdo poner deberes en la época de ChatGPT?

Julia M Cameron. / Pexels

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Paco Benítez

 

Al brindarle a cada estudiante una educación de calidad y los materiales que necesitan para clase y para hacer sus deberes, podemos ayudar a estudiantes de todos los orígenes y entornos a aprender y prosperar” (London Breed, ex alcaldesa de San Francisco).

 

El título de este artículo está inspirado en una respuesta afirmativa a esta pregunta con la que Antonio Solano Cazorla (profesor y catedrático de lengua y literatura y director de instituto público) nos ha obsequiado recientemente. En la entrevista que le hicieron en un medio de prensa escrita se explaya en diversas afirmaciones categóricas sobre temas muy complejos de educación que bien convendría analizar más detenidamente, sobre todo porque algunas de las que vierte van en contra de lo que dicen las evidencias científicas y empíricas al respecto, e incluso de la realidad actual de las aulas. Por poner algún ejemplo, da por sentado que la repetición es algo muy común en nuestro sistema educativo ya que hasta dos veces en una corta entrevista lo menciona, por ejemplo, al decir “si un estudiante no alcanza una competencia en 1º de ESO no hay que hacerle repetir por defecto porque a lo mejor el resto de competencias sí las tiene”.

Pero la realidad es muy diferente, ya que lo que “por defecto” ocurre es que cada vez un mayor número de estudiantes con diversas competencias sin alcanzar van pasando de curso año tras año debido a una normativa que así lo estipula y a una presión y coacción hacia el profesorado que se resiste a ello por parte de la administración educativa y algunos inspectores de educación hasta plantarse en cursos avanzados de la ESO con serias carencias que rozan el analfabetismo funcional.

Más adelante en la entrevista se hace un atisbo del ya clásico ataque a los contenidos cuando al preguntarle si la ecuación de menos temario y más lectura es una fórmula educativa de éxito y se responde que sí, haciéndose además una crítica a la enseñanza de la morfosintaxis de la lengua, y afirmando que “no les va bien porque necesitan destrezas que no tienen; por ejemplo, expresarse correctamente”. Y la verdad es que aquí las evidencias lo vuelven a contradecir ya que se flirtea con la idea de promover una enseñanza competencial diluyendo los conocimientos y la realidad es que para ser competente en algo hay que saber mucho de ese algo. No puede haber competencia ni destreza sin un dominio amplio y extenso de los conocimientos necesarios para desarrollar esa competencia.

El pensamiento crítico, el razonamiento, la resolución de problemas y la creatividad se potencian a través de la adquisición de contenido factual que se integra en la memoria a largo plazo (Willingham, 2011; Ruiz Martín, 2023), por no hablar de la importancia capital que tiene para la comprensión lectora (Willingham, 2006; Tirado Ramos, 2024). Las evidencias empíricas muestran que reducir los contenidos en el currículo en favor de destrezas generales y competencias es contraproductivo para el aprendizaje de los alumnos (OECD, 2019; Priestley & Sinnema, 2014). De hecho, no se debería hacer una contraposición entre menos contenidos y más lectura, ya que más contenidos provocará una mejor lectura; el aprendizaje de vocabulario, estructuras lingüísticas (por lo tanto la crítica al estudio morfosintáctico no tiene cabida), hechos y conceptos y el conocimiento literario y de razonamiento verbal ayudan a la lectura; tener todos esos conocimientos previos juega un papel esencial en la comprensión lectora (Scarborough et al., 2009; Smith et al., 2021). Por lo tanto, es gracias a los contenidos, al conocimiento, que nuestros alumnos podrán aprender a “expresarse correctamente”.

Ahora bien, volviendo al tema de los deberes, que es el objetivo principal de este artículo, convendría analizar detenida y profundamente un tema que está tan enraizado en la cultura escolar antes de lanzar afirmaciones rotundas al respecto como que “eso [los deberes] es solo tenerlos entretenidos y cero aprendizaje. Encima, castigas al que no hace los ejercicios. Vaya invento”. Porque como en todos los aspectos de la vida que son complejos, convendría incluir un “depende” en lugar de ser tan tajante. Para empezar, convendría saber qué nos dicen los estudios rigurosos y las evidencias sobre los aspectos positivos y negativos de que el alumnado tenga deberes, especialmente en relación a su impacto en su aprendizaje.

Lo cierto es que hay muchos estudios al respecto y muchos se contradicen entre sí, y quizás la razón de toda esta ambigüedad está en que es muy difícil aislar los efectos de los deberes de la gran diversidad de factores que pueden llegar a afectar a los logros de los estudiantes (Muijs & Reynolds, 2018). Los principales efectos positivos a corto término de los deberes son una mayor retención de hechos y conocimientos, incremento de la comprensión, mejora de las habilidades de pensamiento crítico y de procesamiento de la información, y la posibilidad de extender el currículum; por su parte, los beneficios a largo término incluyen el desarrollo de mejores hábitos de estudio, el desarrollo de mejores actitudes hacia la escuela y el estudio, y el estímulo de aprender fuera de las horas lectivas. También existen puntos positivos que no son estrictamente académicos, como el desarrollo de una mayor autodirección y autodisciplina, más aprendizaje y más resolución de problemas de manera independiente, mejor organización del tiempo, y más curiosidad.

Por otro lado, los aspectos negativos de los deberes incluyen la hartura debido a que los estudiantes se cansan de estudiar, lo cual puede llevar a una pérdida de motivación e interés por el trabajo académico, hacer trampas y copiarlos o bien de sus compañeros o de alguna otra fuente (aquí entraría de lleno la IA), y pérdida de tiempo para actividades de ocio de fuera de la escuela, además de tensiones y peleas entre los alumnos y sus familias (Cooper et al., 2006).

Eso sí, para que los deberes sean una herramienta positiva de aprendizaje deben seguir una serie de principios (Muijs & Reynolds, 2018), el primero de los cuales es no usarlos como un castigo, ya que si no los estudiantes no los verán como una actividad de aprendizaje y se esforzarán menos. Por el mismo motivo, el profesor siempre debe proporcionar algún tipo de feedback al alumnado sobre sus tareas (además de que es una fuente de información para el docente sobre el progreso de sus pupilos). Además, las tareas escolares son más efectivas si refuerzan las principales ideas curriculares y si son complejas y representan un desafío para el aprendiente, pero a la vez éste puede ser capaz de completarlas de manera exitosa para evitar confundirle o frustrarle. También es deseable conectar lo que han aprendido en el aula con su vida cotidiana para hacerlas más relevantes y ayudar así a que las puedan integrar en su memoria a largo plazo. Así mismo, si los deberes no se han hecho los estudiantes deben tener algún tipo de consecuencia, ya sea hacérselos hacer en algún descanso, darles alguna nota negativa, o retirarles algún tipo de privilegio, para evitar así que dejen de tomárselos en serio, lo cual podría provocar que esa falta de trabajo en casa se convierta en un problema general del grupo-clase.

Finalmente, está el tema de cuánto al tiempo y la cantidad de deberes; la investigación nos dice que para los primeros cuatro cursos de primaria lo ideal serían alrededor de 20 minutos al día, mientras que para los últimos años de la primaria unos 30-40 minutos; y para la secundaria, hasta un máximo de 90 minutos (Trautwein, 2007). Y para que este último punto se pueda controlar bien se ha demostrado muy efectivo establecer una política de deberes común para todo el centro educativo, ya que favorece que todo el alumnado sea tratado del mismo modo debido al hecho que todo el profesorado aplica las mismas normas, y sobre todo porque evita los problemas que pueden surgir cuando diferentes profesores ponen una gran cantidad de deberes para que el alumnado lo complete durante el mismo periodo de tiempo.

Por lo tanto, si las evidencias demuestran claramente el impacto positivo de los deberes en el proceso de aprendizaje del alumnado, especialmente para la etapa de secundaria, ¿debemos resignarnos a no hacer uso de ellos porque existe una tecnología que puede ser utilizada de forma disruptiva? O peor aún, ¿porque hay familias que los consideran “odiosos y tediosos»? Para empezar, cualquier aprendizaje, como cualquier trabajo profesional, pasa por algunos, si no abundantes, momentos aburridos, y ser capaz de comprenderlo y apechugar con ello es parte de la vida. En la escuela, como en la vida, “no tot són flors i violes”, que dicen en mi querida tierra natal catalana.

Partamos de la base de que cuando un docente manda deberes no lo hace para incordiar ni para castigar al alumnado, como este profesor deja entrever en su entrevista, sino que lo hace con un objetivo de aprendizaje relacionado con una planificación pedagógica detrás. Y partamos de la base también de que los docentes intentamos tener en cuenta los buenos principios descritos en el anterior párrafo a la hora de poner deberes, lo que no quiere decir que en alguna ocasión no consigamos afinar todo lo que nos gustaría, ya que somos seres humanos y nos podemos equivocar. De hecho, los beneficios de los deberes no se circunscriben solamente al ámbito académico; según investigaciones recientes incluso les hacemos un favor a la salud mental de nuestro alumnado, ya que hacer deberes está entre una de las actividades que la mejoran, además de que quita tiempo para otra actividad que la empeora, que es el uso del teléfono móvil y las redes sociales (Twenge et al., 2018).

Hacer los deberes es una de las cinco actividades (junto a hacer deporte y otras formas de ejercicio físico, asistir a servicios religiosos, leer libros y cualquier otro material impreso, y las interacciones sociales en persona) que tienen una relación inversamente proporcional con la depresión.

Por otro lado, otro punto que no es baladí es el relacionado con potenciar la responsabilidad individual del alumnado, en trabajar su autonomía de aprendizaje y autorregulación; los alumnos para completar los deberes tienen que desarrollar habilidades como motivarse a ellos mismos, inhibirse de distracciones, usar estrategias para completar las tareas, gestionar el tiempo, establecerse objetivos, auto reflexionar sobre su desempeño, y tener capacidad de autocontrol para postergar la gratificación, habilidad esta última que está correlacionada positivamente con el éxito académico a lo largo de la vida, además de múltiples beneficios a nivel social y de salud, especialmente en los estudiantes más desfavorecidos (Ruiz Martín, 2019). Por lo tanto, ¿no es hipócrita criticar que el profesor ponga deberes a tus hijos aduciendo que les agobias cuando luego hacen dos o tres extraescolares a la semana? Es más, y teniendo en cuenta que el promedio de uso del móvil en los adolescentes en España es de 4 horas y 15 minutos diarios, ¿no deberían verse los deberes como algo positivo y que, a parte del valor de aprendizaje y de trabajar la responsabilidad individual que llevan consigo, ayudan al menos a que nuestros jóvenes se separen de la tecnología durante un tiempo por las tardes?

Es cierto que actualmente con el desarrollo de herramientas de IA tan potentes como ChatGTP hay ciertas tareas escolares que es mejor no poner a nuestro alumnado debido a lo fácil que les puede resultar hacer trampas y no hacerlo ellos mismos: escribir una redacción sobre un determinado tema, analizar una serie de oraciones morfosintácticamente o resolver algunos problemas matemáticos, por poner algunos ejemplos. Yo soy el primero que este tipo de práctica que ayuda al alumnado a mejorar y ser competente la circunscribo desde hace ya unos años todo cuanto me es posible al aula, donde puedo controlar al 100% que lo hacen mis alumnos y no lo externalizan en la IA, ya que el objetivo es desarrollar la capacidad cognitiva de los aprendientes que esas tareas pretenden. Pero aquí, una vez más, depende del alumno, de su carácter, de la supervisión familiar que tenga en casa, o del nivel académico en el que se encuentre.

Por ejemplo, no es lo mismo un alumno responsable que uno holgazán, el cual seguramente hará un uso incorrecto de la IA para hacer su tarea, aunque eso signifique no haber aprendido nada. Ni tampoco es lo mismo para alumnos de diferentes niveles académicos; yo por ejemplo a mis alumnos de 2º de Bachillerato suelo ponerles de tareas que hagan writings y doy por hecho que no hacen trampas porque ellos saben muy bien que se las estarían haciendo a ellos mismos (es una práctica que les hará mejorar el día del examen de selectividad y que desde el primer día de clase les hago didáctica para que interioricen que cuántos más hagan y más aprendan de sus errores, mejor les acabará saliendo). Uno de los beneficios que tienen los deberes es el de poder alargar el tiempo de aprendizaje y completar lo que pudiera no haberse acabado en el aula.

Por otra parte, hay muchos ejemplos de deberes que no tienen por qué ser ni tediosos ni odiosos, además de que el ayudarse con la IA es muy difícil; como mucho se podría utilizar para tener ideas que poder aplicar a la elaboración de la tarea final, y ése sería un uso muy productivo y adecuado de la IA, por cierto. Algunos de estos ejemplos de tareas que suelo poner a mis alumnos son la creación de imágenes metafóricas relacionadas con las causas y las consecuencias de la 1a GM que posteriormente se deberán explicar a los compañeros en el aula, la elaboración de un vídeo en el que los alumnos explican una invención, o la lectura un capítulo de un libro que se debatirá y trabajará en clase al día siguiente. Podría seguir poniendo multitud de ejemplos de otros compañeros igual o más válidos, pero por el bien del lector no quisiera alargar un artículo en el que ya me estoy extendiendo más de lo que me gustaría.

De hecho, incluso aceptando que cuando en la entrevista se afirma que “tengo dos hijas y me he tirado tardes enteras haciendo deberes con ellas porque eran incapaces de hacerlos solas” esos docentes no habían calibrado la idoneidad y el nivel de dificultad de esas tareas para casa, también es verdad que uno de los beneficios que tienen los deberes, siempre y cuando las familias lo interpreten de ese modo, claro está, es que favorece la involucración de los padres en ayudar al aprendizaje de sus hijos. Pero parece ser que este padre de familia ha tenido mucha mala suerte y todos los deberes que sus dos hijas han realizado a lo largo de toda su etapa escolar han sido aburridos, de un nivel no acorde al del aprendiente y sin tener impacto alguno en su proceso de aprendizaje. ¡Qué le vamos a hacer! Pero lo que sí dicen las evidencias es que los padres que muestran interés en los deberes ayudan a que sus hijos adquieran el sentimiento de que los deberes son importantes y valiosos (Hallam, 2004).

Nos encaminamos hacia una realidad social en la que cada vez más las personas delegan sus funciones mentales y cognitivas en la tecnología, y eso tiene un riesgo ya que castra la propia autonomía personal. Las familias, sabiendo los beneficios pedagógicos que tienen los deberes y los peligros que tiene la IA, deberían proteger a sus hijos de ellos y monitorizar que hagan sus tareas escolares sin hacer trampa para así poder desarrollar las capacidades y aprendizajes que esas tareas persiguen. Porque como dice la compañera Ana María Pedraza Moreno, profesora de física y química en Andalucía, en poco tiempo se reproducirá la brecha del móvil entre los niños que tienen familias “castradoras” y los que no, bien porque son familias que no alcanzan a comprenderlo, bien porque son de las optimistas tecnófilas.

Es mucho más probable que el uso indiscriminado de la IA por parte de los alumnos suponga un menoscabo en la capacidad cognitiva de la mayoría (es como darle una calculadora a un niño de 6 años para que haga las sumas), ya que los niños y adolescentes dejan de ejercitar su capacidad de pensar y elaborar sus propios trabajos, atrofiándose así su capacidad creativa. Es lo que algunos psicólogos han denominado “sedentarismo mental”. Se atisba en el horizonte un movimiento de padres cultos y concienciados que protegerán a sus vástagos del uso prematuro de la IA de la misma manera que los directivos de Silicon Valley protegen a los suyos de la tecnología que venden a las masas.

Y por esta razón, la cuestión no debería ser si deberes sí o deberes no (el “si” no debería ni plantearse), sino el cómo, y especialmente para el caso del alumnado de entornos socioeconómicos humildes, los cuales partirán en desventaja al no tener una supervisión tan fuerte de sus progenitores. La cantidad de deberes no se relaciona positivamente con los logros del alumnado, sino que son los factores de calidad como gestionar las distracciones, la autoeficacia y la responsabilidad percibida para el aprendizaje, el establecimiento de objetivos, la autorreflexión, la gestión del tiempo, y fijar un lugar para completar los deberes (Ramdass & Zimmerman, 2011). Así que en lugar de capitular y dejar de hacer uso de un recurso que ayuda al proceso de enseñanza-aprendizaje porque existe una dificultad como es el reto que suponen las herramientas de IA, los docentes deberíamos buscar soluciones y practicar en nosotros mismos los consejos que les solemos dar a nuestros alumnos cuando les decimos que deben ser capaces de superar desafíos, enseñarles con nuestro ejemplo (acta non verba) en lugar de rendirnos a las primeras de cambio.

Se me ocurren algunas propuestas para conseguirlo, y una de ellas ya ha demostrado tener un impacto positivo con el alumnado de un entorno socioeconómico desfavorecido, como son los llamados “clubes de deberes en la escuela” (Hallam, 2004), en los que los centros educativos ofrecen sus instalaciones y personal de apoyo por las tardes para ayudar al alumnado a realizar los deberes y sobre todo para que tenga un espacio adecuado de tranquilidad y con recursos de todo tipo para facilitarle dicha tarea. Para esto se requiere inversión y recursos, pero si la administración realmente quiere ocuparse de la inclusión no valen las excusas disfrazadas de lenguaje buenista. Por otro lado, habría también que formar al profesorado sobre los tipos de tareas escolares que podrían tener un mayor sentido pedagógico en los tiempos actuales de la IA, y esto querría decir que los cursos sobre bienestar emocional, nueva metodologías y competencia digital deberían dejar de monopolizar la oferta formativa pública al profesorado para dar paso a aspectos más útiles de la práctica pedagógica del día a día de los docentes en las diferentes materias.

Además, también se debería hacer un importante trabajo de didáctica tanto a las familias como al alumnado sobre los peligros para su formación del uso indiscriminado de la IA para completar sus tareas escolares; con las familias realizando reuniones y explicándolo (con la ayuda de algún experto si hiciera falta), y con los alumnos haciéndoles conscientes y seduciéndolos con la idea de que solo aquellos que puedan resistirse a esa facilidad serán los empoderados y escaparan de la inevitable “esclavitud tecnológica” y tendrán autonomía personal y una mayor posibilidad de éxito futuro personal. Puede parecer utópico, pero si no lo intentamos nunca lo comprobaremos, y si algo me ha enseñado mi experiencia docente es que los alumnos te pueden llegar a sorprender mucho, y muchas veces para bien.

Por el simple hecho de que haya alumnado que haga trampa, ¿debemos eliminar un recurso del que muchos otros se podrán beneficiar? Es como si por el hecho de que existen alumnos que copian en los exámenes, decidiéramos eliminarlos (lo que por cierto sería el sueño húmedo de muchos pedagogos modernos). Porque en general los deberes, según multitud de estudios rigurosos, y a pesar de las opiniones y las experiencias personales que cada uno tenga o haya tenido y de toda la demagogia educativa que se pueda hacer al respecto, son un elemento potenciador del aprendizaje, y como tal, un elemento primordial del sistema educativo. Porque ya lo he repetido en otras ocasiones, pero nunca debemos olvidar que el objetivo principal de la escuela es que nuestros alumnos aprendan, aún cuando tengan que hacer cosas que no les guste. De la misma manera que por el hecho de que a la mayoría de niños no les gusta la verdura y la consideran “odiosa” no la eliminamos de su dieta porque sabemos que le hace bien a su organismo, igual los deberes les puede hacer bien a su aprendizaje.

Y lo que no deja de sorprenderme es que todas estas propuestas de los abanderados de la vieja “nueva” educación siempre acaban perjudicando al alumnado procedentes de familias desestructuradas y/o de entornos socioeconómicos desaventajados: eliminar los deberes cuando “los alumnos socioeconómicamente favorecidos y aquellos que asisten a centros que también lo son suelen pasar más tiempo haciendo deberes” y “una mayor cantidad de tiempo destinada a los deberes está relacionada con un mejor rendimiento de los alumnos y los centros” (OECD, 2014), lo cual lleva a que la misma OCDE recomiende que “los centros y los profesores deben buscar formas de animar a los alumnos desfavorecidos y con dificultades para que realicen los deberes”; criticar los contenidos en pos de unas competencias/destrezas generales; promover el aprendizaje por descubrimiento mediante metodologías como el ABP; o introducir el DUA que está basado en un conjunto de neuromitos.

Parece como si todas estas ideas fueran encaminadas a menoscabar su aprendizaje, siempre, eso sí, bajo una actitud condescendiente y una apariencia y un lenguaje chachipiruli. Suerte que ellos mismos se presentan como los abanderados de la inclusión, si no acabaríamos pensando que ese es su objetivo.


Referencias bibliográficas:

Cooper H, Robinson, J.C. & Patel, E.A. (2006). Does Homework Improve Academic Achievement? A Synthesis of Research, 1987-2003. Review of Educational Research, 76(1), 1-62.

Hallam, S. (2004). Homework: The Evidence. London: Institute of Education.

Muijs, D. & Reynolds, D. (2018). Effective teaching. Evidence and practice. London: SAGE.

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OECD. (2019). Conceptual learning framework: Knowledge for 2030 concept note. https://www.oecd.org/education/2030-project/teaching-and-learning/learning/knowledge/in_brief_Knowledge.pdf

Priestley, M., & Sinnema, C. (2014). Downgraded curriculum? An analysis of knowledge in new curricula in Scotland and New Zealand. In Creating curricula: Aims, knowledge and control (pp. 61–86). Routledge.

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Ruiz Martín, H. (2019). ¿Cómo aprendemos? Una aproximación científica al aprendizaje y la enseñanza. Barcelona, Graó.

Ruiz Martín, H. (2023). Edumitos. Ideas sobre el aprendizaje sin respaldo científico.  International Science Teaching Foundation.

Scarborough, H. S., Neuman, S., & Dickinson, D. (2009). Connecting early language and literacy to later reading (dis) abilities: Evidence, theory, and practice. Approaching Difficulties in Literacy Development: Assessment, Pedagogy and Programmes, 10, 23–38.

Smith, R., Snow, P., Serry, T., & Hammond, L. (2021). The role of background knowledge in reading comprehension: A critical review. Reading Psychology, 42(3), 214–240.

Tirado Ramos, M. A. (2024a). Dime cómo lees y te diré cómo aprendes: ¿Qué nos aporta la investigación a la enseñanza de la lectura?. Supervisión 21, 71(71). https://doi.org/10.52149/Sp21/71.8

Trautwein, U. (2007). The Homework-achievement Relation Reconsidered: Differentiating Homework Time, Homework Frequency, and Homework Effort. Learning and Instruction, 17(3), 372-388.

Twenge, J.M., Joiner, T.E., Rogers, M.L. & Martin, G.N. (2018). Increases in depressive symptoms, suicide-related outcomes, and suicide rates among U.S. adolescents after 2010 and links to increased new media scree time. Clinical Psychological Science 6(1), 3-17.

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Willingham, D. T. (2011). ¿Por qué a los niños no les gusta ir a la escuela?: las respuestas de un neurocientífico al funcionamiento de la mente y sus consecuencias en el aula (Vol. 34). Graó.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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