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- 18 de marzo de 2025
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La educación basurizada

La educación basurizada
El cáncer de las pseudociencias en educación

Razón y dignidad educativas
Llega a nuestras manos el nuevo título del incansable David Rabadà, La educación basurizada. El cáncer de las pseudociencias en educación (Dobleuve) y lo primero que hemos de decir es que el contenido moderado y razonado del texto contrasta vivamente con el contenido de la portada, la enorme montaña de libros residualizados, y el título radical.
Efectivamente, el estilo de Rabadà se ha asentado y racionalizado, y ha tomado incluso aires filosóficos. Kant, Platón, Demócrito, Eisntein, Isaiah Berlin, Jorge Wagensberg transitan por estas páginas, aunque diría que el autor que más le ha influido posiblemente sea Héctor Ruiz Martín, el imprescindible neurolingüista catalán. Los objetivos del ensayo quedan muy claros tanto en el prólogo de Víctor Guiu como en diversos puntos del libro. Para presentar la lectura, Guiu ha escrito que “en esta sociedad líquida donde nadie presta atención a lo más sólido, el conocimiento, hay cientos de magufos que se han instalado en el poder educativo como una garrapata. Si no la quitas a tiempo, si no la quitas como se debe, puedes tener problemas”; y qué duda cabe de que el problema de los parásitos pedagogistas está tomado una dimensión dramática, porque el pedagogismo oficial garantiza que el terraplanismo y las pseudociencias se generalicen entre nosotros y desvirtúen completamente el significado de las instituciones educativas.
Cada vez son más los autores que insisten en ello, pero las autoridades continúan dando cancha a las sandeces más osadas. Son recientes los ensayos de Torres Blandina (El arte de educar a estúpidos), de García Tirado (Profesorxs. Un emoji) o de Damià Bardera (Incompetencias básicas) que nos avisan de nuevo sobre el imperio de los frikis con poder que se convierten en los tontos útiles de quienes destruyen adrede la escuela pública. La desorientación sigue siendo, por desgracia, la norma, aunque la mayoría de docentes ya parece que hace tiempo que ha desconectado de unos delirios tan tóxicos. Lo que no significa que exista, por ahora, una alternativa política que se proponga volver a la seriedad y la responsabilidad.
Por lo tanto, tiene razón Guiu cuando sigue escribiendo que “la sociedad vive en una continua mentira en relación al ámbito educativo. Lo curioso es que parece importar poco. Más allá de PISAs y de maquillajes de los datos de lo que algunos llaman fracaso educativo, vivimos entre una educación basurizada en la cual, según David Rabadà, aceptamos el cáncer de las pseudociencias que raya la locura”. Concluye nuestro prologuista: “Si no les importa que la educación se haya convertido en una basura, si en lugar de ciencia y arte prefieren la creencia en los nuevos dioses de la miseria cultural y humana a la que nos estamos acercando, no lean el libro. Vivirán más tranquilos y rezarán a sus seres de luz imaginarios”. Las cosas claras y el chocolate, espeso.
Pero si eligen la otra píldora atrévanse a comprender cómo es posible que estados enteros se entreguen a la mitología pedagogista antes de tratar de construir currículums racionales o de estructurar caminos pedagógicos racionales, quiero decir, realizables, esto es, educativos. Basurizamos nuestra educación porque la basamos en posverdades reaccionarias; entregamos nuestra escuela al “cáncer de las pseudociencias” porque a la Administración le sería muy premioso fomentar el pensamiento racional y restaurar el sentido democrático de nuestra escuela. Le resulta mucho más fácil y barato seguir alquilando los servicios de paniaguados y mercachifles que le resuelven el problema de su imagen pésima. Una imagen que es resultado de décadas de mentiras, recortes, negligencia, parasitismo, palabrería mágica, sectarismo antiacadémico y simple ignorancia. Es el estado de cosas por el cual tenemos catedráticos de pedagogía dedicados a propalar las naderías más alucinantes, o corporaciones subvencionadas que fomentan prácticas y creencias que avergonzarían hasta al Mago Rappel.
Más nos convendría escuchar a David Rabadà cuando escribe que “nuestros alumnos no son ratas de laboratorio, sino el tesoro más preciado de nuestro futuro. Experimentar e ellos pedagogías alternativas no resulta nada seguro si no existen garantías de mejora educativa contrastada” (pág. 11); o que “para mejorar la enseñanza no hay que volver a lo anterior, sino que hay que volver a lo que funciona” (pág. 12). Y es que el furor deconstructivo actual se ha convertido en un tic infantil generalizado, una especie de virus nihilista o venganza del necio contra todo lo racional y lo estructurado. Para decir algo serio sobre educación conviene atreverse a ser antipopular, es decir, antipopulista: “Respeto, esfuerzo y estudio deben ser parte de los pilares que compartan docentes y alumnos” (pág. 109).
Con las nuevas tecnologías ha ocurrido lo mismo: se han convertido en excusas para justificar cualquier idiotez, cualquier ocurrencia destructiva. Como nos recuerda Rabadà, “la tecnología no educará por sí misma a la gente, sino que será la gente educada la que sabrá sacar mayor partido de la tecnología” (pág. 39). El ciberpopulismo recibe, pues, lo suyo, y también el famoso y denostado DUA, “un mito educativo basado en falsedades comprobadas” (pág. 81), pero que resulta muy útil a los políticos porque les permite recortar recursos a diestro y siniestro. Nunca ha existido más necesidad de dejar de escuchar profecías babeantes y empezar a analizar los cambios actuales con un poco de buen sentido analítico. Causa vergüenza y pasmo ver lo que afirman nuestros responsables de Educación, sin ningún tipo de preparación, decoro público o criterio confiable.
La consecuencia más inquietante de seguir deseducando a través de ensoñaciones anarcocapitalistas, sin duda alguna, es el auge de los extremismos violentos, especialmente las vesanias de ultraderecha, los racismos, los machismos y el primitivismo que engendran los terraplanismos cuando se convierten en Leyes Orgánicas, como es el caso de la LOMLOE. En los últimos años he llegado a leer las cosas más estrafalarias y deprimentes, por ejemplo: a un “pedagogo” escribir que no era importante enseñar a leer a los niños; o a otro iluminado que decía que las aulas tenían que ser octogonales para evitar contagios de Covid, mientras la ministra afirmaba que ya no eran importantes los contenidos porque la IA ya era realidad. Contra esas tonterías intensas cobran un valor especial libros profilácticos como el de David Rabadà, una voz más contra la barbarie antiilustrada que devora nuestro sistema educativo y, por extensión, nuestra sociedad.
Título: La educación basurizada. El cáncer de las pseudociencias en educación
Autor: David Rabadà Vives
ISBN: 978-84-127966-4-3
Editorial: Dobleuve
Idioma: Castellano
Número de páginas: 133
Fecha de publicación: enero de 2025
Fuente: educational EVIDENCE
Derechos: Creative Commons
1 Comments
Héctor Ruiz no es neurolingüista… en fin…