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  • 21 de febrero de 2025
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“Tráenos tu proyecto”

“Tráenos tu proyecto”

“Tráenos tu proyecto”

Paulino Garagorri fue discípulo de José Ortega y Gasset (en la imagen, retratado por Joaquín Sorolla en 1918). / Wikimedia

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Andreu Navarra

 

Diciembre de 1957. Paulino Garagorri, discípulo de José Ortega y Gasset, estaba pronunciando una conferencia en el Aula de Cultura de la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas de la Universidad de Madrid, y dijo lo siguiente: “La docencia consiste en transmitir el saber adquirido por generaciones antecedentes, en seleccionar lo que en ese saber haya de más consolidado y reconocido en la disciplina de que se trate; pero, al ser fiel a ese razonable imperativo, la enseñanza se atiene con una preferencia casi exclusiva a las cuestiones que han alcanzado un tratamiento si no definitivo, por lo menos en vía de irse convirtiendo en indiscutido” (Introducción a Ortega, Alianza, 1970, pág. 174).

Garagorri estaba tratando de explicar la diferencia entre los sistemas de creencias y los sistemas de ideas, así como también estaba intentando desarrollar el funcionamiento de las generaciones históricas, una de las bases del pensamiento de su maestro. Y es aquí donde podríamos empezar a hacernos preguntas, como las siguientes: ¿Qué ocurriría si en lugar de transmitir el saber científico consolidado nos limitáramos a señalar que las creencias actuales son naturales e inamovibles, permitiendo solo una selección cerrada de identidades y actitudes? ¿Qué pasaría si redujéramos nuestro sistema educativo a un recetario de caminos laborales y habilidades concretas? O, incluso: ¿Qué ocurriría si basáramos nuestras políticas educativas en la disgregación de las disciplinas, es decir, las materias o las asignaturas?

Pasaría lo que estamos viendo actualmente: no hay nada que enseñar, solo hay que acompañar y mecer identidades que no se contrastan con ningún legado de experiencias anteriores. Identidades autoconfirmadas que caen en una laxitud programada, medio invencible. No hay generaciones, no hay pasado, no hay nada que transmitir, puesto que no hay nada que impugnar: reducimos la educación a sumas de estímulos puntuales y reactividad emotiva. La creencia fundamental de nuestro tiempo es el automatismo.

La sorpresa es el cansancio que provoca esta nueva naturaleza de la renuncia. Paseamos un proyecto hasta que se marchita, y en ese momento ya no sabemos qué debemos hacer. Se vacían las aulas, se vacían las bibliotecas, quedan desiertas las convocatorias de empleo. La sociedad entra en un estado de misteriosa laxitud: donde todo vale, ya no vale la pena intentar nada. No se puede protestar contra abstracciones, ya no hay nada que negociar contra las voces totales de la IA-cracia financiera. Todo el mundo llega a pensar de sí mismo que es un ser sobrante, un obstáculo para la optimización social. Siendo personas no añadimos ningún valor a ninguna transacción.

Garagorri también nos habló (¡en 1957!) de un mundo en el que los especialistas no tenían ideas generales, y en el que el alumnado carecía de ideas concretas. Sin sistematicidad en la base, sin globalidad en la cúspide, la sociedad naufraga porque docentes y discentes hablan idiomas totalmente distintos, mientras que la gramática dogmática es, ineludiblemente, la del automatismo financiero, la que viene de afuera y no la vemos.

Cuando leía estas reflexiones sobre la naturaleza del conocimiento y la posibilidad de contrastarlo y convertirlo en una idea evolutiva, incluso en una idea revolucionaria, no podía dejar de pensar en muchos estudios de postgrado o Máster de los que he tenido noticia. Como había muchas horas que llenar, la mayoría de profesores optaban por el “Tráenos tu proyecto”. Las actividades académicas quedan reducidas a asambleas dispersas, quedan reducidas a grupos de apoyo mutuo, donde se da por descontado que padecemos problemas o que somos víctimas.

En un mundo sin técnicas transmisibles, sin oficios ni legados de disciplinas consolidadas, solo disponemos de presentismos o militancias epidérmicas. Se toman las ideas más cómodas del recetario y nos refugiamos en ellas, contra las demás. El docente calla y se aparta, solo ejerce de coach o pseudopsicólogo positivo. El “proyecto” parece que avanza pero en realidad sustituye al “compromiso”, la necesidad de partir de las seguridades previas para avanzar de verdad, fuera de la burbuja mental inicial, es decir, la identidad prístina e infantil que persiguen nuestras reformas educativas.

Formamos parte de la primera generación occidental que opta por apartarse y callar. Pero no para que crezcan los proyectos personales, sino precisamente para impedirlo, por falta de riego, fomentando la desinformación y premiando la laxitud, para que nos impongan recetarios desde fuera poderes sutiles que nos estimulan a cambio de mucho dinero. Cuanto más dinero, más estímulo, más experiencias. Se nos dice: “Tráenos tu proyecto, tráenos tu vida”. No tenemos nada que aportarte, joven. Todo se ha vuelto vivencial porque no hay nada almacenado que podamos entender. Se nos quiere creativos pero no informados. Se nos dice que no hay nada de qué informarnos, nadie nos cuenta que el conocimiento es una información estructurada, es decir, filtrada. Somos la primera generación que deja libre y sin discusión la reproducción automática de los poderes previos.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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