- Humanidades
- 29 de mayo de 2024
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Cuentos de Unamuno (4): La marmota
Cuentos de Unamuno (4): La marmota
La marmota, por desgracia, somos nosotros. Y nuestro alumnado
“La marmota” no es un cuento, sino una columna periodística con rasgos de lo que Juan José Millás llamaría “articuento”, un artículo publicado por Miguel de Unamuno en Las Noticias de Barcelona el 6 de abril de 1899. No fue recogido en las Obras Completas del escritor, por lo que tuvo que esperar un siglo antes de que el profesor Adolfo Sotelo lo exhumase y le devolviera la luz, en el volumen Miguel de Unamuno: artículos en “Las Noticias” de Barcelona (1899-1902), publicado por Lumen en 1993.
La estructura de esta columna es muy sencilla: Unamuno nos expone una doble historia paralela: en primer lugar, cita un experimento fisiológico francés que consistía en lo siguiente: se coge una marmota, se la encierra bajo una campana de cristal y se le sellan a la campana los bordes con cemento, con el resultado de que la marmota va respirando su propio vaho hasta que se va quedando dormida y finalmente la mata la falta de oxígeno.
La segunda historia paralela del texto es la propia historia de España, tal y como la interpreta Unamuno en 1899: “Largo tiempo ha vivido la mayor parte de nuestro público, en lo económico, en lo intelectual, en lo religioso y en lo artístico, de sí mismo, aletargado como la marmota dentro de su campana, cerrados cuidadosamente con cemento los resquicios de ésta, no fuera que entrase aire y se constiparan los delicados patriotas, adoradores de lo castizo”.
Y hacia el final: “Se habla de la inspiración de nuestros clásicos; pero, ¿a quién se le ocurre ir a buscarla donde la fuente de donde ellos la sacaron? En la época clásica de la literatura castellana, vivía España abierta a los cuatro vientos, esparciéndose por Italia, Flandes, gran parte de Francia y América. Desde que la Inquisición íntima le encampanó el espíritu empezó su sueño universal. Hay que romper del todo la campana”.
En cuanto a la literatura, tan pronto como intentes, lector, convencer a algún cargo público de la necesidad de lecturas compartidas, disfrutadas, debatidas y estudiadas con estructura y un cierto orden, te darás cuenta de que no saben o han olvidado lo que es literatura. Los libros, las culturas, les molestan: los responsables públicos de que las letras manen y corran y se intercontaminen son alérgicos a las palabras, han cedido hace tanto tiempo a un utilitarismo taylorista y ultraclasista que no abrirían un libro ni a punta de pistola. No sabrán ni de qué les hablas. Las literaturas son un peligro público para nuestros responsables de educación, quizás porque intuyen de que el cultivo de las letras puede hacerles parecer unos idiotas; en realidad tienen razón, hacen bien en temerla. Por ejemplo, un alumnado que leyera “La marmota”, este artículo heterodoxo de apenas tres folios y lo debatiera libremente en clase, representaría un auténtico peligro bourdieuiano para nuestra mediocrísima clase política.
Y, ¿acaso no es tan profundamente “castizo” ese cinismo pedagogista, que rechaza toda clase de pensamiento racional o análisis mínimamente empírico, defendiendo intereses inconfesables con la pachorra y la cara dura nacional de siempre?
Aun así, esos tontos de mente coriácea necesitan blindar sus búnqueres pedagogistas con alguna clase de sistema doctrinal, para evitar el choque con la realidad y la asunción de responsabilidades. Ese sistema inquisitorial y burocrático es el pedagogismo competencial, defendido a capa y espada por los defensores dela momia legislativa actual. Estos pedagogistas no leen nada, no les interesa nada, su “sentido común” aceptado y autocelebrado, alimentado con sus propios flatos, no quiere airearse con experiencias de afuera, no admite afueras, oxigenaciones: lleva casi cuarenta años casi igual a sí mismo, alérgico a los clásicos, a cualquier grandeza o excelencia intelectual, odiando y extirpando la maldita cultura. El pedagogismo lomloísta es la última versión de la campana de cristal.
¿Cuándo tendremos suficiente valentía como para romperla?
Sé que este no articuento es demasiado breve, demasiado esquemático, como también lo es el simplismo pedagogista, lleno de argumentos cíclicos que no admiten falsación alguna, porque no sostienen tampoco contrastación alguna con la realidad social. Este pedagogismo que nos agota, nos burocratiza y nos ahoga es heredero de aquella “inquisición íntima” de que hablaba Unamuno. La marmota, por desgracia, somos nosotros. Y nuestro alumnado. Sometido a aires viciados bajo una horrible campana de cristal, para siempre, por decreto. Nuestro país sigue sometido a este experimento cruel de la marmota condenada a morir de asfixia, y cada ley de educación añade un poco más de cemento a las ranuras selladas de la campana mortal.
Fuente: educational EVIDENCE
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