- Opinión
- 16 de enero de 2025
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La escuela como fábrica de burbujas de cristal
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La escuela como fábrica de burbujas de cristal
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La filósofa española Montserrat Nebrera se refiere a los jóvenes nacidos a partir del año 2000 y especialmente a los nacidos a partir del 2010 como “generación de cristal” y es que nos encontramos ante una nueva juventud enfermizamente sensible, vítrea, frágil y quebradiza, que puede romperse fácilmente y que vive entre nubes de algodón, huele a azúcares ultraprocesados y es del todo incompatible con la crítica y la frustración, por lo tanto, con la realidad.
En ese mundo en el que “todo irá bien”, que bien pudiera haber ideado el mismísimo Mr. Wonderful, se vive de manera inconsciente, dándole la espalda a la verdad, especialmente cuando ésta se muestra exigente y poco complaciente.
Nebrera entiende que la razón que explica que la debilidad y la inestabilidad sean los signos de identidad de esta nueva generación es la sobreprotección de los padres a sus hijos, que han querido allanarles tanto el camino que ante el mínimo obstáculo se vienen abajo y son incapaces de salir adelante por ellos mismos. Nos referimos a la denominada crianza respetuosa o crianza con apego, que no es más que el paternalismo llevado al extremo y al absurdo, a saber, los niños mimados y consentidos de toda la vida.
Nos preguntamos cuál es el papel de la escuela en todo este disparate o mejor dicho cuál debería ser dicho papel. ¿Debe la escuela ser cómplice y aunarse con esos progenitores que sobreprotegen a sus hijos impidiendo que éstos puedan convertirse en sujetos autosuficientes y desplegar así todas sus condiciones de posibilidad? ¿O debe, por el contrario, oponerse a tal aberración y centrarse en su cometido, es decir, en formar a personas que sepan gracias al conocimiento adquirido desenvolverse en un futuro de manera autónoma?
Lo cierto es que hoy se ha aceptado que el profesor no pueda evaluar al alumno con libertad y esto tiene mucho que ver con lo que venimos diciendo, ya que no debe herirse bajo ningún pretexto la sensibilidad de ese alumno altamente vulnerable, es decir, debe evitarse a toda costa que el cristal de la burbuja en la que vive llegue a resquebrajarse nunca, pues la verdad penetraría en ella y podría acabar rompiéndose en mil pedazos, ya que la generación de cristal se muestra incapaz de asimilar el mundo que se le presenta tal y como es, excepto cuando se trata de un mundo agradable a sus sentidos, porque, no lo olvidemos, lo que un sistema económico ultracapitalista necesita es apelar continuamente a los sentidos.
No hace falta darle demasiado al botón de rebobinar para darse cuenta de que incluso a los que el conocimiento nos había seducido ya, a los que experimentábamos algún tipo de placer cuando éramos capaces de resolver un problema de matemáticas y a los que la literatura nos prometía un mundo mejor, preferíamos las vacaciones a ir a la escuela. Madrugar se convertía en un suplicio y tener que ver las mismas caras de lunes a viernes podía fácilmente convertirse en una condena. Aún así, entendíamos que esa era nuestra obligación, de ese modo contribuíamos a la economía familiar, ciertamente no producíamos ningún bien, pero se trataba de labrarse un mañana que en el futuro pudiera ser compartido y es que no había regalo mejor para nuestros padres que el de hacer carrera.
No éramos felices crónicos. A una inmensa mayoría no nos divertían las clases de matemáticas ni tampoco las de historia, pero tampoco nos suponía trauma alguno, pues éramos plenamente conscientes de que a la escuela uno no iba a divertirse y que pasárselo bien era sólo una de sus múltiples posibilidades y si suspendías y llorabas por ello se entendía que era parte del precio que había que pagar por haber suspendido, evitar ese llanto, como se hace hoy en día, disfrazando un suspenso con cualquier palabro extraño o aprobando por únicamente haber hecho acto de presencia, esto es, por pena, es un error evolutivamente hablando.
Esta sobreprotección que también ha llegado a la escuela pública os ningunea, desprecia vuestras capacidades y, lo que es peor, os engaña, os hace creer que habéis alcanzado el nivel para pasar de curso, cuando el nivel que se os exige se limita prácticamente a estar vivo. Pero nada más lejos de la realidad, os quieren idiotas y esa no es manera de querer.
Frases como “si no sabes por donde empezar, empieza por sonreír” en lugar de “empieza por trabajar” son sólo placebos, píldoras instantáneas de una felicidad instagramera, es decir, completamente falsa.
Exigid una educación pública de calidad que a su vez os exija a vosotros mismos ser cada vez mejores en todos los ámbitos de la vida.
La escuela no puede convertirse en una fábrica más de burbujas de cristal que lejos de protegeros os hagan justamente tan o más frágiles que el cristal mismo.
Fuente: educational EVIDENCE
Derechos: Creative Commons