• Opinión
  • 6 de septiembre de 2024
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La ley del máximo esfuerzo

La ley del máximo esfuerzo

LA GRAN ESTAFA. Sección de opinión a cargo de David Cerdá

La ley del máximo esfuerzo

El ser humano ha forjado su extraordinario éxito evolutivo en el mérito y el esfuerzo

Chen. / Pixabay

Licencia Creative Commons

 

David Cerdá

 

La polémica sobre el esfuerzo y la meritocracia es inventada: ningún autor y hasta ninguna persona seria sugiere que con el esfuerzo basta y que no existen factores socioeconómicos y de otros tipos que afectan a los educandos. Pero una cosa es segura: cuanto más vulnerable, más dependerá del esfuerzo que uno pueda competir de tú a tú con el pudiente.

He perdido la cuenta de los docentes y supuestos influencers de lo educativo que juegan a propalar hombres de paja con lo del mérito y el esfuerzo: a cada estadística nueva que surge mostrando que el agua moja (= que el nivel de renta está correlacionado con el desempeño educativo), arremeten contra la doble obviedad de que el mérito importa y que educar sin que el educando se esfuerce es un imposible.

La polémica, como de costumbre, es inventada. No existe ni un solo autor serio y hasta ni medio serio —y miren que hay gente escribiendo y/o hablando sobre la educación— que diga que con el esfuerzo basta: que el esfuerzo lo es todo. Lo sé no porque lo haya escuchado o leído todo (nadie lo ha hecho), sino porque en cada ocasión en que me encontré con quienes se quejan de ese disparate pedí referencias y jamás me dieron ninguna. Eran peticiones retóricas, por supuesto: ¿cómo demonios va alguien a ensuciar un papel escribiendo algo así como «el esfuerzo determina la educación, sin que importen los demás factores?

La supuesta polémica se fulmina con una sola tesis: el esfuerzo es condición necesaria, pero no suficiente para educarse. Es decir, por supuesto que hay obstáculos accidentales, socioeconómicos y hasta genéticos, que pueden hacer muy cuesta arriba que un alumno llegue a adquirir los conocimientos imprescindibles y por lo tanto a pasar de curso (sin que esto último sea lo que más importe). Y ni que decir tiene que una democracia que merezca ese nombre debe poder desbaratar la lotería genética y socioeconómica en la medida de lo humanamente posible, porque es de estricta justicia. Clases de refuerzo, tutorías, atención personalizada en clase hasta donde se pueda: hay que combatir todos esos impedimentos, porque es nuestro deber, esto es, es lo propio de un sistema ético, honorable.

Dicho esto, hay que añadir esto otro, que apenas se escucha: no se puede enseñar a quien no quiere aprender, es decir, a quien no está dispuesto a esforzarse. La desidia, esa tara del carácter, y en lo que supera a la cantidad normal a ciertas edades —la adolescencia ya sabemos lo que entraña—, te saca del proyecto de educarte. Y junto a todas las consideraciones antes hechas hay que añadir esta: es un deber, y no solo un derecho, lo de educarse. ¿Se lo estamos diciendo a los educandos? ¿Lo oyen en casa, que ellos deben algo a su sociedad y a la humanidad entera, a ese proyecto, inmediato y global, en el que están inmersos, lo sepan o no y les guste o no les guste? Sospecho que entre nunca y casi nunca.

Hablamos, sin embargo, y hasta la extenuación del deber de los profesores de «motivarles». Lo cierto es que ese deber no existe. Lo que incluye el deber del profesor es ser un gran profesional de lo suyo, esto es, saber mucho de su materia y ser extraordinariamente capaz de comunicarla. Tiene un deber de pasión con su disciplina, cierto, y también ingentes responsabilidades en cuanto al desarrollo de la clase, la objetividad en las calificaciones, etcétera. De modo que sí, ha de ser estimulante. Pero ni puede ni debe encargarse de las ganas del educando. Si hay algo que pueda hacer en cuanto a sus circunstancias, además de mostrar comprensión, deberá hacerlo. Pero no puede accionar la voluntad del alumno.

La frase «no hay malos alumnos, solo malos profesores» solo puede decirla sin avergonzarse alguien que jamás haya dado clase, o quien, habiéndolas dado, tenga el criterio arruinado por la ideología. Hay alumnos malos de solemnidad de los que es imposible hacer carrera, sencillamente porque no se dejan. Dicho con la misma rotundidad, pero desde otro ángulo: hay alumnos tan malos que, para hacer carrera de ellos, tendrías que descuidar al resto de la clase. Hablando de injusticias: esa es una muy grande. Yo ya sé que casi siempre hay circunstancias que pueden explicar —que no disculpar— lo que les pasa. Pero resulta que hay chavales en iguales o peores condiciones que con su esfuerzo salen adelante. En los menores hay que redoblar esfuerzos, y ser generosos hasta la extenuación —pero no hasta el ridículo— con este tipo de estudiantes. Pero ¿qué pasa cuando cumplen dieciocho años? Que, sea lo que sea que hicieron con ellos, la carga de la responsabilidad va pasando a su platillo a gran velocidad, porque así es la vida. El resultado es a veces un drama; pero el mundo, como dijo Freud, no es una guardería.

Cantaba Joan Manuel Serrat que la verdad no es triste, sino inevitable. El esfuerzo es en sí un poderoso motivador, y la escuela necesariamente ha de entrenar el carácter. Mal hacemos rebajando la exigencia a los estudiantes: es una —cada vez menos— sutil forma de desprecio. Empeñarnos es la vía ineludible para respetarnos y sentirnos capaces. Como el psicólogo Albert Bandura supo ver en sus estudios sobre la autoeficacia, es un elemento central de nuestra personalidad y así pues de nuestra salud mental pensar y sentir que somos causas importantes de cuanto nos pasa. Si seguimos, por ejemplo, inflando las notas (media de bachillerato superior a 8, 27% en 2015, 43% en 2021; fuente: Ministerio de Universidades) seguiremos degradando la exigencia y con ella el esfuerzo.

El ser humano ha forjado su extraordinario éxito evolutivo en el mérito y el esfuerzo, a pesar del peso de los otros factores que aúpan a los mediocres, como el poder y el dinero. Reconozcamos cuánto podemos hacer para que aquellos factores virtuosos recuperen su preeminencia y estaremos en la senda de revertir el declive en curso.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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