Cuentos de Unamuno (1): Mecanópolis (1913)

Cuentos de Unamuno (1): Mecanópolis (1913)

Cuentos de Unamuno (1): Mecanópolis (1913)

Como Heidegger, quizás pensaba que la tecnología estaba muy bien hasta que erosionaba la esencia del ser humano

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Andreu Navarra

 

Este cuento, publicado el 11 de agosto de 1913, no puede ser más sencillo. Toma la estructura rápida y elemental de las Leyendas de Bécquer: alguien cuenta que un amigo experimentó una vivencia o un viaje extraordinarios que el narrador se dispone a reproducir sin añadir alteración alguna. Un recurso cervantino, casi ya un tic si hablamos de literatura fantástica o de anticipación. En este caso, nos encontramos claramente ante un caso de distopía moral, como la que escribió pero dejó inédita Julio Verne medio siglo antes sobre el París mecanizado del siglo XX. En este caso, no sabemos cómo se llama el protagonista y está claro que a través suyo, Miguel de Unamuno quiso expresar no tanto su rechazo del progresismo tecnológico sino sus consecuencias deshumanizadoras.

El asunto, decíamos, no puede ser más sencillo: un caminante perdido en un desierto busca agua y encuentra un oasis. En ese oasis hay una estación de ferrocarril automática, de la que parte un tren muy veloz en el que no viaja nadie. El tren cruza la llanura hasta Mecanópolis, una ciudad exuberante y llena de riquezas de las que no disfruta nadie. Lo que describe el autor se parece a una célebre tortura de la Gestapo: “Renuncio a describirte la ciudad. No podemos ni soñar todo lo que de magnificencia, de suntuosidad, de comodidad y de higiene estaba allí acumulado. Por cierto que no me daba cuenta para qué todo aquel aparato de higiene, pues no se veía ser vivo alguno. Ni hombres, ni animales. Ni un perro cruzaba la calle; ni una golondrina, el cielo”. Es notable que Unamuno imaginara esta distopía un año antes de la Primera Guerra Mundial, más de una década antes del Primer Plan Quinquenal estalinianiano, siete años antes de la publicación de Nosotros, de Evgeny Zamiatin, la madre de todas las pesadillas distópicas del siglo XX. En un edificio de Mecanópolis hay instalado un “Hotel”, obviamente sin alojados, donde hay unas máquinas que elaboran y sirven manjares con sólo apretar un botón, como en la nave Enterprise. La lástima es que el ser humano ha sido excluido de esa desafortunada ciudad perfecta.

En el museo de Arte, hay reproducciones perfectas de todos los grandes cuadros producidos por la Humanidad. Uno puede aprender todo el arte del mundo, pero sin ver ni una sola obra de arte. Podríamos plantearnos qué demonios es una obra de arte. Walter Benjamin lo haría en 1936 en un ensayito trascendental. Pero Unamuno ya andaba rumiando sobre el tema… Y un inquietante detalle más: “Por una explicación que leí en un cartel de la entrada vi que en Mecanópolis se consideraba al Museo de Pintura como parte del Museo Paleontológico”… ¡Si parece que Unamuno se hubiera paseado por la Barcelona del año 2024!

Alimentos para nadie, lujos para nadie, riquezas para nadie. No sabemos si está hablando de la ciudad contemporánea o del Metaverso. Porque podríamos aplicar esta moraleja a nuestro mundo: parece que Unamuno estuviera pensando en nosotros cuando describió un mundo técnico en el que el ser humano contaba tampoco que ya ni siquiera contaba. No es ya que las humanidades hayan sido pisoteadas y sigan siendo pisoteadas (éste es un debate antiguo: realmente llevan décadas desmanteladas, las autoridades ya ni siquiera se acuerdan de lo que son la literatura o el legado cultural; esto es algo que ya previó Verne), es que las personas, como solemos ser un estorbo y una fuente de contradicciones, ya no servimos para optimizar sistemas y se nos hace desaparecer. Como dice Unamuno, unas “almas mecánicas” dirigen nuestro mundo y no sé qué me da más miedo, que me expulse un robot o que lo haga un hombre robotizado, quiero decir lobotomizado. Es decir, un desalmado.

Sabemos que Unamuno hacía propaganda en contra del ferrocarril; también sabemos que poseía un abono de viajero frecuente con el que se aproximaba a Gredos y a Extremadura, para purificarse el ánimo. Reivindicaba el viajar a pie como una higiene espiritual, utilizaba la tecnología para conseguirlo y no quedar atrapado en la ciudad: he aquí una actitud humanista, propia de alguien que ama el campo pero debe ir a veces a Madrid o Bilbao para hacérselo recordar al público. Una doble vida que Unamuno a veces no conseguía armonizar del todo bien. Sin embargo, tras la lectura de “Mecanópolis” entendemos que consideraba el progreso técnico exagerado como una amenaza; como Heidegger, quizás pensaba que la tecnología estaba muy bien hasta que erosionaba la esencia del ser humano.

Por suerte, el cuento termina bien: “Salí como loco y fui a echarme delante del primer tranvía eléctrico que pasó. Cuando desperté de golpe me encontraba de nuevo en el oasis de donde partí. Eché a andar, llegué a la tienda de unos beduinos, y al encontrarme con uno de ellos, le abracé llorando. ¡Y qué bien nos entendimos aun sin entendernos! Me dieron de comer, me agasajaron, y a la noche salí con ellos, y tendidos en el suelo, mirando al cielo estrellado, oramos juntos”. Estuvieron bien, puesto que eran humanos haciendo cosas juntos.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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