• Opinión
  • 23 de septiembre de 2024
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Los docentes: víctimas del ‘gaslight’

Los docentes: víctimas del ‘gaslight’

Los docentes: víctimas del gaslight

Hacer gaslight a alguien consiste en manipularlo psicológicamente para que acabe cuestionando su propia capacidad para gestionar su equilibrio mental

Jill Wellington. / Pixabay

Licencia Creative Commons

 

Josep Oton

 

A todas luces, la situación de la educación no es buena. Aun así, la Administración se reafirma en sus postulados sin asumir ninguna responsabilidad por sus decisiones y hace recaer sobre los docentes la culpa de los malos resultados alegando su falta de formación, de preparación y de motivación. Este discurso ha calado en la opinión pública y muchos docentes sufren en los despachos de dirección, un acoso que los especialistas han denominado gaslight.

El significado del término gaslighting, que se podría traducir literalmente como “hacer luz de gas a alguien”, sería “intentar que alguien dude de su razón o juicio mediante una prolongada labor de descrédito de sus percepciones y recuerdos”. Es decir, hacer gaslight a alguien consiste en manipularlo psicológicamente para que acabe cuestionando su propia capacidad para gestionar su equilibrio mental.

El término procede de la película Gaslight, dirigida en 1944 por George Cukor.  Está basada en basada en una obra de teatro de Patrick Hamilton estrenada con el mismo título. En cambio, en España la película se presentó como Luz que agoniza. Los protagonistas son una pareja de recién casados, Paula y Gregory, interpretada por Ingrid Bergman y Charles Boyer.

Los jóvenes esposos se instalan en una casa de la Inglaterra victoriana, herencia de una tía recientemente fallecida. Allí sucede un fenómeno misterioso: las luces de las lámparas de gas cambian su intensidad sin explicación alguna. Ahora bien, este acontecimiento irrelevante afecta a Paula y le genera mucha ansiedad porque su esposo le hace creer que el fuego sigue brillando con la misma intensidad que antes. Solo ella percibe las variaciones y duda de lo que ve.

Además, se siente aterrorizada al escuchar por las noches ruidos extraños procedentes del desván. Parece que solo ella los oye. Así mismo, desaparecen de la casa cuadros y joyas, y su marido le hace creer que ha sido ella quien se los ha llevado, aunque ya no se acuerde. Tampoco ayuda el hecho de que tanto Gregory como las criadas le digan que todo lo que vive es fruto de su imaginación y que le insistan en que su madre falleció en un manicomio por un trastorno parecido.

En realidad, las oscilaciones de la luz, los ruidos, las desapariciones y los cuchicheos no eran imaginaciones de Paula. Era víctima de actos orquestados por su marido para volverla loca y hacerse con su fortuna.

De esta película ha derivado el término gaslighting para describir una técnica desestabilizadora que genera dominación. Se trata de una modalidad de mobbing, de un abuso emocional ejercido por individuos con personalidad narcisista. Alimentan su autoestima y su supremacía al provocar inseguridad y confusión en la víctima, poniéndola deliberadamente al límite hasta hacerla dudar de su capacidad y de su equilibrio mental.

Cuando la víctima se queja y expresa: “lo que me dijiste me hizo daño”, el abusador distorsiona la realidad y responde: “yo nunca dije eso, te lo estás inventando” y así planta la semilla de la duda.

O bien, la víctima se lamenta: “cuando hiciste tal cosa me sentí muy mal”, a lo que el abusador, haciendo gala de su nula empatía, responde cínicamente: “eres demasiado sensible, solo era una broma” para tratar de convencer a la víctima de su flaqueza emocional y de su percepción errónea de los hechos.

La víctima también puede reaccionar y defenderse con vehemencia, pero entonces obtiene como respuesta: “eres un exagerado”, “te ahogas en un vaso de agua”, “tu reacción es desproporcionada”, “eres demasiado agresivo”, por lo que, en vez de seguir por la vía de la confrontación y la autoafirmación, puede acabar dudando de su criterio y claudicar.

Este fenómeno propio de las relaciones interpersonales puede ser trasladado a las relaciones institucionales, en concreto, al mundo de la enseñanza. ¿Acaso no se hace recaer sobre los docentes la responsabilidad de los malos resultados académicos? ¿No se les culpa de estar poco formados, de no trabajar lo suficiente y de tener demasiadas vacaciones? ¿No es una forma de degradación decir que ya no son transmisores de conocimiento?

Mientras tanto, ¿las Administraciones y los gurus de la innovación no pecan de narcisismo mesiánico y de autocondescendencia al autoafirmarse continuamente sin reconocer el menor ápice de error? ¿No es un ejercicio de despotismo desacreditar constantemente al profesorado al hacerle creer que la realidad del aula no es tal como la percibe?, ¿al sugerirle que no tiene criterio para diagnosticar qué está pasando?, ¿que es una broma cuando se trata de una falta de respeto o, peor aún, de una agresión?, ¿al tergiversar los hechos afirmando que lo resultados son buenos cuando son pésimos?, ¿que él es el responsable de lo que sucede con los alumnos?, ¿que son unos exagerados con sus demandas?

No haremos un spoiler de la película, pero sí diremos que estas situaciones cambian al iluminarlas, al aportar objetividad, al confrontarlas con el sentido común. Mientras tanto, como la realidad no se adecúa a las ensoñaciones de algunos iluminados se opta por denigrar a miles de profesionales haciéndoles creer que su percepción de la educación no es real, que cuanto sucede es culpa suya, que son emocionalmente frágiles y eso les incapacita para “gestionar el aula”, que no trabajan lo suficiente -es decir, son vagos- y no captan la bondad de los nuevos paradigmas educativos.

Esto es, sencillamente, maltratar. Tienen que someterse a tratamiento psicológico los abusadores, no las víctimas.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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