• Opinión
  • 9 de octubre de 2024
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Los mitos pedagógicos en Filosofía y el preguntar de los niños

Los mitos pedagógicos en Filosofía y el preguntar de los niños

Los mitos pedagógicos en Filosofía y el preguntar de los niños

¿Es verdad que la filosofía es una “competencia” innata que se revela en el preguntar infantil?

Arek Socha. / Pixabay

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Alfonso A. Gracia Gómez

 

Se ha convertido en un lugar común relacionar el preguntar filosófico con esa actitud, a veces molesta, con que los niños inquieren a sus mayores sobre absolutamente cualquier cosa. A poco análisis que hagamos de esta circunstancia, es fácil distinguir en ello un motivo fundamental, a saber, el milenario renombre de nuestro siempre querido Sócrates, afamado “impertinente” que nos legó un saber fundamental, capaz de desenmascarar las teorizaciones quiméricas de algunos de sus más célebres coetáneos.

Pero la “simple” herencia socrática no basta para explicar la cándida convicción, cada vez más extendida, de que la infancia representa una especie de momento original de la historia del “espíritu filosófico” de todo individuo. Entran en juego en ello ciertas concepciones pedagógicas de ascendencia constructivista, que actualmente gozan de una posición claramente hegemónica en el panorama educativo. Por eso hace falta considerar si no habrá también un segundo motivo que contribuya a explicar el éxito de esa creencia que relaciona, por un lado, a la filosofía como saber y, por el otro, al niño y su aprendizaje como objetos de estudio.

Y así nos aproximamos a una tesis antigua, una convicción extendida entre los propios filósofos y de la que, por ejemplo, han hecho su evangelio algunos autores celebérrimos como Kant o Wittgenstein: la idea de que la filosofía no se puede confundir con su historia. Hacer filosofía no es conocer la filosofía, sino “filosofar”. Si a ello le sumamos, por último, el postulado constructivista, que (al menos en su vertiente pedagógica) postula la superioridad ontológica de las “competencias” sobre los contenidos, el cóctel que resulta de ello es poco menos que letal.

En efecto, sin la creencia en que la actividad filosófica consiste en una suerte de “competencia” innata, que conviene cuidar y guiar para que no sea maleada por los efectos “perversos” de la instrucción civilizatoria, no se podría entender por qué algunos encuentran en la curiosidad infantil la acción de un pensamiento que pretenden “auténticamente filosófico”. La filosofía para niños no deja de ser, a este respecto, un corolario de las tesis antropológicas (pedagógicas) de Rousseau.

Así que no queda más que formular la pregunta: ¿son verdaderamente filosóficos los cuestionamientos que se plantean en la infancia? ¿Es verdad que la filosofía es una “competencia” innata que se revela en el preguntar infantil?

Yo, personalmente, no lo tengo nada claro. Por una parte, está claro que los niños hacen muchas preguntas, pero, por la otra, también personas con bajo nivel cognitivo, por los motivos que sean, las hacen. Hace unos años conocí a un hombre con discapacidad intelectual que no paraba de preguntar “¿Por qué?”. Ninguna respuesta le satisfacía, pero es que su comportamiento era, básicamente, una estereotipia. ¿Se puede afirmar que eso lo convertía en un filósofo?

Hay una relación paradigmática entre la filosofía y el no-saber, pero parece absurdo entenderla como una proporción directa (inversa, en este caso) en la forma de: a menos saber, más filosofía. Mientras las “filosofías para niños” y la pedagogía estructuralista hacen apología de esta condición, olvida sin embargo que el filósofo es, antes que nada, un sabio. Un sabio consciente de su pequeñez no es lo mismo que un ignorante.

En mi opinión, la razón por la que vinculamos el preguntar con la filosofía no tiene que ver ni con el arte del diálogo ni con el no-saber. Todo preguntar tiene un cariz provocador (y es, desde Sócrates, lo propiamente filosófico de ese preguntar): porque cuestiona “lo sabido” y, así, al “sapiente”, al “docto”.

Por lo tanto, nuestro planteamiento debe evolucionar: ¿son las preguntas de los niños del tipo que nos cuestionan? En realidad pienso que sí, aunque no del modo en que lo puede suponer un seguidor de la pedagogía rousseauniana. Tal como yo lo entiendo, el niño pregunta porque necesita quien le responda, y a tal efecto plantea un reto que a él le parece insoluble. “¿Por qué el cielo es azul?” no es una pregunta movida exclusivamente por la curiosidad; tiene mucho de desafío para el adulto.

De hecho, si se le respondiera a esa pregunta hablando de la distinción óntico-ontológica, evidentemente quien así actuara no estaría respondiendo a su pregunta. Tampoco se contentaría al niño si se le explicara que el color es una construcción subjetiva que no corresponde a la esencia de las cosas. O tal vez sí, todo depende de la capacidad del adulto para ofrecerse, él mismo, como una máscara, un espejo que sostenga el no-saber del niño en el camino hacia un saber posible. Así, por ejemplo, al niño que estamos figurando le habría valido igualmente que se le hubiera respondido un contundente “No lo sé, pero hay gente que sí”, que es una manera de introducirlo en el orden simbólico de la Ley. Esto es lo que ocurría en aquella escena de Los santos inocentes (1984) en la que un personaje paupérrimo (en lo económico) como Pepe, pero orgulloso de su escaso saber, se veía obligado a responder con un simple “Eso díselo a los académicos” a las inquisiciones impertinentes (pues no otra cosa es este preguntar infantil) de su hija, mientras él intentaba explicar-le los rudimentos de la gramática española.

Lo que muestra este ejemplo es que el preguntar del niño no anda necesariamente tras la indagación de la verdad, sino que tiene que ver, más bien, con la reparación de una falta en el saber, a la que solo puede satisfacer una respuesta, la que sea. Y si resulta que esta puede tener la forma de “El cielo es azul porque refleja al mar” –lo cual no es, evidentemente, ningún postulado filosófico–, ¿por qué hay quien quiere considerar que sí que hay no sé qué pulsión filosófica innata tras la pregunta que le dio lugar? ¿No habrá, acaso, algún tipo de interés espurio tras este tipo de supuestos? Que cada cual indague la respuesta a esta impertinente pregunta. Habrá, sin duda, quien la entienda como la expresión de un mero divertimento retorcido y vano, si más no, infantil.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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