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  • 7 de abril de 2025
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Una escuela de lo que no se vende

Una escuela de lo que no se vende

LA GRAN ESTAFA. Sección de opinión a cargo de David Cerdá

Una escuela de lo que no se vende

Cartel de Bernard Looney OilyFans en el número 10 de Downing Street (probablemente una alusión a «OnlyFans». Loony es el director ejecutivo de British Petroleum). / Foto: Wikimedia. Autor: Kirkylad

Licencia Creative Commons

 

David Cerdá

 

Si hay algo que necesitamos enseñar y no enseñamos es lo que no está en venta: pocas ideas más importantes que refinar, por ejemplo, en un instituto. En el mundo en que ha llamado «libertad» a Onlyfans, urge conseguir que cada ciudadano abandone el sistema educativo con una teoría de la dignidad robusta o al menos suficiente.

Cuando tengo que explicar qué son los principios, suelo servirme de una anécdota protagonizada por un experto en la materia. «Estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros». Muchos ignoran que Groucho Marx, que era un tipo de principios, nunca dijo eso. La anécdota, en cambio, que él cuenta en Groucho y yo, sus memorias, es verdadera. Groucho está en un bar y le pregunta a una chica si se acostaría con él por una cantidad obscena de dinero (digamos, hoy, cien millones de dólares). La chica entiende que, dada la enormidad de la suma, la pregunta es retórica, y por lo tanto accede. A continuación, Groucho planta un billete de diez sobre la barra y la invita a consumar el trato. «¿Qué se ha creído que soy?», le dice ella, a lo que él responde: «Lo que usted es ya ha quedado claro, ahora solo estamos discutiendo el precio».

Lo que siempre ocurre tras contar la anécdota es que la audiencia se ríe, desde lo socarrón a la carcajada, según el arte que me dé como narrador o el momento. Bueno, ocurría. Lo que vengo detectando entre los más jóvenes (18-21 años) en las últimas hornadas es que se quedan impertérritos. Al principio pensaba que era cosa mía por no haberlo contado bien, y hasta hacía algún torpe intento de explicarla. Pero ya no, porque he entendido por qué no hay risas: hay cada vez más adultos recién estrenados que no entienden que haya cosas que no estén en venta. De hecho, y salvo cuando me da por constatar hasta dónde llegó la riada, he dejado de contarla.

Estamos fabricando a redoblada velocidad —«¡Traed madera, es la guerra!» gritaba Groucho en Los hermanos Marx en el Oeste— a personas sin principios, esto es, a gente que cree que todo está en venta. Claro que hay en las nuevas generaciones personas con una implicación ética y política extraordinaria, gente de principios, comprometida, estupenda, pero lo que cuenta es la media, en caída libre. Y es culpa nuestra, entre otras cosas, de la escuela, incapaz de ser moralmente asertiva, perdida en guerras inútiles entre facciones y secuestrada por la agenda política, que la roe por dentro, ley a ley, gobierno a gobierno.

Para quienes nieguen esta realidad, dos pruebas contundentes. En primer lugar, Onlyfans. No es solo que haya adolescentes allí: ellas, sobre todo, como producto, ellos como consumidores. Este servicio de suscripción, creado en 2015, se acerca a los doscientos millones de usuarios y creció un 1.300% entre 2019 y 2021 (se ve que en la pandemia no solo nos dio por las visitas virtuales a los museos). Por supuesto, a los más de tres millones de personas que se venden en este canal no las vamos a llamar «prostitutas», sino «creadoras de contenido». Excuso decir que el femenino está más que justificado: esto siempre ha ido de lo mismo, de mujeres cosificadas, y ellas son en enorme proporción las que se están vendiendo. El otro día hubo muchos que se hicieron cruces porque habían suspendido a una profesora en Italia por tener cuenta en esta red; algunos corrieron a chillar lo del atentado contra la libertad individual, otros se apresuraron a señalar que su institución era católica; qué quieren que les diga, a mí me parece que este oficio que es más que un oficio es incompatible con según qué cosas.

Segundo ejemplo: el Congreso de los diputados. El lector no lo va a creer, pero hubo un tiempo en que la sede de la soberanía nacional no era un mercado persa. Hoy la realpolitik no pasa de zoco de saldo; todo vale, ningún programa electoral se cumple, llamamos tener cintura política a engañar a los propios votantes, etcétera. Cada vez que dude el lector cómo está España de principios le bastará darse una vuelta por las noticias de la Carrera de san Jerónimo para abandonar toda duda, pues esa gente, por descontado, ha sido amamantada en el sistema educativo que nos hemos dado, con su connivencia, en la que no hay rastro de guía en cuanto a que hay cosas que no deben venderse.

«Todos somos putas, Grace. Tan solo vendemos diferentes partes de nosotros mismos»; palabra de Tom Shelby (Peaky Blinders) uno de los héroes de la juventud, nos guste o no admitirlo. Hay algo llamado «dignidad» que delimita el área de lo que no se vende. A demasiados egresados de la educación secundaria les suena todo esto a chino. Esta idea, no obstante, no es una más, sino una de las que nos fundan, cuanto menos cuando somos capaces de una vida sensata y decente. Quien todo lo vende se queda en súbdito, no alcanza a ciudadano, y antes o después se venderá a sí mismo, sometido a la mentalidad del esclavo. Un mundo en el que todo está en venta no merece la pena. Y una persona que no es capaz de aprender a defender un espacio para lo invendible acaba antes o después en la cuneta.

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[El último libro de David Cerdá es El bien es universal. Una defensa de la moral objetiva, en Rialp]


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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