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  • 26 de junio de 2024
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Marta Aponte: “A mí me ha movido el proyecto de una literatura de conexiones”

Marta Aponte: “A mí me ha movido el proyecto de una literatura de conexiones”

Entrevista a Marta Aponte, escritora y crítica literaria puertorriqueña

Marta Aponte: “A mí me ha movido el proyecto de una literatura de conexiones”

Marta Aponte. Foto: Chris 

Licencia Creative Commons

 

Andreu Navarra

 

Marta Aponte (Cayey, 1945) es una de las voces narrativas más prestigiosas de la literatura puertorriqueña. A su amplia trayectoria académica une una extensísima obra narrativa, que ha culminado con La muerte feliz de William Carlos Williams (Candaya, 2022) y Borinquen Field (Editora Educación Emergente, 2023).

 

Para profanos europeos, ¿Qué es la Base Ramey?

Ramey fue una instalación militar de la Fuerza Aérea de Estados Unidos situada en Punta Borinquen, un promontorio costero al noreste de Puerto Rico. Para construirla se expropiaron miles de hectáreas de tierras agrícolas, con la consiguiente alteración de una base económica y destrozo ambiental, pero lo más salvaje fue el proceso de expropiaciones: la expulsión de familias pobres que quedaron desamparadas. De la pobreza pasaron al desplazamiento a las barriadas urbanas. Asimismo, y es una paradoja, el éxodo y la construcción de la pista, propiciaron otros nexos: la conexión del archipiélago de Puerto Rico con el mundo a causa de la presencia global de Estados Unidos. La base fue escala en una ruta entre América Latina, África y Europa durante la segunda Guerra Mundial.

¿Qué encontramos en tu última novela, Borinquen Field?

La partícula elemental que me contagió el deseo de escribirla fue una anécdota que me contó Frank Vélez Quiñones. Frank vivió parte de su niñez en una casa que colindaba con la base. En aquella casa se celebraban sesiones espiritistas muy raras, pues se invocaban espíritus no ya de la región, ni siquiera del Planeta, sino de otros mundos siderales. El médium respondía a las invocaciones con nombres de cuerpos celestes y expresiones numéricas. Interpreto, en el plano simbólico, que aquellas raras ceremonias desafiaban al poder militar que ocupaba el territorio y sus cielos. En el texto de la novela se propone que, en aquel círculo espiritista, quienes no se impusieron por las armas a los ejércitos del norte sí se reservaron el derecho de admitir y excluir todo tipo de espíritus, malignos o luminosos, aferrados a las sobras de tierra que no fueron expropiadas por los militares. Aunque las guerras envenenan y enloquecen, pienso que la resistencia es inevitable siempre, y que la de los débiles asume formas crueles contra el cuerpo propio y el de la familia. Pero en el caso de la novela, la guerra de resistencia se apoyó en la invención (o intuición) de energías imaginarias laboriosas como antenas de comunicaciones. Las voces de criaturas sobrehumanas, de espíritus liberados de la guerra y las fronteras, convertían aquel barrio en una extraña comarca poderosa.

“Aunque las guerras envenenan y enloquecen, pienso que la resistencia es inevitable siempre”

¿Qué té movió principalmente a la hora de empezar una novela biográfica sobre la pintora Raquel Helena Hoheb y el poeta William Carlos Williams?

El descubrimiento de recuerdos, refranes, anécdotas y fragmentos de la historia de Mayagüez, la ciudad mayor del oeste de la isla grande de Puerto Rico, que llegaban a mí, más de un siglo después mediante la lectura de la “biografía”, hecha de fragmentos en más de una lengua, de la madre de un poeta estadounidense, William Carlos Williams. En Yes  Mrs. Williams nos acercamos al pasado histórico de la manera más indirecta posible, como si para encontrar un lugar cercano hubiera que seguir una ruta muy larga, con escalas distantes en el tiempo y la geografía para, al final, volver al presente propio con los hallazgos del viaje y el asombro ante la perdurabilidad de la memoria de la migrante y de la impresión que dejó en su hijo, en contraste con la desmemoria que se impone en las islas por diseño colonizador. Me impresionó como evidencia de la fuerza evocadora y a ratos engañosa de la memoria y del oído que la transcribe, tanto o más poderosa en las personas forzadas a emigrar contra su voluntad.

El libro es mi lectura del libro de voces que encontré en Yes Mrs. Williams. En el cuerpo de La muerte feliz se suman imágenes a la creación verbal de una atmosfera. Interrumpen el texto abriendo la página a otra forma de lectura, capaz de evocar respuestas casi infinitas, movedizas, que por una parte chocan con la palabra y de otra muestran documentos cercanos al proceso de investigación que precedió a la versión final de la novela. Parte del archivo de investigación está presente en esas imágenes incluidas en el libro. Sostienen la línea narrativa, pero también la interrumpen y desvían.

¿Te sientes laguerriana?

No, en el sentido de pertenecer a una escuela de escritura inspirada en su vasta obra. Con Laguerre (1906-2005) ha pasado que vivió en más de una época y tuvo mucha presencia: maestro universitario, periodista, animador cultural, comentarista social, activo en las instituciones culturales, además de haber publicado desde fines de la década de los años veinte y hasta los umbrales del siglo XXI la enorme cantidad de 14 novelas, 22 cuentos, dos obras de teatro, un estudio sobre el modernismo, un poemario y cerca de 2,000 artículos aparecidos en periódicos y revistas del país. (Tomo estos datos de la edición crítica de La llamarada (2004) editada por Marithelma Costa). Cuando murió, era una figura institucional, reconocida: obras completas publicadas por el Instituto de Cultura Puertorriqueña, postulaciones al Nobel. En un país que tuvo una población hacia mediados del siglo pasado de casi cuatro millones de habitantes, con un éxodo de más de un millón hacia Estados Unidos; en un país donde hay más autores que lectores y pocas probabilidades de que se publiquen y circulen los libros, sí tuvo más influencia que muchos. Quizás por la fragilidad misma de la memoria en un territorio colonial, por las luchas generacionales (Puerto Rico es uno de esos lugares donde hasta hace muy poco se asumía y empleaba el criterio orteguiano de generaciones), su papel de intelectual dominante se fue apagando tras su muerte. Sin embargo, algunos estudiosos recientes han retomado sus aportaciones: han documentado su difícil situación, social por motivos de raza y conciencia de raza. Una aportación de avanzada fue su conciencia ambientalista. Lo que vuelve a reconocerse ahora, después de décadas de olvido, es que fue un incansable intelectual público y se mantuvo al día del mundo que cambiaba en derredor suyo. Infiernos privados, la novela que dedicó a Aguadilla y a la catástrofe provocada por las expropiaciones, y que tú has estudiado, es realmente delirante y poética, salvo rasgos de estilo anacrónicos, y demuestra que leía a sus contemporáneos.

“Puerto Rico es uno de esos lugares donde hasta hace muy poco se asumía y empleaba el criterio orteguiano de generaciones”

¿Existe la insularidad?

Existe el concepto para pensarlo, refinarlo y debatirlo. Hay muchas clases de insularidad, en diversas escalas y situaciones. Algunas islas han sido poderosos centros de formación cultural, turbinas, o máquinas culturales. Los ejemplos huelgan. En el Caribe insular o archipelágico se gestaron culturas complejas y ricas, no lo digo yo:  es evidente en muchos campos, artes, literatura, música. Buena parte de esa riqueza proviene de la diversidad cultural y lingüística entre las islas; tienes a un Lezama Lima y a un Derek Walcott, a Wilfrido Lam y Maryse Condé, a músicos como Rafael Hernández. Sin embargo, hay fuerzas enormes que impiden la comunicación interna y la difusión cultural. Los imperialismos siguen levantando barreras. Sin contextos culturales conocidos en la isla y fuera de la isla hemos sido tachados. O invisibilizados. Lo que decimos no se escucha lo que somos o fuimos no se registra. La literatura, las artes, se encargan de esos registros. El Sur de Estados Unidos como condensación de formas no sería sin Faulkner o Carson McCullers, Eudora Welty y Toni Morrison, y todos sus afluentes en las artes populares como el cine, la música. Un novelista del Sur se instala en un imaginario del Sur.

Pienso que el imaginario de Puerto Rico es preciso recuperarlo a diario, congregarlo, concebirlo, registrarlo, difundirlo, perderlo y volver a empezar. A veces los encuentros ocurren en comunidades diaspóricas, como sucedió en Harlem, Nueva York en la primera mitad del siglo 20 y más tarde. Es decir, las culturas de las islas fragmentadas siempre buscan la forma de crear enlaces. Entre esos enlaces, habría que estrechar el de la circulación de libros, llegar a lectoras y lectores con quienes, salvadas las diferencias, compartimos un lenguaje común. Para puntualizar: que nuestros libros lleguen a las librerías de tu país.

¿Qué era PR3: Aguirre?

Es el título de uno de mis libros, diría que una novela documental, pues se cruzan entrevistas, relatos fantásticos, y crónicas. La PR 3 es una carretera de circunvalación. Uno de sus tramos, al sur de la isla grande del archipiélago puertorriqueño, se extiende entre un barrio llamado Jobos, y el pueblo de Salinas. En esa zona, de ingenios cañeros desde el siglo XIX, se fundó, hacia 1899, un poblado de compañía llamado Central Aguirre, propiedad de un grupo de capitalistas de Boston. El libro tiene dos secciones: “Boston” y “Las islas”.  La primera es como una galería de retratos, con las historias de los bostonianos que formaron la compañía. De esos personajes quedan archivos: anécdotas vitales, conexiones comerciales, genealogías,  instituciones del siglo XIX bostoniano. En la segunda parte, “Las islas”, convergen relatos, anécdotas, leyendas y entrevistas a los boricuas, descendientes de obreros y personas esclavizadas que habitaban allí desde el imperio español.

El poblado de compañía se fundó en 1899, poco después de la invasión de Puerto Rico por Estados Unidos y se cerró como centro productivo en 1990. Me interesaron las prácticas culturales y el diseño estético y moral que impulsaron la fundación del poblado. Ese poblado ocupó un espacio donde ya había comunidades fundadas como satélites de una cultura de corte esclavista, y también productoras de ajustes a la esclavitud y el trabajo forzoso, de medicina popular, de violencia, ensalmos, rituales, música, cuentos. Una historia antigua, además, incluso anterior a las fundaciones poblacionales del siglo XIX.

“Partí de una figura lineal: la carretera. Esa línea de unos 9 kilómetros se puede recorrer en al menos dos direcciones, además de las vías que la cruzan o se cruzan en ella”

Partí de una figura lineal: la carretera. Esa línea de unos 9 kilómetros se puede recorrer en al menos dos direcciones, además de las vías que la cruzan o se cruzan en ella. La trama se detuvo en Aguirre como nódulo central, pero la escala amplia, inclusiva, no desapareció del todo. Interpretando esa cartografía conforme a la lógica de la distribución espacial de una economía capitalista colonial, el poblado de Aguirre fue un centro o polo de extracción y sus alrededores, hasta los pueblos de Guayama, Salinas y más allá, la periferia dependiente. En el libro quedan residuos de los espacios circundantes, que en la región se conocen todavía como “el batey de Aguirre”. Entre ellos están las entrevistas a personajes y se evoca la presencia de la música de bomba en el barrio de Jobos, uno de los más contaminados ambientalmente y a la vez más ricos en memorias. De esa variedad de escalas a lo largo de la carretera surge la diversidad de formas, registros, tonos. En cuanto a Aguirre, el poblado de compañía fue un experimento social controlado, o modelado conforme a un patrón segregacionista, como si el diseño fuera un spillover del ordenamiento del laboratorio. Hay alguna relación entre el diseño del laboratorio y el diseño fordista de la fábrica, supongo.

Ante esa sensación de una isla inmovilizada en nociones que no cuadran entre sí, donde “casi no se puede respirar” para citar del final de un cuento de Rosario Ferré (“Jardín de polvo”) a mí me ha movido el proyecto de una literatura de conexiones: trazar rutas de escape e intercambio, de afuera hacia adentro y desde la isla hacia las afueras. Sin embargo, no hasta la ruptura total, sino como un cometa cuyo hilo, o si quieres cordón umbilical, sigue ahí, para que entre las redes de esos caminos haya repiques, resonancias, correspondencias. La PR 3 es uno de esos caminos materiales que a poco que se lea abre sus salidas.

¿Qué se té impregnó más de tus pasos por la UCLA y la Universidad de Nueva York?

En varios años de mi juventud y en tiempos de gran agitación política y social estuve en ambas universidades. Una universidad, como sabes, es solo uno de los focos culturales de un espacio social en el tiempo. No pueden compararse Los Angeles, que fue una de las primeras megalópolis del siglo XX, un centro vacío rodeado de suburbios, con el núcleo denso de Nueva York.

En UCLA estudié planificación urbana y regional, lo que es curioso, porque si un lugar creció dictado por las fuerzas del mercado, sin planificación central rectora, ese es Los Angeles. Formé parte de un grupo de estudiantes de minorías étnico raciales, afroamericanos, chicanos, y yo de Puerto Rico. El eje de esa formación era trasladar a nuestros países toda una visión hacia el diseño de planes regionales en estados en vías de desarrollo. Realmente solo practiqué lo aprendido en cierta afición a los mapas y enlaces cartográficos compatibles con mis estudios previos en literatura comparada. Los mapas son registros y memorias. Me fascinan los mapas y me fascinan las escalas en profundidad de espacios puntuales. En una casa hay un universo, pero esa casa, que desaparece cuando se la sitúa en un mapa regional, puede leerse, sin embargo, en el contexto de espacios mayores, casi globales.

“NYU, desde luego, es una universidad urbana, y el entorno formaba parte de la experiencia académica: los cines, muchas librerías que ya han desaparecido”

Volviendo a Los Angeles, no podía ubicarme; me parecía inabarcable y extraña,  pues, además, era mujer en un tiempo de transiciones. Sí participé en actividades políticas, pues en Puerto Rico me había afiliado a una organización independentista y en Los Angeles eran las luchas de los obreros del sindicato Farm Workers y algún partido izquierdoso. No tengo muchos recuerdos, que se relacionen con desplazamientos en la ciudad, que devoraban el tiempo, pues al principio no tenía automóvil, sino del entorno: las costa del Pacífico, las excursiones a San Diego y Baja California, un viaje a San Francisco, donde experimenté el racismo segregacionista brutal. Por otra parte, repaso para contestar tu pregunta y me percato de que mis impresiones más duraderas del espacio angelino provienen del cine, la literatura.

NYU, desde luego, es una universidad urbana, y el entorno formaba parte de la experiencia académica: los cines, muchas librerías que ya han desaparecido. Estudié literatura latinoamericana en una época en que había un currículo notable. Además, repito, el espacio urbano era parte de la experiencia universitaria, con sus contrastes clasistas, como las villas miserias subterráneas, y comunidades de minorías étnicas y raciales que luego fueron desplazados. Todo esto en las postrimerías de la guerra de Vietnam  y momentos de agitación política. Esas experiencias merecen una respuesta más memoriosa.

¿Cómo es Cayey? ¿Qué significa para ti?

Cayey es un pueblo. No es aún un pueblo vaciado, como uno que visitamos en España hace décadas y que me pareció una estampa de tiempo petrificado. Este lugar donde nací y vivo ha tenido importancia en la historia de mi país: fundación de un partido socialista, un pintor Ramon Frade, un escritor tanto o más laborioso que Laguerre, Miguel Meléndez Muños. Y la ruralía de donde era mi madre y los barrios pobres de mi padre y abuelos paternos. También y creo que ha sido una maldición, una base militar que ahora es un recinto universitario algo disminuido, pues la universidad ha sido casi destrozada por los recortes presupuestarios. Pero aún no contesto tu pregunta. Cayey es el lugar donde vi la luz por vez primera y aquí tengo un arraigo visceral.

Recomiéndanos autoras y autores jóvenes puertorriqueños.

Ay, las listas son siempre injustas. Mencionaré autores jóvenes y no tan jóvenes que he leído con gusto, en estos días: Vanessa Vilches, Beatriz Llenín, Ana María Rúa, Luis Othoniel Rosa, Juan Carlos Quiñones, René Duchesne Sotomayor, Marithelma Costa, Rafael Acevedo, Xavier Valcárcel, Áurea Sotomayor. Hay más, pero las horas no dan. Creo que la escritura abundante, incluso hasta el desbordamiento, es signo vital.

¿Cómo ves tu país en la actualidad?

En un momento terrible. Quizás conviene pensar en ciclos y en largas duraciones y apostar a las posibilidades de que la resistencia y la combatividad, que no son nuevas, podrán ser destruidas, pero dejarán memorias o rastros y estímulos. Nos expulsan las políticas coloniales neoliberales que destruyen instituciones culturales, educativas y sociales. De otra parte, asociaciones, sindicatos y comunidades de diverso tipo han sido muy combativos en la última década, desde que la artimaña de la deuda eliminó todo vestigio de gobierno autonómico y se estableció una junta dictatorial controlada por el Congreso de Estados Unidos, y no exagero, pues en efecto administran el presupuesto de la colonia en beneficio de intereses financieros de especuladores. De nuevo, y en el contexto actual de la especie humana por una parte quedan bolsillos de resistencia, a la vez que se abre la necesidad de mirar nuestro proyecto de independencia en sus vínculos solidarios, no solo en el contexto caribeño y latinoamericano, sino a la luz y las tinieblas de las experiencias de otros pueblos.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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