La casa infinita de Luis Rosales

La casa infinita de Luis Rosales

La casa infinita de Luis Rosales

Imagen generada mediante IA

Licencia Creative Commons

 

Marian Raméntol

 

Cada uno decide donde demorar sus ojos hasta quemarlos si hace falta. No todo lo que se lee deja huella, sin embargo hay ocasiones en las que el descubrimiento de un autor en cuestión marca el hilo conductor de un pequeño giro en las pupilas, algo que ya no tiene vuelta atrás, puede que el matiz sea casi inconsciente, minúsculo como micro-partículas o modificaciones infinitesimales en la cadena del ADN de nuestra manera de ver y entender la poesía, y del que ya no podremos escapar jamás. Así me sucedió con la llegada a mi vida de Luis Rosales, cuya intimidad narrativa casi a modo de confesión, el modo de hilar la memoria a través de la casa, de sus habitaciones y de sus habitantes y humanizar a la muerte, darle vida , aunque sea casi un oxímoron, a través de diálogos con sus muertos, me subyugó.

Y es que Luis Rosales habita una casa «infinita» ya desde sus inicios. Una casa arterial, una casa viva donde las sombras son como sangre y las habitaciones se encienden por sí mismas y se oyen voces de niño, de niño-madre, de niño-hermano. Una casa escrita para reunirse y dejar que nos mire la carne y nos bese el cuerpo, porque es necesario besar el cuerpo pero también el alma a un mismo tiempo

«como un poco de mar se besa todo/ dentro de sí, dentro de mí/ y alzando un labio en cada ola…» (del poema «Cuando a escuchar el alma me retiro» del libro La casa encendida)

Una casa a veces vacía e inherte però firme como un ancla, un lugar repleto de ausencia pero tan presente y primodial que el poeta lo reclama para poder preservar a sus viejos,

«…sus habitantes, desde hace mucho tiempo, no se mueven/no se pueden mover: son igual.  que paredes que nos miran/son igual que paredes tan quietas que han terminado por enfermar/ son igual que paredes donde la cal impide que progrese la humedad visitante…» (del poema «La casa está más junta que una lágrima» del poemario Rimas)

otras «encendida», donde su memoria más íntima se proyecta a través de los recuerdos de amigos, de familiares y de la infancia hilándose y deshilándose perfectamente acomodados ante una taza de te en el comedor, en una conversación en la cocina o entre las habitaciones visitadas por la luz de unos ausentes muy vivos en su onírica realidad. Una casa de nuevo a modo de ancla, también repleta de ausencias pero esta vez dotando al lugar de una inmobilidad casi desesperada

«Porque todo es igual y tú lo sabes/ has llegado a tu casa y has cerrado la puerta/ con ese mismo gesto con que se tira un día/ con que se quita una hoja atrasada al calendario/ cuando todo es igual y tú lo sabes» (del poema «Ciego por voluntad y por destino» del libro «La casa encendida»)

desde donde partir y avanzar a través del cambio imperceptible, quizá de una sola palabra, hacia la esperanza

«…y pienso/que quizás estoy ardiendo todo/ que se ha quemado la palabra «igual»/ y que al haverse transparente y total la memoria/ nos vibra el corazón como cristal tañido;/ nos vibra,/ está vibrando ya con este son que suena,/con este son, con este son que suena enloqueciendo la casa toda,/ mientras que se me va desdoloriendo el alma/por una grieta dulce» (del poema «Ciego por voluntad y por destino» del libro «La casa encendida»)

Una casa para hablar y hablarnos, una casa necesaria donde llueven hijos y el «dolor es un largo viaje», una casa que invita al mundo exterior a entrar en ella y recorrer a través de los pasillos todo cuanto le acontece, le transita y le pertenece, toda estación donde se apea nuestro poeta y nombra las cosas con esa especial forma de llevar el equipaje,  y además, nos lo regala con una generosidad abrumadora.

El descomunal lirismo de Luis Rosales baña todas las paredes de esa casa y de todas las casas posibles, cocido a fuego lento con un dolor existencial profundo y el inevitable transcurrir de la vida. Sin opulencias ni enquilosamientos lingüisticos que distraigan si no con un sencillo «sentir» y una maestría inegualable al «decirlo».

«…Voy a ser el apóstol de tu melancolía,

de tu sueño de claustro con ventanas muriendo…»

«…voy a perderme

sobre un andamio triste levantado de venas»

(del poema Cántico del destino» del poemario «Abril»

Tantas veces he transitado por esa casa, releyendo cada respiración, deletreando cada recuerdo, cada puerta, cada alféizar con paloma y asumiendo todos los olores con los que Luis Rosales pinta su pasado para referirse a su presente, que acabé concebiendo un poemario entero «Con mi nombre doblado sobre la cama» XVIII Premio Nacional de poesía “Acordes” (Ayuntamiento de Espiel) a modo de homenaje.

Luis Rosales (Granada, 31 de mayo de 1910 – Madrid, 24 de octubre de 1992). Poeta español de la Generación del 36. Estudia Filosofía, Letras y Derecho en la Universidad de Granada. En 1930 se traslada a Madrid para continuar sus estudios y entabla allí amistad con los garcilasistas Luis Felipe Vivanco, Leopoldo Panero, Dionisio Ridruejo y José García Nieto. Pronto se convierte en la cabeza de la Generación del 36 y en uno de los máximos exponentes de la denominada “poesía arraigada”.

Publica sus primeros poemas en las revistas Los cuatro vientos, Cruz y raya, Vértice y El Gallo Crisis. En Madrid publica en 1935 su primer libro, Abril, una obra de poesía amorosa donde se refleja la influencia de Garcilaso de la Vega en el poeta. Parte de su obra comienza a publicarse también en la revista Caballo verde, fundada por Pablo Neruda y que recoge trabajos de otros poetas como Vicente Aleixandre o Miguel Hernández.

En 1937 colabora en la revista Jerarquía y, varios años más tarde, es secretario de la revista Escorial. En 1949 publica La casa encendida y en 1979, Diario de una resurrección, ambas consideradas sus obras cumbre.

Desde 1953 hasta 1965 dirige la revista Estafeta literaria, que es posteriormente continuada por Nueva estafeta (1978-1982). Durante estos años se doctora en Filosofía.

Estudioso de los manuscritos del Siglo de Oro español, pasa a formar parte de la Hispanic Society of America y en 1962 ingresa como miembro de número en la Real Academia Española. En 1982 recibe el Premio Miguel de Cervantes como reconocimiento a toda su obra.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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