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  • 17 de octubre de 2024
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La economía del dato acecha la escuela

La economía del dato acecha la escuela

La economía del dato acecha la escuela

Shawn Suttle. / Pixabay

Licencia Creative Commons

 

Jon Bustillo

 

Las grandes compañías tecnológicas hace ya algún tiempo que descubrieron el valor de los datos personales, creando lo que hoy se conoce como “la economía del dato”. Saber en todo momento qué hace, dónde está, qué compra, qué visita, qué siente, qué preocupa a cada persona, se ha convertido en el tesoro más preciado y, para ello, no se escatima en recursos. Millonarias inversiones que pretenden seguir ahondando en el conocimiento de lo que acontece en la vida de las personas y que, al parecer, siguen siendo muy rentables. Detrás de esto, existe toda una industria de compra-venta de datos en donde nos sorprenderíamos lo exhaustivas que podrían ser las informaciones que, sobre cada uno de nosotros, son capaces de aportar estas compañías. Y es que, en nuestro día a día, no dejamos de generar más y más datos a través de los dispositivos móviles, sus sistemas operativos y las redes de comunicación. Una inagotable fuente de información que, unida a la potencia de cálculo de los sistemas más complejos de computación, son capaces de identificar a cada sujeto, obtener patrones de conducta por segmentos e identificar perfiles socioeconómicos que permiten a las empresas adecuar tanto los servicios como los precios a cada persona. Hablamos de la comunicación personalizada, una nueva forma de condicionar a las personas, ofreciendo a cada persona aquello que quiere escuchar, sea o no cierto, y creando una suerte de “echo chamber” (Peirano, 2019).

La escuela no está ajena a esta realidad y, desde la incorporación de las TICs en las aulas, se ha abierto una nueva ventana para que los buitres de los datos sigan conociéndonos mejor, si cabe. Hagamos un pequeño ejercicio de cómo sería esta aportación desinteresada a la economía del dato. Supongamos una escuela de educación primaria (desgraciadamente también se podría hacer con centros de infantil) que, en un alarde de innovación y modernismo, incorpora el uso de Chromebooks[1], o si se quiere, los servicios gratuitos de Google en el día a día de sus clases. Recursos educativos que, a través de la red wi-fi del centro permiten acceder a casi cualquier información, paralelamente envían a las compañías tecnológicas toda la información relativa al uso de la tecnología, tanto del hardware como de los programas que se utilizan por parte de cada usuario registrado. Ahí irían, sin mucho esfuerzo, informaciones relativas al historial de las búsquedas y navegación, la velocidad de escritura, el tiempo medio de lectura, los trabajos realizados... y otras que no son tan evidentes pero que también son de interés para la industria del dato (Rodríguez Prieto, 2023). Esto en el entorno del aula, pero cuando el alumnado se vuelve a conectar, identificándose en su casa (bien a través del equipo de la escuela o en cualquier otro dispositivo de casa), ahí las compañías tecnológicas son capaces de obtener toda una cascada de informaciones relativas a las condiciones económicas, familiares y sociales que se asocian a ese estudiante. Así, cuando se comparte en el domicilio la red wi-fi a la que se conectan todos los dispositivos móviles de la casa, el usuario registrado en los diferentes servicios educativos que se impulsan desde la escuela, se incorpora al torrente de datos que, amablemente cedemos de forma gratuita a las grandes compañías tecnológicas y que estas podrán analizar para obtener nuevos patrones (O’Neil, 2017).

Informaciones que no solo se juntan a las generadas dentro de la red wi-fi doméstica, sino que también se asocian a las generadas por todos los dispositivos móviles (sobre cualquier punto de conexión) que las compañías tecnológicas ya tienen debidamente identificados. Compañías como Google, Apple, Telefónica o Samsung, pueden identificar cómo son las familias de los escolares y quiénes son sus integrantes. Como poco, conocen el tipo de dispositivos que usan, cada cuánto los renuevan, tiempos de conexión y desconexión, dónde viven, quiénes conviven, qué compran y dónde, nivel de gasto, con quiénes se relacionan, si van de vacaciones (cuándo y a dónde), el historial médico,… incluso a quién votan. Tal y como indica Véliz (2021), “El poder de las compañías tecnológicas se forma, por un lado, a partir de la posesión de un control exclusivo sobre nuestros datos y, por otro, por su capacidad de prever todos nuestros movimientos, lo que, a su vez, les brinda múltiples oportunidades de influir en nuestra conducta y de vender esa influencia a otros, gobiernos incluidos”. Demasiado poder en manos de empresas privadas que están deseosas de incorporar los datos más íntimos del desempeño escolar de los más pequeños de casa. Un precio demasiado alto que la administración educativa, en vez de evitar, está generalizando a través de los múltiples contratos que realiza con estas compañías.

Algunas asociaciones familiares ya se han manifestado en contra de esta situación, pero las administraciones educativas hacen oídos sordos y, en nombre de la innovación y la competencia digital, se sigue engordando el mercado de los datos, en esta ocasión referidos a personas menores de edad que irán dejando un jugoso rastro de su desempeño escolar que solo estará a disposición de las grandes compañías tecnológicas.

Coincidiendo con Véliz (2021), creo que no todo está perdido y, si desde la administración educativa se impulsa, se podrían hacer por lo menos dos cuestiones básicas; por una parte recuperar la incorporación del hardware y software libre a la educación (Adell & Bernabé, 2007), limitando así la generación y captación, por parte de empresas privadas, de datos del alumnado en su desempeño educativo, asegurando así una navegación por la red lo más anónima posible. Por otra parte, habría que concienciar a los equipos directivos, al profesorado, a las familias y al alumnado sobre la necesidad de preservar la privacidad de nuestros datos, mostrando las consecuencias que ya están afectando a cuestiones tan cercanas como las selecciones de personal, el acceso a créditos, los precios personalizados, los seguros o los programas de violencia de género. Una nueva injusticia para aquellas personas que no se vean favorecidas por el algoritmo que fue entrenado con nuestros datos desde la edad escolar.

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[1]     https://edu.google.com/intl/ALL_es/chromebooks/overview/


Bibliografía:

Adell, J., & Bernabé, Y. (2007). Software libre en educación. Tecnología educativa. Madrid: McGraw-Hill, 173-195.

O’Neil, C. (2017). Armas de destrucción matemática: Cómo el bigdata aumenta la desigualdad y amenaza la democracia. Capitán Swing Libros.

Peirano, M. (2019). El enemigo conoce el sistema: Manipulación de ideas, personas e influencias después de la economía de la atención. Debate.

Rodríguez Prieto, R. (2023). Menores, privacidad y derechos humanos en la escuela. El caso de Google workplace for education en España. DERECHOS Y LIBERTADES: Revista de Filosofía del Derecho y derechos humanos, 50, 199-224. https://doi.org/10.20318/dyl.2024.8240

Véliz, C. (2021). Privacidad es poder: Datos, vigilancia y libertad en la era digital. Penguin.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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