- Opinión
- 20 de enero de 2025
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El nivel (la filfa)
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LA GRAN ESTAFA. Sección de opinión a cargo de David Cerdá
El nivel (la filfa)
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Hay un coro muy gritón e interesado en negar la evidencia: el nivel de la educación que ofrecemos a los jóvenes, singularmente la pública, baja desde hace años a preocupante tasa. Lo más trágico de ese «circulen» es que se entona en nombre del progresismo, y por parte de los mismos que se quejan de «los bulos, la desinformación y la ignorancia de la ultraderecha»
«El nivel educativo es una filfa»; ya van a pecho descubierto, los cómplices del estropicio (a los que no vamos a citar para no darles más pábulo). Traducción simultánea: «Circulen, aquí no hay nada que mirar, estamos fabricando súbditos y precarios, no incomoden».
Vaya por delante que el mito de la edad dorada de la educación es una tontería que yo no he visto reivindicar a nadie medianamente serio. Y que criticar cómo estamos no supone añorar la educación nacionalcatólica franquista, como estúpidamente apuntan quienes por interés, corporativismo o mediocridad quieren disuadir estas comparaciones. Aquí de lo que se trata es de decir algo tan razonable como que ese nivel o bien baja, o bien sube, ya que sería mucha casualidad que se mantuviese. Y de hacerlo de verdad, esto es, no tomando a los extremos de la campana de Gauss, sino su panza, pues como decía Ortega el tono de un país lo da su ciudadano medio. La tasa de escolarización ha subido casi sin descanso. Concedido; es un avance importantísimo. Pero ¿qué tiene eso que ver con que todo hijo de vecino en la universidad y las empresas (dónde está el discurso de los perfiles de salida, cuando se lo necesita) sabe de la bajada del nivel medio real de quienes titulan en los últimos 15 años? Juan Jesús Donaire, decano de ciencias de la UAB: «Nos llegan alumnos que no saben sumar fracciones, algo impensable hace diez años».
¿Qué es eso del nivel, eso de la preparación?, algunos preguntan. Pues muy sencillo: capacidad para hacer, a nivel personal, civil y profesional. Del estado de lo primero dan cuenta las inquietantes cifras de la salud mental, que por supuesto los del «circulen» o ignoran o enjaretan sin más al malvado empresario (que ya hay que ser corto para quedarse en eso). Del estado de lo segundo, echen un vistazo a lo que votamos y aguantamos en el Parlamento, hagan lo que nos hagan y mientan lo que mientan, a la polarización y al pudridero de los bulos. Y si quieren saber si quienes contratan encuentran lo que necesitan no ya en capacidades técnicas, sino en resolución de problemas o en profesionalidad misma, basta con preguntarles. Por si alguno se despista, no hablamos del «empresario», hay miles de personas seleccionando personal que no saben si cortarse las venas o dejárselas largas.
¿Es que hay un Armagedón ahí afuera? Para nada. La falacia de la exageración está muy vista, de modo que guárdesela quien la pretenda, y atienda a nuestro grito como, uno, un signo de preocupación civil en el que debería estar más gente, y dos, una muestra de ambición, en el mejor sentido, porque lo que no se puede admitir es que la educación, zócalo de la democracia, vaya en retroceso. Estos ojitos que se sumergirán en la tierra han leído a un estudioso del asunto vanagloriarse de la ortografía terrible de los estudiantes con la excusa de que «por lo menos leen». En el fondo, lo que rebosan quienes comparan con las eras oscuras —esos debates en los que sale la regla de don Sebastián y el cuarto oscuro bien entrado el siglo XXI— es mediocridad y condescendencia. A estas alturas, uno se conforma con que los mediocres, para hacer como si argumentan, dejen de citar a García Alas y Argüelles (¡1922!) o de tirar de la cita falsa de Sócrates. A ver si de una vez se entiende: es precisamente porque las generaciones mayores se han quejado de las jóvenes por las que hay que investigar cuándo la educación avanza o retrocede. Y hace diez o veinte años que la nuestra, poco a poco, retrocede.
Como la gente no es tonta, y pese a que no es rica, hay la que se dejan un riñón en la privada —si creen que son todas economías desahogadas, infórmense: hay gente quitándoselo de la boca—, y me parece que esa debería ser otra señal de alarma. ¿Por qué en una sociedad de riqueza más que estancada en lo que va de siglo querrían los padres destinar recursos a lo que debería proporcionar la pública sin asumir más costes? Supongo que los negacionistas del nivel tendrán a todos estos por elitistas y/o idiotas. La única razón que se me ocurre para ello es que los negacionistas conocen a pocos padres, cómodamente instalados en su burbuja.
Hablando de intereses espurios: hay que informarse de quiénes cobran los que dicen estas cosas. «Follow the money», decían los periodistas en el filme de Pakula, Todos los hombres del presidente —qué tiempos aquellos, ¿verdad?, en que los periodistas se debían a la verdad y a ninguna otra cosa—; a ver si creemos que la gente miente gratis. «La generación más preparada de la historia»: hay que tener poca vergüenza.
Fuente: educational EVIDENCE
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