Mark Fisher: patologías del capitalismo tardío

Mark Fisher: patologías del capitalismo tardío

Mark Fisher: patologías del capitalismo tardío

Fisher no es el único autor que sospecha que nuestras instituciones están fomentando una postcultura iletrada mucho más acorde con sus necesidades biopolíticas

Detalle de la portada del libro de M. Fisher / https://cajanegraeditora.com.ar/

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Andreu Navarra

 

La figura poliédrica de Mark Fisher nos fascina porque es uno de los únicos pensadores recientes que, además de aportar un diagnóstico sobre lo que le está ocurriendo a nuestra sociedad, es capaz de proponernos soluciones: recuperación de las promesas del Estado del Bienestar, Modernismo Popular y desburocratización de los servicios públicos. Sin embargo, Fisher escribió hace una década, parece que los problemas que observó en las aulas británicas anunciaran los que se están agudizando entre nosotros.

Mark Fisher (1968-2017) publicó Realismo capitalista. ¿No hay alternativa? en 2009. En diálogo abierto con F. Jameson, allí escribía que prefería llamar “Capitalismo tardío” o “Realismo capitalista” a la época postmoderna, porque esta última etiqueta no insistía suficientemente en la cara real de nuestra cultura. Vivimos inmersos en el Realismo Capitalista porque todos creemos que todo ha de ser gestionado como una empresa. En eso consiste ese “realismo”: de la sociedad disciplinaria hemos pasado a la de la vigilancia difusa y líquida, omnipresente, aceptada por todos, y basada en la producción irracional de estadísticas y patrones de comportamiento.

Únicamente si volviéramos a ser capaces de pensar nuestras instituciones como esferas ajenas a la lógica empresarial, empezaríamos a estar en condiciones de desbloquear nuestro futuro y detener la deshumanización burocrática que nos priva de servicios públicos eficaces y bien dotados. Las consecuencias de que vivamos en un esfera agobiantemente burocrática y sin futuro es la proliferación de patologías mentales que el sistema se esfuerza en “privatizar”, en el sentido de que intenta atribuirlas a una circunstancia individual, cuando lo más sensato sería considerar que el estado de ansiedad y depresión generalizado se deba a las dinámicas de deshumanización y culpabilización del capitalismo tardío.

Digamos si no nos suenan estas situaciones vividas cuando Fisher era profesor, hace una década: “Si algo como el desorden de déficit de atención e hiperactividad es una patología, entonces es una patología del capitalismo tardío: una consecuencia de estar conectado a circuitos de entretenimiento y control hipermediados por la cultura de consumo. Del mismo modo, lo que se conoce dislexia puede no ser otra cosa que una suerte de posslexia”. Fisher no es el único autor que sospecha que nuestras instituciones están fomentando una postcultura iletrada mucho más acorde con sus necesidades biopolíticas. No es que la dislexia sea un problema creciente que nos cause escándalo, es que son nuestras propias instituciones las que moldean una sociedad cada vez más iletrada para que resulte imposible frenar el flujo del consumo compulsivo.

También observó que para los adolescentes británicos de hace unos veinte años, el mal era el aburrimiento, y aburrirse era centrar su foco de atención en algo que no fuera el flujo constante de consumo anestésico: ya fuera flujo de música, snacks azucarados o drogas… hoy diríamos videos de Tik Tok o porno. Todo nos cuesta un esfuerzo doble porque parecemos como secuestrados por las tecnologías de captación de la atención. Qué cabría esperar de un mundo que considera normal patologizar a sus jóvenes, que concentra índices de depresión y ansiedad sin precedentes. ¿Qué ocurría allí hace veinte años? Que los adultos habían convertido a sus hijos en adictos, en consumidores compulsivos y “ahedónicos”, incapaces de alcanzar un placer que no podían dejar de perseguir, y esto por una absoluta falta de alternativas y propuestas de futuro, por un abandono voluntario del compromiso con el progreso ético.

Escribe Fisher: “Muchos de los jóvenes a los que he enseñado se encontraban en lo que llamaría un estado de hedonia depresiva. Usualmente, la depresión se caracteriza por la anhedonia, mientras que el cuadro al que me refiero no se constituye tanto por la capacidad para sentir placer como por la incapacidad para hacer cualquier cosa que no sea buscar placer”. La responsabilidad, en este sentido, recaería claramente en los adultos, incapaces de imaginar alternativas progresistas al fatalismo emocapitalista. Las cosas no pueden cambiar, las cosas no deben cambiar. Un estamentalismo invisible y decorado con oropeles filantrópicos nos ha condenado a un conservadurismo sin precedentes. Sin la convicción de que un proyecto de cultura vanguardista necesita de hechos objetivos transmisibles y de un canal de comunicación situado fuera de la optimización empresarial o digital, no seremos capaces de combatir esas patologías que constituyen una cárcel invisible.

¿No les suena todo esto?: “Los chicos son conscientes de que si dejan de ir a la escuela, o si no presentan ningún trabajo, no recibirán ninguna sanción seria. Y no reaccionan a esta libertad comprometiéndose con un proyecto propio, sino recayendo en la lasitud hedónica (o anhedonia): la narcosis suave, la dieta probada del olvido: Playstation, TV y marihuana”. Hoy diríamos Instagram y benzodiacepina… La pregunta del millón sería: ¿Qué clase de educación conduciría a los compromisos con la propia vida? Porque está claro que Occidente intenta, desde hace décadas, cerrarle el paso de la voluntad de cambio a su juventud, a través de las indiscutidas reformas competenciales.

El único modo de combatir eficazmente el Realismo Capitalista, es decir, la mentalidad empresarial aplicada sobre todos y cada uno de los aspectos de la vida humana, es mostrando la realidad que encubren nuestras instituciones, totalmente intoxicadas por el virus neoliberal.  Un primer paso, por ejemplo, pasaría por dejar de llamar “pedagogía” a los imperativos de ordenamiento competencial, para empezar a considerarlas como lo que son: dispositivos de control social y sometimiento de las clases subalternas. Tras la administración digitalizada no se oculta más que el silencio administrativo; tras la justicia equitativa, la desprotección jurídica y la desregulación; tras las poéticas revolucionarias del marketing interno empresarial, el medio laboral más despiadado y dedicado a la tecnovigilancia. Con la agravante de que son las víctimas de esta capitalización antihumana las que más celebran las virtudes de un estado civilizatorio que contemplan como inamovible y como fuente de placeres infinitos y recompensas inminentes.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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