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  • 12 de noviembre de 2024
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Creencias de lujo educativas

Creencias de lujo educativas

Creencias de lujo educativas

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Paco Benítez

 

“Los hombres vanidosos se proclaman a sí mismos herederos de un libertinaje de moda, que en su corazón no aprueban, y del que tal vez no son realmente culpables. Quieren ser elogiados por lo que ellos mismos no consideran digno de elogio y se avergüenzan de sus virtudes pasadas de moda, que a veces practican en secreto y por las que en el fondo tienen cierto grado de veneración real”. (Adam Smith, Teoría de los sentimientos morales, 1759).

El concepto de “luxury beliefs” (creencias de lujo) ha sido definido y popularizado por el escritor y comentarista político estadounidense Rob K. Henderson en la última parte de su libro Troubled: A Memoir of Foster Care, Family, and Social Class, publicado recientemente en febrero de 2024. Previamente, Henderson ya había introducido el concepto en un artículo de 2019 publicado en el New York Post. Este término se refiere a ideas y opiniones que la élite socioeconómica (normalmente personas de etnia blanca adinerada) forja con el fin de aumentar su estatus social, pero dañando los intereses de las clases más humildes. Es decir, que la persona que tiene y esparce estas ideas no sufre sus consecuencias, pero en cambio los demás sí. El motivo por el que las élites tienen creencias de lujo es porque las clases altas antes señalaban su estatus social mediante la compra de bienes materiales caros, pero como en la actualidad esos bienes están al alcance de un estrato social cada vez más amplio, las clases pudientes han recurrido a diferentes estatus simbólicos para marcar su posición superior. Por esta razón las creencias de lujo han sustituido a los bienes de lujo como marcador de estatus social. Se trata, en definitiva, de una crítica al actual exhibicionismo moral del que se hace gala públicamente, especialmente en las redes sociales, y que nuestro alumnado suele llamar muy acertadamente “postureo”.

Algunos de los ejemplos de estas creencias de lujo son la propuesta de desfinanciar a la policía, personas que usan términos como “heteronormativo” o “cisgénero”, o los dueños de las grandes compañías tecnológicas no dejando a sus hijos usar los productos que ellos mismos crean. En cualquier caso, lo interesante del término es el hecho de que estas creencias de lujo dañan a las clases más humildes. El propio Henderson lo explica para el caso de la desfinanciación de la policía (movimiento que incluso tiene una página web), un movimiento que empezó a cobrar mucha fama en los años 2020 y 2021 en EE.UU. entre sus élites culturales, tras el vergonzoso asesinato por parte de unos agentes de policía del ciudadano afroamericano George Floyd el 25 de mayo de 2020. Los datos en EE.UU. indican que los ciudadanos más pobres tienen siete veces más probabilidad de ser víctimas de robo y de ser víctimas de un asalto a mano armada, veinte veces más probabilidad de ser víctimas de un abuso sexual, siendo también las principales víctimas de homicidios y todo tipo de crímenes violentos. Por lo tanto, reducir la vigilancia policial va en contra de sus intereses y es una idea perjudicial para ellos (pero no para los que desde sus comunidades con seguridad privada y cámaras de seguridad han diseminado esta idea).

Lo cierto es que el propio término y las ideas descritas por Henderson han provocado una acalorada controversia, y en EE.UU. existe un fuerte y apasionado debate al respecto entre quienes le acusan, por un lado, de tener una intención en contra de los derechos de la minorías que atenta contra las ideas progresistas, y, por el otro, quienes alaban y celebran la utilidad del concepto y el debate que propone. Se trata, en definitiva, de un capítulo más de las actuales guerras culturales que existen en el discurso de los países occidentales y que tan daño hacen a su tejido social debido a la polarización ideológica que comportan. Dejo al lector que consulte las fuentes del debate y saque sus propias conclusiones.

Sea como fuere, la verdad es que cuando leí y entendí este concepto de los “luxury beliefs”, no pude más que acordarme de un pasaje de la obra Escuela o barbarie. Entre el neoliberalismo salvaje y el delirio de la izquierda, (Fernández, Liria et al., 2023: 148) cuando dice que “la izquierda parlamentaria, con todas sus diferencias, está llegando tarde al ejercicio de la autocrítica para defender, por encima de todo, el conocimiento; y a reivindicar la función intelectual del profesor y del alumno, frente a posturas psicologizantes y tecnocráticas que tan acríticamente se asumen porque “suenan bien” y que se basan en un armazón conceptual completamente ideológico y cargado de neuromitos”.

Queda muy bien, suena muy moderno repetir todos los mantras de la vieja “nueva educación”, que el alumno debe estar en el centro del proceso de aprendizaje y la enseñanza debe basarse en sus intereses y en su estilo de aprendizaje, que el aprendizaje basado en proyectos debe ser la metodología por excelencia para potenciar el aprendizaje activo y el “learning by doing” (aprender haciendo), que hay que sentar por defecto a los alumnos en grupos, que hay que reducir la instrucción directa y potenciar más la flipped classroom y el aprendizaje por descubrimiento, que hay que introducir gamificación y actividades gusten al alumnado para así evitar que se aburran en clase, que hay que eliminar el uso del libro de texto o prohibir mandar deberes, que la atención debe pasar de los conocimientos a las competencias (cuando numerosos estudios serios no han parado de demostrar que la comprensión lectora está directamente ligada a los conocimientos previos y al bagaje cultural del lector, igual que otras competencias generales como el pensamiento crítico, la creatividad o la resolución de problemas, y que por lo tanto la transferencia entre distintos campos del saber no existe) despotricar de la memoria cuando todo lo que aprendemos es con ella (Baddeley, et al., 2020). Pero todo esto no deja de ser una actitud de condescendencia que hunde a los pobres en su pobreza y desigualdad para siempre, ya que a lo que esto conduce es a una educación que perjudica el aprendizaje, especialmente el del alumnado procedente de contextos socioeconómicos más humildes (remito al lector a pinchar en los hipervínculos anteriores de este párrafo y a consultar la bibliografía al final del artículo para encontrar estudios rigurosos que lo evidencian).

Y no se trata de demonizar a ninguna metodología o estrategia de aprendizaje, ya que dependiendo de los objetivos, el grupo de alumnos, el momento del proceso de aprendizaje, o incluso del estado anímico del alumnado (que es muy diferente un lunes a primera hora o un viernes a última), el profesor puede hacer uso, gracias a la autoridad que le da su experiencia y sobre todo el ser especialista en su materia, del método que considere más adecuado. Pero lo que sí es necesario es reconocer que hay métodos que funcionan mejor que otros independientemente de los gustos del docente (Muijs & Reynolds, 2017), así como denunciar que se produzcan presiones e imposiciones metodológicas por parte de la administración educativa de las que no existen evidencias sólidas que mejoren el aprendizaje (cabe recordar la obligatoriedad de la enseñanza por ámbitos en 1o de ESO y la oferta obligatoria de la materia de proyecto interdisciplinar en la comunidad valenciana, medidas que afortunadamente fueron anuladas por el TSJCV), y que se denosten otras de las que existen sobradas pruebas que funcionan por el mero hecho de considerarse tradicionales. Como dice Héctor Ruiz Martín (2023: 326): “La historia de la educación está repleta de buenas intenciones; pero, como todos sabemos, las buenas intenciones no bastan. Resulta indispensable canalizar esos buenos propósitos por medio de acciones que posean suficiente fundamento como para maximizar la probabilidad de lograr lo que pretendemos. Por consiguiente, ser críticos con las ideas que nos interpelan, en especial cuando suenan muy bien, resulta esencial”.

Es por esto por lo que todos estos mantras educativos descritos arriba se pueden considerar como “creencias de lujo educativas”, ya que suelen proceder de personas que no van a sufrir sus consecuencias porque tienen recursos culturales y económicos para compensarlas (clases extraescolares, profesores de repaso, matricular a sus hijos en escuelas privadas y concertadas exigentes, altos conocimientos intrafamiliares de base), pero que deja abandonada a una gran masa social que será carne de cañón de futuros trabajos precarios. “Qué bien predica el que bien vive”, que decía Cervantes en la boca del gran Sancho Panza. Y este hecho clama al cielo cuando la gran mayoría de nuestros políticos, muchos de ellos los responsables de nuestras leyes educativas que refuerzan los mantras mencionados anteriormente, no llevan a sus propios hijos a colegios públicos. Es en estos casos cuando la cita de Adam Smith del epígrafe de este artículo cobra todo su sentido: cuando estas élites adoptan creencias con el fin último de obtener aprobación social. Porque a menudo practican una serie de hábitos y virtudes en privado que no están dispuestos a reconocer, quizás porque de algún modo se avergüenzan de ellas, pero en privado son respetuosos con esas creencias; en el fondo piensan que son admirables, pero son reticentes a hablar públicamente sobre ellas.

Lo más reprochable en este proceso es todo lo perjudicial que tienen todas estas ideas para nuestro alumnado, el cual debería recibir una educación basada lo máximo posible en evidencias científicas que potencien el aprendizaje, y no al revés. Porque las creencias de lujo se mueven al ritmo de la moda, y por lo tanto caducan muy rápido, y otras nuevas serán adoptadas y serán pregonadas por nuestra clase dirigente y élite social; pero el daño, en este caso para el aprendizaje de nuestro alumnado, ya estará hecho. Salustiano Martín González (2008) lo explica a la perfección:…buenos burgueses caritativos, querían evitar a los niños de las clases subalternas el sufrimiento del esfuerzo escolar, del disciplinamiento, del trabajo intelectual, de la lucha por la construcción de una voluntad al servicio de sus intereses. Por eso, la directividad se convirtió en la bicha horrible de la relación educativa y se escribieron majaderías monumentales al respecto […]; en fin, instruir en sentido fuerte y educar para la emancipación intelectual fueron acciones desalojadas de las aulas”.

Es muy curioso, o cuanto menos desconcertante, que quienes reclamamos una enseñanza que se base en una formación fuerte en conocimientos y no en una institución que fundamentalmente se encargue de tenerlos entretenidos y contentos, para así ayudar a formar ciudadanos con un fuerte espíritu crítico fundamentado, seamos tildados de reaccionarios y otros ocurrentes epítetos. Pero son los tiempos que nos ha tocado vivir. Mientras tanto hay que permanecer ajenos al ruido, a la crítica vacua y falaz, y seguir luchando por una escuela que persiga la equidad social. Porque hay empresas humanas que precisan la adopción de una actitud conservadora, ¿o a alguien le debe escandalizar que tomemos medidas para conservar la salud de nuestro planeta luchando contra el cambio climático? Pues bien, la escuela es también una de esas empresas que debe ser conservadora para así asegurarse que los conocimientos y habilidades lleguen a todo tipo de alumnado (y no sólo a unos cuantos, como cuando tradicionalmente el saber estaba reservado para las élites sociales y políticas).

En vez de aceptar la derrota de antemano aprobando leyes educativas que operan en base a la desigualdad social y la enquiste, la educación debe revelarse y, tras un lógico diagnóstico de esas desigualdades, intentar derribarlas con la herramienta más útil para conseguir el ascensor social que lleve a una verdadera y duradera equidad social: el conocimiento. Sólo así se podrá conseguir una potenciación completa de los individuos en las tres esferas que más le afectarán en su desarrollo vital: la ciudadana (con capacidad crítica que le permita ser un agente del cambio político), la económica (para acceder a un mundo laboral en condiciones óptimas) y la personal (con autonomía en el estricto sentido etimológico del término de autoimponerse sus propias normas para saber autogobernarse). Y es que es precisamente en estas tres dimensiones vitales en las que el actual contexto mundial nos desvela que no estamos haciendo las cosas bien; lo atestiguan el actual auge de los populismos y la extrema polarización social, la pauperización del mercado laboral y los alarmantes datos de enfermedades mentales.


Bibliografía

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Willingham, D.T. (2003). Students Remember What They Think About. American Educator, 27(2), 37-41.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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