Steven Forti: «La izquierda debe volver a dar la batalla cultural»

Steven Forti: «La izquierda debe volver a dar la batalla cultural»

Entrevista a Steven Forti, profesor de Historia Contemporánea especialista en extrema derecha

Steven Forti: «La izquierda debe volver a dar la batalla cultural»

Steven Forti. / Foto: Fabrizio Fenucci

Licencia Creative Commons

 

Andreu Navarra

 

Steven Forti, profesor de Historia Contemporánea en la Universitat Autònoma de Barcelona, acaba de publicar Democracias en extinción. El espectro de las autocracias electorales (Akal), un libro que ahonda y actualiza lo que ya estudió en Extrema derecha 2.0. Qué es y cómo combatirla (Siglo XXI, 2021). En la actualidad, es también coordinador local del proyecto de investigación europeo ‘Analysis of and Response to Extremist Narratives’ (ARENAS).

 

¿Cómo se regenera una democracia liberal?

Es la pregunta del millón de dólares… Por lo que estamos viendo, me da la idea de que en los “palacios del poder” muy poca gente sabe la respuesta. Ahora bien, podemos apuntar algunas ideas. En primer lugar, es necesario poner coto al poder de los nuevos y viejos “oligarcas”, limitando el lado “salvaje” del capitalismo. En segundo lugar, hay que reforzar y, directamente, regenerar los cuerpos intermedios -partidos democráticos, sindicatos, asociacionismo, etc.- que son la sombra de la sombra de lo que fueron. En tercer lugar, se debe democratizar el sistema mediático, tanto en lo que atañe a los medios tradicionales, así como al espacio digital. En cuarto lugar, hay que reconstruir los lazos comunitarios en nuestras sociedades, cada vez más deshilachadas y atomizadas por el impacto del neoliberalismo y las nuevas tecnologías.

Sin un control democrático de los grandes poderes económicos, sin unos cuerpos intermedios activos y arraigados en el territorio, sin un sistema mediático realmente plural, sin una democratización del espacio digital y sin una sociedad civil fuerte, organizada y que participa activamente en la vida política, las democracias liberales no podrán seguir existiendo durante mucho tiempo. Quizás no se convertirán en una dictadura o una autocracia electoral de un día para otro, pero se morirán paulatinamente en medio del desinterés de la gran mayoría de la población.

«En los últimos quince años, cada vez más países están pasando de ser una democracia plena a una autocracia electoral o cerrada»

Según lo que has podido averiguar, un 71% de la población mundial vive bajo una dictadura o una autocracia… ¿Tremendo, no?

Es dramático. No hay otras palabras para definirlo. Y lo que es más grave es que por primera vez tras la Segunda Guerra Mundial estamos viviendo una ola desdemocratizadora que, para más inri, parece no tener fin. En los últimos quince años, cada vez más países están pasando de ser una democracia plena a una autocracia electoral o cerrada. Hasta 2009, si bien con avances y retrocesos o con resultados cuestionables, la dinámica era justamente la opuesta: poco a poco, cada vez más países se estaban democratizando. Ahora no. Los casos de Hungría, en el corazón de la Unión Europea, pero también de Israel, India o El Salvador son casos paradigmáticos. Antes ha habido Rusia o Venezuela. Ahora quizás le tocará a Estados Unidos… Hay quién dice que se trata de ciclos, que pasó también en otros momentos de la época contemporánea y que las aguas volverán a su cauce. Sinceramente, no soy tan optimista. Hay una doble diferencia que es crucial. Por un lado, en la gran mayoría de los casos los procesos de autocratización no se dan ya mediante golpes de estado, sino por el vaciamiento de la democracia desde el poder por parte de líderes democráticamente elegidos. Por el otro, estos procesos cuentan con el apoyo de una parte -a veces mayoritaria- de la población que ha tenido una experiencia -más o menos plena- de lo que significa vivir en un sistema democrático liberal.

Democracia liberista, emergencialismo, Estado administrativo, democracia zombie… Son conceptos que se definen en tus páginas, rasgos o síntomas que anuncian la llegada de una autocracia electoral…

Todos estos conceptos nos muestran la gran dificultad existente en definir el tipo de democracia en que estamos viviendo. Algo, por cierto, que es generalizable. De hecho, a menudo se suele utilizar el prefijo post- para cualquier cosa: poscomunismo, posfascismo, posliberalismo, posfordismo, posmodernismo… Nos hemos quedado sin palabras para describir esta nueva época. O, quizás, no las sabemos encontrar. A principios del milenio, el politólogo británico Colin Crouch acuñó el concepto de posdemocracia para describir justamente unas democracias liberales que se quedaban cada vez más en manos de un restringido círculo de la élite económica. Su intuición ha sido correcta, pero parece que muy pocos la han tenido en cuenta. Si la extrema derecha gana las elecciones hoy en día, es porque hay algo que no funciona en nuestras democracias. La extrema derecha es el síntoma: no es la causa de la crisis de la democracia liberal en todo el mundo.

¿Cómo definirías “neoliberalismo”?

Estrictamente, podemos definirlo como una teoría económica que aboga por la reducción de la intervención del Estado. Y ahí citaríamos la escuela austriaca y pensadores como von Mises, Hayek y Friedman. Sin embargo, creo que el neoliberalismo no es solo esto: es una Weltanshauung, una visión del mundo y de la sociedad. El neoliberalismo ha creado un imaginario que impregna profundamente nuestras vidas. Si quieres, el neoliberalismo es la afirmación explícita de que, por un lado, el conflicto social no puede ni debe existir ni ser tolerado y, por el otro, de que la libertad y la igualdad no pueden ni deben ir de la mano. Cuando Javier Milei grita que “la justicia social es aberrante” está explicitando, al fin y al cabo, sin tretas ni intentos de engaños dialécticos, la idea de fondo del neoliberalismo, eliminando de golpe y porrazo su fachada “progresista”, es decir la defensa de la sociedad abierta y el multiculturalismo que, a grandes rasgos, habían predominado hasta hace dos telediarios.

«Como apuntó con razón el sociólogo francés Philippe Corcuff, las ideologías siguen existiendo. Y son lo que explican y marcan la visión del mundo»

Escribes que el término “populismo” es problemático desde un punto de vista histórico o analítico…

Es un término que no explica nada. Muchos sostienen que el populismo es una ideología, pero no existe ningún corpus doctrinal que los llamados movimientos y partidos populistas comparten. Supuestamente, habría populistas de extrema derecha, de izquierda radical e inclusive de “extremo centro”. En Francia se ha dicho que tanto Marine Le Pen, así como Jean-Luc Mélenchon y Emmanuel Macron son populistas. Ahora bien, si todos son populistas, ¿de qué nos sirve este concepto? Lo único que podemos decir al respecto, si acaso, es que el populismo es un estilo político o, como mucho, una estrategia o una lógica política. Dicho en otras palabras, vivimos una época en que la apelación al pueblo -se entienda lo que se quiera entender con este “significante vacío”, para decirlo con Ernesto Laclau- es constante. De fondo, sin embargo, hay ideologías que son distintas. Le Pen no es una populista: es una líder de extrema derecha que utiliza el estilo populista en su manera de hacer política. Si compramos el paradigma del populismo, acabamos por borrar la existencia de las ideologías políticas. Y, por más que en estos últimos años haya un cierto confusionismo ideológico, como apuntó con razón el sociólogo francés Philippe Corcuff, las ideologías siguen existiendo. Y son lo que explican y marcan la visión del mundo.

¿Cómo se combate una autocracia electoral?

Se debería preguntárselo a los activistas democráticos húngaros, turcos o rusos… Al menos, los que siguen vivos y no están encerrados en cárceles de máxima seguridad, acusados de terrorismo. La cuestión es que, una vez instaurada, una autocracia electoral es muy difícil de tumbar, para decirlo con un eufemismo. Erdogan y Putin llevan más de veinte años en el poder, Orbán más de quince. La lucha debe darse sobre todo antes. Y de forma urgente en los países que están moviendo los primeros pasos hacia la autocratización. Ahora, por ejemplo, en Estados Unidos, Italia o Argentina. En El Salvador ya es tarde. En Israel probablemente también, si algo no cambia pronto. El único caso de éxito -al menos de momento- es el polaco, donde, tras ocho años de gobiernos de Ley y Justicia, la oposición ha conseguido ganar las elecciones y desbancar a los ultraderechistas que estaban siguiendo los pasos de Orbán. La sociedad civil ha sido clave. Sin este elemento no se va a ningún lado. Pero, ojo: la batalla no está ganada tampoco en Polonia. Ni mucho menos.

¿Qué son Modi, Erdogan, Putin y Duterte?

Unos líderes autoritarios. Dos politólogos norteamericanos, Steven Levitsky y Lucan Way, ha acuñado el concepto de autoritarismo competitivo para describir el tipo de régimen instaurado en casos como estos. Ideológicamente, no tiene demasiado sentido definirlos como fascistas o de extrema derecha. Es evidente que no son progresistas y que son nacionalistas y ultraconservadores, pero la aplicación de los conceptos de izquierda y derecha en países no occidentales es sumamente problemática. Izquierda y derecha son conceptos que nacen con la Revolución francesa. Si quieres, podemos decir que Modi, Erdogan, Putin y Duterte son unos nacionalistas ultraconservadores autoritarios.

«No cuesta entender que Berlusconi fue, a todos los efectos, Trump antes de Trump»

¿Por qué fue tan relevante Silvio Berlusconi?

Esencialmente, por dos razones. Por un lado, porque fue el primero en Europa tras la Segunda Guerra Mundial que legitimó al neofascismo como fuerza de gobierno. El Movimiento Social Italiano, fundado en 1946 por los excombatientes de la República de Saló, entró en el ejecutivo de Berlusconi en la Italia de 1994. Ese momento marca un antes y un después. En el año 2000, le tocaría a Austria con la entrada del FPÖ de Jörg Haider en el gobierno de Viena. Más recientemente, el llamado cordón sanitario ha implosionado por doquier. Berlusconi, en síntesis, vino a decir que la derecha que había aceptado las reglas del juego democrático tras 1945 no le debía tener ascos a los ultras que tenía a su derecha: eran unos “animales de compañía” aceptables. Asimismo, Berlusconi fue fundamental en lo que hoy en día llamamos guerras culturales: el fundador de Forza Italia lanzó una ofensiva por tierra, mar y aire contra el consenso antifascista que había sido el fundamento de la República italiana, comprando y popularizando, a su manera, lemas y temas difundidos por la extrema derecha durante décadas. Por otro lado, Berlusconi importó una manera de hacer política muy estadounidense, utilizando las televisiones como palanca para conquistar el consenso popular. No fue el único en aquel entonces que lo intentó, pero fue quién tuvo más éxito. Teniendo en cuenta esto, no cuesta entender que Berlusconi fue, a todos los efectos, Trump antes de Trump.

¿Quién es Alain de Benoist?

Un intelectual y un activista neofascista francés que a finales de los años sesenta entendió que, para poder tener posibilidades de conquistar la hegemonía política en el futuro, la extrema derecha debía dar la batalla cultural. De Benoist leyó desde posiciones neofascistas al intelectual comunista italiano Antonio Gramsci que en los años de entreguerras, desde las cárceles fascistas, había planteado el concepto de hegemonía cultural. De Benoist hizo una lectura instrumental del gramscismo, dejando de lado algunos elementos clave del pensamiento de Gramsci. De todas formas, planteó la que se conoce como estrategia metapolítica: la voluntad de rearmar ideológicamente a la derecha e influir en los medios de comunicación, los debates públicos y los mismos partidos existentes, con el objetivo de mover la que se conoce como ‘ventana de Overton’ -lo que es aceptable decir en un determinado contexto geográfico e histórico- hacia posiciones ultraderechistas. De Benoist no es ningún titiritero de Le Pen, Orbán, Meloni, Trump o Kickl, pero ha marcado un camino que, explícita o implícitamente, las extremas derechas han seguido desde los años ochenta. De aquellos polvos, estos lodos.

Movámonos un poco al pasado. ¿Cómo llegaste al estudio de Óscar Pérez Solís? ¿Por qué te interesó?

Fue en los años de mi tesis doctoral. Estaba estudiando los tránsfugas en la Europa de entreguerras, es decir los dirigentes políticos que pasaron de la izquierda al fascismo. En Italia, había encontrado ya una veintena de cuadros políticos de primera, segunda o tercera fila que entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial abandonaron el comunismo, el socialismo o el sindicalismo revolucionario para abrazar el fascismo de Mussolini que, por cierto, fue el “primer” tránsfuga… Hubo quién lo hizo por oportunismo, pero otros lo hicieron por convicción. La historia no es nunca una línea recta: a veces da tumbos inesperados. Pues bien, en Francia detecté otros tantos casos. Sin embargo, por aquel entonces, hablamos de 2006-2007, en España se trataba de un terreno prácticamente virgen desde el punto de vista historiográfico. Ha sido en ese contexto que me topé con Pérez Solís, un personaje sin duda peculiar: militar de carrera a principios de siglo, anarquista, luego socialista en la Valladolid de los años diez, fundador del Partido Comunista Obrero Español y uno de los máximos dirigentes del pequeño PCE en los años veinte… en 1927, encarcelado en Montjuic por la dictadura de Primo de Rivera, se convirtió al catolicismo, abandonó el comunismo y se acercó paulatinamente a la derecha regionalista castellana. Durante la Segunda República se radicalizó hasta el punto de ser uno de los enlaces de los sublevados en Oviedo en julio de 1936. Siguió hasta su muerte, en 1951, como periodista y propagandista falangista.

«Hay que volver a los valores de la Ilustración que, de hecho, es el verdadero blanco de todos los ataques de la extrema derecha»

¿Cómo puede contribuir el sistema educativo para impedir la llegada de regímenes iliberales?

Primero, estimulando el pensamiento crítico en las nuevas generaciones. Sin pensamiento crítico, no hay ciudadanos libres. Segundo, explicando que la democracia es un proyecto que no termina nunca y que su misma existencia depende de la participación de todos nosotros. Sin una ciudadanía activa, no hay res publica. Tercero, aclarando que no hay libertad sin igualdad: hay que volver a los valores de la Ilustración que, de hecho, es el verdadero blanco de todos los ataques de la extrema derecha. Cuarto, promoviendo la alfabetización digital, es decir unos ciudadanos que sepan detectar las fake news y los bulos que circulan en las redes sociales (y también en los medios tradicionales, dicho sea de paso).

¿Qué es la extrema derecha 2.0? ¿Es o no fascismo?

La de extrema derecha 2.0 es una definición que he propuesto justamente para intentar cerrar el interminable debate acerca de si los Trump, las Meloni, las Le Pen, los Abascal, los Milei o los Orbán son fascistas. Aclaremos una cosa: decir que no son fascistas no significa que no sean una amenaza para la misma supervivencia de los sistemas democráticos. Sencillamente, son algo distinto al fascismo histórico, si bien puede haber elementos de continuidad, más o menos marcados dependiendo del contexto nacional. La cuestión de fondo es que no podemos banalizar el fascismo hasta considerarlo cualquier proyecto político que sea nacionalista, racista y autoritario. Como explicó el historiador italiano Emilio Gentile, el fascismo histórico tenía unos elementos nucleares que, de momento, no encontramos en las nuevas extremas derechas, como el totalitarismo, el partido-milicia o el elemento palingenético.

«Con extrema derecha 2.0, pues, con una cierta provocación, he querido subrayar que estamos frente a algo que, aunque bebe del pasado, es también nuevo»

Con extrema derecha 2.0, pues, con una cierta provocación, he querido subrayar que estamos frente a algo que, aunque bebe del pasado, es también nuevo. Esta nueva extrema derecha es fruto de las transformaciones y de las actualizaciones ideológicas empezadas con de Benoist y la Nouvelle Droite en los años sesenta, pero también es hija de las nuevas tecnologías que ha sabido utilizar antes y mejor que los demás para viralizar su discurso y sus ideas, permitiendo así su normalización. Por último, mi propósito ha sido también el de remarcar que estamos hablando de una gran familia global: más allá de las divergencias que puedan tener sobre algunos temas, todos estos líderes políticos comparten la gran mayoría de referencias ideológicas y de estrategias políticas y comunicativas. Ellos mismos se consideran parte de una misma familia: basta ver sus relaciones personales y la tupida red de fundaciones, think tanks y asociaciones que comparten.

¿Cuál debería ser el papel de la izquierda en un panorama tan inquietante?

La izquierda debe volver a dar la batalla cultural. La extrema derecha lleva décadas picando piedra: ahora está recogiendo los frutos. Dar la batalla cultural quiere decir promover un proyecto esperanzador de futuro. Un proyecto que debe ser inclusivo e incluyente. Un proyecto que rechace tanto los cantos de sirena del neoliberalismo, así como el puritanismo ideológico autoguetizante. Pero, al mismo tiempo, la izquierda debe saber crear nuevamente comunidad, reconstruyendo los lazos rotos fruto de casi medio siglo de hegemonía neoliberal. Esa comunidad no se construye, como gustan repetir los rojipardos, pensando que las luchas materiales no van de la mano de las mal llamadas luchas identitarias: unas mejores condiciones de vida para la clase trabajadora serán posible, ética y políticamente, solo si habrá igualdad de género, pleno reconocimiento de los derechos LGTBIQ+ y de la población migrante. El reto es enorme, no cabe duda de ello. Pero el tiempo apremia y lo que nos jugamos es muchísimo.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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