- Opinión
- 24 de junio de 2024
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La filosofía y las competencias. ¿Son críticos los profesores de Filosofía?
La filosofía y las competencias. ¿Son críticos los profesores de Filosofía?
La filosofía está pasando por momentos difíciles en el mundo académico. Dos factores clave tienen la culpa de ello, ambos promovidos por los principales adalidades de la pedagogía cientificista actual, a saber: por un lado, la puerilización del individuo, que ha convertido todo lo académico en productor de subjetividades ingenuas y endebles, y por ello fácilmente adoctrinables; y, por el otro, el dogma competencialista, que aboga por la prescindibilidad de todo conocimiento que no sea fácil y directamente aplicable. En este artículo vamos a dedicar unas palabras a este dogma, en particular queremos reflexionar sobre la importancia de que los docentes, especialmente los que tenemos una formación humanística, hagamos lo posible por evitar caer en sus perniciosas ilusiones.
Y es que, todavía hoy, me sigo encontrando a compañeros/as que, ante la pérdida de horas docentes que sufren nuestras asignaturas (me voy a centrar aquí en la materia de Filosofía), reaccionan subiéndose al carro de las competencias, en lugar de reclamar la palabra que nos ha sido robada. Argumentan para ello que “nuestra asignatura siempre ha sido competencial”, que es una manera de decir que la Filosofía es la asignatura que deberían privilegiar las actuales leyes pedagógicas, cuyo contenido es ignominiosamente antiintelectualista. Esto, por una parte, es una evidente ingenuidad (no le van a dar más horas a la Filosofía porque nos pongamos al servicio de políticos y pedagogos); y, por otra, constituye una bajada de pantalones en toda regla, cuando no una abierta traición al conocimiento (especialmente al conocimiento filosófico) y a esa clase social cuyos intereses dependen directamente de su adquisición: los pobres, la clase obrera.
Argumentan mis compañeros competencialistas –seguro que con la mejor de las intenciones– el hecho constatable de que en Bachillerato se analizan fragmentos filosóficos, lo cual es una labor perfectamente afín a lo que las élites económicas (no los filósofos, ni siquiera los pedagogos) han definido como “competencia”: conjunto de conocimientos, habilidades y destrezas que permiten realizar una actividad o tarea de manera adecuada y sistemática. Sin embargo, al dar por válida esta definición, olvidan que, en la práctica, el objeto del giro competencialista que ha sufrido la educación en los últimos años ha tenido un enemigo común, a saber, el estudio memorístico, que siempre se opone a la comprensión y cuyo uso se compara con el acto fisiológico de vomitar. Esto solo puede conducir a lo que de hecho ha producido: el desprecio absoluto, y el consecuente descuido, de los contenidos de las diferentes asignaturas.
Solo hay que echar un vistazo a los distintos desarrollos curriculares de las actuales materias del Bachillerato para darse cuenta de qué poco se respeta en ellos todo lo que tiene que ver con el conocimiento. Y, sin embargo, ¿no es en realidad imprescindible haber memorizado un buen número de conceptos, incluso de datos aparentemente inanes, para conseguir entender en profundidad ese tipo de textos, aparentemente “competenciales”, de los que presumen algunos de mis compañeros de cátedra?
En mi opinión, pretender que la asignatura de Filosofía gane las horas que nos están robando, aprovechando para ello el “río revuelto” de las reformas legislativas, es caer en esos prejuicios constructivistas rancios que solo sirven para alejar al alumnado del conocimiento. Y eso es lo peor que, como filósofos, podemos hacer. Por eso pido a mis colegas honestidad, capacidad de reflexión y compromiso político con nuestro alumnado; en suma, que sean verdaderos representantes de ese “espíritu crítico” que nos exige la Ley…. Pero ello implica que nos neguemos en rotundo a aceptar los dogmas de una disciplina pseudocientífica y antifilosófica como es la pedagogía contemporánea. Lo contrario no es más que hacer política en el peor de los sentidos, esto es, como demagogia. Personalmente, me niego a considerar como representante de la Filosofía a todo aquel que acepte entregarse de forma ciega y cegadora a ese tipo de menesteres, imprescindibles por otro lado para legitimar el marco ideológico desde el que las instituciones –no lo olvidemos nunca– van a hacer todo lo posible para destruir lo que somos: sujetos de saber.
Fuente: educational EVIDENCE
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