La Filología del futuro y la Academia del pasado: sobre la publicación de “El nacimiento de la tragedia” de Friedrich Nietzsche

La Filología del futuro y la Academia del pasado: sobre la publicación de “El nacimiento de la tragedia” de Friedrich Nietzsche

La Filología del futuro y la Academia del pasado: sobre la publicación de “El nacimiento de la tragedia” de Friedrich Nietzsche

El nacimiento de la tragedia fue y continúa siendo un texto controvertido, y no resultó gratuito para la biografía de Nietzsche

Nietzsche, Friedrich: Die Geburt der Tragödie aus dem Geiste der Musk. Leipzig: E. W. Fritzsch 1872, 143 Seiten. Titelblatt des Erstdruckes(Wilpert/Gühring² 1). Fuente Antiquariat Dr. Haack Leipzig → Privatbesitz
Autor © Foto H.-P.Haack

Licencia Creative Commons

 

Steen Knudsen Esquerda

 

Podríamos decir que Friedrich Nietzsche ha sido uno de aquellos pensadores cuya la influencia nunca se ha dejado de sentir en la filosofía posterior. Su figura intelectual continúa inspirando ensayos, novelas, y películas. Sin embargo, una escena biográfica poco conocida fue su tensa relación con uno de los filólogos clásicos más importante de su tiempo, Ulrich von Wilamowitz, que testimonia la lucha entre el vitalismo de las ideas y la inmovilidad de la academia, con ecos que llegan a nuestro presente.

En el año 1872 se publicaba El nacimiento de la tragedia desde el espíritu de la música, esperada primera obra del joven académico Friedrich Nietzsche quién, con veinticuatro años y sin habilitación formal, ya ocupaba un lugar de profesor en la Universidad de Basilea. Nietzsche había escrito esta obra pensando estrictamente en un público de filólogos, su nuevo ámbito profesional. Fue una sorpresa para el filósofo, pues, verse inmerso en un silencio frío y hermético: pasaban las semanas y ninguna reseña se publicaba —ni siquiera el esperado artículo de defensa firmado por Ritschl, mentor gracias al cual había recibido su plaza universitaria. Se había impuesto un silencio de castigo El nacimiento de la tragedia, catalogada por la academia como mera “ideología wagneriana”. Casi medio año después, Ulrich von Wilamowitz, joven profesor universitario que estaría llamado a ser uno de los filólogos clásicos más importantes de su tiempo, publicaría un panfleto contra la novedad editorial titulado «¡Filología del futuro!».

Wilamowitz provenía de la aristocracia polaca, y conocía personalmente a Nietzsche de sus años de estudiante a Pforta. Había empezado escribiendo una reseña formal de la obra, pero su desconcierto y desprecio hacia su contenido había aumentado hasta alimentar su escrito con una prosa mucho más ácida. Su discurso no muestra ningún tipo de interés en la metafísica nietzscheana: toda la rabia del filólogo va dirigida en defensa de las maneras de hacer de la academia, contra la utilización sin rigor del mundo antiguo y en defensa de los principios metodológicos de la filología clásica. Este era el punto central del manifiesto de Wilamowitz y lo que lo hacía tan arriesgado: señalar las carencias y desgarrar metódicamente cada página de El nacimiento de la tragedia, una obra sin casi ninguna nota a pie de página, ni referencias; de una forma tan literaria que casi evadía toda crítica filológica posible.

Wilamowitz denuncia el tono de Nietzsche, a quien tilda de profeta, de apóstol de una nueva religión. Acusa a Nietzsche de ignorancia y de engaño deliberado por su método antihistoricista, consistente en tomar ciertos elementos antiguos y contrastarlos, sin ningún tipo de pudor, con la actualidad. Hay que remarcar, además, que las páginas del filólogo representan por sí solas un claro alegato en favor de la práctica académica alejandrina: cada página se encuentra llena de notas al pie, de alusiones a textos clásicos y de proverbios griegos, mientras destruye gradualmente, con referencias y evidencia, cada defecto de documentación o bibliografía de la obra de su colega. Acusa a Nietzsche, por ejemplo, de ignorar por completo la cuestión homérica y hablar de Homero como de un autor unívoco; de hablar de música griega sin ninguna evidencia de cómo podría llegar a sonar; de desconocer el rol del corazón trágico y hasta de engañar al lector en cuanto a la posible relación entre Sócrates y Eurípides. Aun así, también es cierto que Wilamowitz hace uso de tópicos retóricos y citas parciales para desacreditar intencionadamente a Nietzsche y el nuevo camino que abría su tratado en la interpretación de la cultura clásica —y, por extensión, de la contemporánea. No quiso nunca conceder que el escrito, más allá del rigor filológico, pudiera tener cierto interés para la interpretación del drama musical wagneriano, y hasta en sus memorias continuó defendiendo los puntos clave del panfleto.

Se trataba, como entiende la historiografía actual, de una disputa ejemplar en medio de una creciente rivalidad entre escuelas filológicas de la época, pero también entre la figura naciente del intelectual novecentismo y el poder que hasta entonces habían ostentado los departamentos universitarios. Wilamowitz atacaba también, en el escrito, a un joven académico, Erwin Rhode, amigo de Nietzsche, que con el tiempo acontecería un renovador de los estudios literarios clásicos. El estatus universitario que el clasicista defendía, sin embargo, acabaría otra vez salvado: Nietzsche fue exhortado por las autoridades a renunciar a su cátedra. Aunque se negó de primeras, con los años sus clases se irían vaciando, y el conflicto nunca dejaría de resonar por los pasillos.

No se trata de hacer historia-ficción e imaginar si la vida de Nietzsche dentro de la academia habría sido más fácil si no fuera por la disputa con Wilamowitz; es probable que el deterioro de su enfermedad y la incomprensión de sus colegas lo hubiera empujado igualmente a una vida de intelectual libre. El nacimiento de la tragedia fue y continúa siendo un texto controvertido, y no resultó gratuito para la biografía de Nietzsche. Todavía hoy podríamos encontrar otros ejemplos, en nuestras universidades —tan diferentes de las que conocía el filósofo, y tan iguales—, de disputas y decisiones difíciles donde el autor se juega más que una mención en el currículum. Un episodio como este nos recuerda que las transformaciones filosóficas y culturales siempre han creado conflicto, y que es el conflicto el más buen indicador de la verdad.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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