• Opinión
  • 2 de septiembre de 2024
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Educación sin conocimiento

Educación sin conocimiento

Educación sin conocimiento

La historia debería hacernos ser un poco más cautos ante las promesas educativas de los avances de las tecnologías de la información aplicadas al aula

Gerd Altmann. / Pixabay

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Jon Bustillo

 

El implacable desarrollo de las tecnologías de la información, y en especial el de los dispositivos que podemos llevar en un bolsillo, traen un escenario en el que cada persona dispone a golpe de click de cualquier tipo de información. Esta además se puede ofrecer en diferentes formatos, velocidades y niveles de profundidad. De alguna manera se podría decir, que a través de un dispositivo de sencillo uso y en aquellos lugares donde haya cobertura suficiente, cualquier persona tiene acceso permanente a cualquier tipo de información. Hasta aquí parecería que es una buena idea, un recurso que puede actuar como un colaborador experto que continuamente nos informa de todo lo que acontece en nuestras vidas, y que ya se ha incorporado a los centros educativos pensando que sería de gran ayuda en la formación del alumnado.

¿Quién no ha soñado con tener un profesor experto y divertido que te cuente y explique las cosas que hay que aprender? Es más, de este modo se superaría la dificultad que entraña no tener siempre a docentes que sean buenos comunicantes y que dominen la materia que imparten. Llegados a este punto, recuerda mucho a otras épocas en las que otras tecnologías también revolucionarias iban a solucionar los problemas de la educación, me refiero a la radio y a la televisión. Aquellos recursos que podían poner de forma ubicua a buenos comunicadores que a través de un buen guion (realizado por unas pocas personas expertas) explicasen casi cualquier cuestión a cualquier persona. La experiencia nos ha mostrado que las buenas que se presumían no se cumplieron y la vetusta aula con docentes y alumnado volvió a recuperar su sitio. La historia debería hacernos ser un poco más cautos ante las promesas educativas de los avances de las tecnologías de la información aplicadas al aula. Nuevamente, lejos de solucionar la educación ha venido a incorporar nuevos problemas ante los que no se ofrece ninguna solución.

Ahora me gustaría abordar la formación del profesorado, un tema que a mi entender se sigue descuidando. Esta no es una cuestión novedosa, no es algo que se le pueda atribuir a la irrupción educativa de las tecnologías de la información, pero que atendiendo a las promesas anteriormente mencionadas, no parece que sea necesario abordar. Ya no es necesario que los docentes sean expertos en aquello que imparten, para qué esforzarse en recordar, entender y relacionar aquello que está a golpe de un click. El rol de los docentes, a la vez que la información está cada vez más accesible para todo el mundo, ha ido virando desde una persona experta en un área de conocimiento determinado, a una especie de animador sociocultural que propone actividades al alumnado que a través de producciones, surfea sobre los conocimientos que se determinan en el correspondiente plan de estudios. El clásico “océano de conocimientos de un milímetro de profundidad”.

Ante este escenario, los docentes para ser buenos profesores ya no necesitan ser expertos en la materia que deben impartir y con ello, las personas que actúen de formadoras de ellos, tampoco. Ya tenemos el círculo completo. A este respecto, traigo a la memoria unas palabras de una ex directora de la escuela de Magisterio de Vitoria-Gasteiz que a principios de siglo ya advertía sobre las consecuencias de la implantación de currículos basados en la adquisición de competencias.

“Cuando los nuevos egresados formados con los nuevos planes por competencias de los grados de Educación lleguen a la escuela, será un profesorado al que desde la Universidad hemos dejado huérfano de conocimientos. Así, el alumnado que pase por sus aulas tendrá docentes que ya no lo valorarán y cuando estas nuevas generaciones lleguen a las facultades, la Universidad se encontrará con alumnado que tampoco pondrá en valor el  conocimiento (suyo ni del profesorado) y no habrá más remedio que seguir adelgazando el nivel de exigencia. El bucle intergeneracional estaría así completado.”

Es más, desde la actual óptica empresarial de la escuela en donde la “innovación” se convierte en un valor de mercado promovido desde la propia administración educativa -muchas veces condicionando la financiación de los centros-, ser experto en una materia no tiene interés ya que ningún centro educativo obtiene réditos por tener profesorado destacado en las materias que imparte. Sí en cambio, por la promoción del uso en el aula de dispositivos electrónicos cada vez más sofisticados, por el desarrollo de producciones realizadas por el alumnado que sean más o menos atractivas, por diversas propuestas de gamificación y por un sinfín de propuestas metodológicas cuya validez no está contrastada pero que como indica Aibar (2023) puedan ser comercializables como “innovación” -lo sean o no-.

Quizás se pueda argumentar que lo ideal sería la integración del conocimiento experto con este tipo de “innovaciones”. En ese supuesto considero que debería haber un esfuerzo por parte de la administración que impulse el conocimiento experto, por lo menos en la misma medida en la que lo hace para la promoción de las supuestas innovaciones. Obviamente esto no sucede y la balanza está claramente inclinada hacia prácticas educativas comercializables, todo ello con la inestimable colaboración de las administraciones y de personas responsables de la gestión educativa. Aquí Rancière (2010) fue un visionario.

La desvalorización del conocimiento, así como la normalización de ello desde las etapas más tempranas de la educación obligatoria, dificulta gravemente el acceso a conocimientos complejos, orientando a las instituciones de educación superior a lo que Esteban (2019) denomina la universidad light. Una adaptación que abre de par en par la necesidad de tener la muletilla del dispositivo móvil. Sin él cada vez tenemos menos opciones para comprender un mundo que cada vez se antoja más complejo y que cada vez más, solo podemos aprehenderlo a través de lo que nos indica el nuevo oráculo instantáneo controlado por compañías privadas cuyo modelo de negocio, tal y como indican Peirano (2019) y Wu (2020), pasa por la comercialización de nuestra atención, no por nuestro desarrollo formativo.

Sin duda, una sociedad formada a través de propuestas educativas que desprecian el conocimiento y premian la implementación en el aula de prácticas y dispositivos comercializables es un escenario ideal para que el ascensor social que podría ser la educación, quede truncado definitivamente. Coincidiendo con Massó (2021) el sistema educativo pierde así una de sus principales finalidades, abandonando poco a poco al alumnado que más necesita del conocimiento para poder progresar socialmente. Una sociedad que aborda la formación de las personas que más necesitan la adquisición de conocimientos para progresar, a través de propuestas educativas no orientadas a ese fin, está abocada a reproducir las estructuras sociales actuales, una suerte de castas socioeducativas que se perpetúan tal y como lo muestra Sandel (2020) al describir la tiranía del mérito.

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Referencias:

Aibar, E. (2023). El culto a la innovacion. Ned ediciones.

Esteban Bara, F. (2019). La universidad light: Un análisis de nuestra formación universitaria. Paidós.

Massó Aguadé, X. (2021). El fin de la educación: La escuela que dejó de ser. Akal.

Peirano, M. (2019). El enemigo conoce el sistema: Manipulación de ideas, personas e influencias después de la economía de la atención. Debate.

Rancière, J. (with Estrach, N.). (2010). El maestro ignorante: Cinco lecciones sobre la emancipación intelectual. Laertes.

Sandel, M. J. (2020). La tiranía del mérito: ¿Qué ha sido del bien común?. Debate.

Wu, T. (2020). Comerciantes de atención. Capitán Swing.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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