- Opinión
- 19 de diciembre de 2024
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Tradición racional educativa ante perversión emocional disruptiva
Tradición racional educativa ante perversión emocional disruptiva
El otro día encontré un escrito que intercalé entre unos apuntes de biología evolutiva a mis 15 años. Entre las explicaciones del profesor, se ve que mi adolescencia escribió lo siguiente, el amor es una trampa biológica para la reproducción humana. Sorprendentemente, y durante toda mi vida, jamás he deseado tener hijos, algo muy consecuente, racional y acorde con aquella frase de hace 43 años. Quizás, y como muchos me echan en cara, he sido, y sigo siendo, demasiado racional. Ya sé que los humanos somos una mezcla de pensamientos racionales y reacciones emocionales, pero en mi caso, y sin pretender ostentar la razón, intento que pese más lo racional que lo emocional buscando un sano equilibrio entre ambos. Si fuéramos totalmente racionales, quizás no tendríamos hijos al ver el amor y el sexo como una trampa biológica reproductiva, pero si fuéramos totalmente emocionales también podríamos exterminar a la especie apretando un botón nuclear. Podemos decir que por emoción decidimos tener y matar hijos, y que con razón podemos decidir no tenerlos sin matar a los existentes, al menos este parece haber sido mí caso.
Cuando se habla de educación, que no de reproducción como en el contexto anterior, pesan por desgracia más las emociones pedagógicas que las razones científicas. En todos los sistemas educativos del mundo hay más razones ideológicas y emocionales detrás, que demostraciones científicas racionales delante. En otras palabras, se cree más en lo que dicen ideologías emocionales que no en lo que demuestran las ciencias racionales. Al ser los humanos más emocionales que racionales, y para ello solo observe el público durante un partido de fútbol, tendemos a tomar decisiones más incorrectas e ineficientes que aquellas que puedan mejorar toda nuestra comunidad. Por dicha razón llevamos más de 100 años con experimentos pedagógicos que fallan uno tras otro, y a pesar de ello, perseveramos en sus errores. Defender ciertas posturas racionales y educadas por redes ha significado, y a menudo en mi caso, recibir multitud de injurias emocionales y desafortunadas. Mi cuñado ironiza cariñosamente cuando me dice que cada vez que escribo me granjeo más amigos.
Al respecto de lo emocional ante lo racional en educación, pongamos por ejemplo la discusión entre la instrucción explícita y el aprendizaje por descubrimiento. La primera opción está defendida por la psicología cognitiva con estudios científicos, pero en cambio la segunda es ideológica, pero está instaurada en la gran mayoría de pedagogías de todos nuestros países vecinos, incluido el nuestro. Por experiencia, y por ciencia, sabemos que los conocimientos previos mejoran en gran medida la adquisición de conocimientos nuevos, por tanto, los chavales jóvenes al poseer pocos conocimientos previos difícilmente pueden aprender por descubrimiento. Intente usted mismo aprender de un manual de mecánica cuántica sin conocimientos previos al respecto. En tal caso le será casi imposible aprender cosas nuevas de forma eficaz y a largo término, en cambio, y si es aficionado al fútbol, puede leer con facilidad un diario deportivo gracias a sus saberes anteriores que le permitirán comprender lo que dicen casi todas las noticias y aprenderse los chismorreos sobre jugadores y entrenadores. En el primer caso le sería sumamente necesario un profesor docto, en el segundo usted sólo se basta.
A pesar de todo lo anterior, las emociones ideológicas pesan más en pedagogía que las razones lógicas. Sabemos con certeza que la instrucción explícita y directa logra que los alumnos aprendan de manera más eficaz, y que el aprendizaje por descubrimiento no lo hace y que entorpece la enseñanza. En definitiva, los alumnos aprenden más y más rápidamente si están siendo supervisados por profesores doctos, todo lo contrario de si estos alumnos se les deja trabajando por su cuenta y aprendiendo de sus errores. Con un profesor atento, los errores se corrigen lo antes posible y se evita que el alumno cometa nuevos errores. Todo lo anterior lo ratifica la ciencia cognitiva, la lógica y la experiencia de millones de docentes, pero la pedagogía reinante de nuestras leyes lo sigue negando.
Otro ejemplo de pedagogía emocional frente a ciencia racional lo tenemos en la moda de recompensar siempre a los alumnos para no frustrarlos, y este siempre incluye el “aunque lo hagan mal”. Ello, y según la psicología cognitiva, implica que el placer del alabo, y de su dopamina cerebral, deja de funcionar ante tantos elogios repetidos, algo parecido a habituarse a una droga. Pues esta práctica pedagógica está provocando que el porcentaje de niños más impulsivos haya crecido exponencialmente. Si la medicina, y como ciencia, aconseja que las recompensas se den en las ocasiones precisas, la falsa pedagogía les dice lo contrario a los padres y docentes. La conclusión es clara, y es que no debemos alabar a un alumno si este no se esfuerza. Un estudiante solo mejorará si es evaluado de forma objetiva haciendo que él lo sepa.
Podemos añadir a esta lista de pedagogías emocionales otra que está ganando mucho terreno durante los últimos años. Muchas asociaciones de padres juntamente con psicólogos y pedagogos proponen que los chavales no hagan deberes en casa y argumentan que, si los padres no se llevan deberes a casa, sus hijos tampoco, algo totalmente paradójico ya que muchos adultos traen consigo obligaciones del trabajo al hogar. Pero es que además los informes PISA dicen claramente que existe una relación directa y positiva entre los alumnos que realizan deberes en casa y su mayor rendimiento académico. Es más, lo mismo ocurre con la educación en la sombra con aquellos alumnos que reciben clases particulares fuera del centro educativo. Es por ello por lo que las academias y empresas privadas que ofrecen estos servicios crecen día a día, servicios más alcanzables por las familias acomodadas que por las humildes. A esto no se le puede llamar equidad.
En resumen, las pedagogías emocionales que defienden ideologías sin lógica critican las tradiciones como si lo viejo siempre tuviera que ser malo, pero se olvidan de que la tradición es el conjunto de aquellas innovaciones que llegaron a ser mínimamente eficaces. Podemos querer cambiarlo todo, pero espero que usted, y por muy innovador que le digan que deba ser, no haga sexo por los orificios nasales.
Fuente: educational EVIDENCE
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