Contra la palabra

Contra la palabra

Contra la palabra

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Héctor Cerezales Magallanes
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Que por todas partes hay texto parece un hecho, nos rodean los documentos, los cuentos y las historias. Y es más, hay quien dice que, al nacer, nos arrojan a un mundo hablado. Se dice incluso, lo dijo Jesús Ibáñez, que lo social es del orden del decir, que está hecho de dictados (lo que hay que decir) y de interdicciones (lo que está prohibido decir). El primer Wittgenstein nos advirtió (aunque más tarde se desdijera) que de lo que no se puede hablar mejor es callarse, que los límites del lenguaje son los límites del mundo, que no hay un límite exterior al lenguaje. Se llegó al extremo de afirmar que la conciencia humana surge del lenguaje, que las estructuras (Saussure lo dijo) del lenguaje son las estructuras de nuestra percepción del mundo.

Se han dicho muchas cosas sobre el decir, porque el decir nos envuelve, lo habitamos y nos habita, y en el hundimiento del lenguaje, dice Fernando Colina, está la psicosis. El lenguaje, incluso cuando lo pulverizamos mediante la glosolalia esquizofrénica, nos persigue y no nos da tregua. Diablos, hasta se dice que en el principio fue el verbo, que Dios decía esto y esto se hacía, así, de la nada, que lo que Dios decía iba a misa y que luego nunca jamás se desdecía.

De hecho, desde el Helenismo y a lo largo y ancho de la Modernidad, la filosofía abandona la pregunta por el ser (en qué consiste ser, qué es ser) por la pregunta por la validez del enunciado. Lejos queda ya aquella pregunta metafísica que Felipe Martínez Marzoa llama el intento de decir el juego en el que todo decir se mueve y habita ya desde siempre.

Mucho más tarde, se diría que desde Platón lo que domina el pensamiento es la metafísica de la presencia, la presencia sin más, sin que quede sombra alguna que no sea mera apariencia. Y es que cuando el fenómeno del lenguaje toma presencia y protagonismo y se sobredimensiona, la presencia de las cosas se vuelve tan inocua y obvia y manejable como una palabra escrita a lápiz en un océano de hoja en blanco. Y entonces las matemáticas son el lenguaje de la naturaleza, el ADN es el lenguaje de la vida, el pensamiento y el mundo funciona mediante metáforas y en la era de la posverdad los hechos no dicen nada más que lo que se quiera hacer que digan a cada momento. Parece entonces que ahora lo que decimos que somos y que hacemos es más importante que lo que somos y hacemos; da igual que el cuadro esté en blanco, si yo lo rodeo de discurso puede significar cualquier cosa que yo decida. Si tú dices que eso es un hecho, yo puedo decir que tengo un hecho alternativo.

Pues bien, llegados a este punto en el que ni de lo que se ha hecho se puede estar de acuerdo que es un hecho, y ya ni se recuerda que somos lo que hacemos con lo que han hecho de nosotros, como decía Sartre, ni lo que le contestó Simone de Beauvoir, que a veces lo que han hecho de nosotras pesa demasiado, ni lo que luego añadió Judith Butler, que, sea como sea, podemos deshacer eso que han hecho de nosotras, volvamos al principio. Esto se suponía que era un escrito contra la Palabra. Pero las aproximaciones al fenómeno lingüístico que hemos apuntado parecen sobrevolar el propio fenómeno, y creemos que esto se debe a que lo confunden con la escritura.

La escritura es, como dice Pablo Navarro Sustaeta, un dispositivo de interacción virtual, como lo es el cine, la radio, el dinero o Internet, turbinas de disipación intencional, que deshacen los objetos que nuestras intenciones hacen, y que generan estructuras disipativas que constriñen la sociedad y nuestras conciencias. El precio de aumentar las posibilidades de interacción es el aumento de la opacidad social, que las ciencias sociales y cada cual a su manera procuran despejar. Pero a estas alturas de la Historia, se da la circunstancia de que se han dicho ya tantas cosas, se ha publicado tanto, hay tanto ruido bibliométrico que se tiene la impresión de que todo está escrito ya, que lo que yo desconozco seguro que alguien lo conocerá, que incluso lo desconocido incognoscible, aquello que está más allá de los límites del conocimiento, sí que puede ser conocido, que el conocimiento es solo una posibilidad entre otras, una opinión entre otras. Es como si hubiéramos olvidado aquello que planteaba la filosofía antigua y que fracasaba en su intento de decirlo: el juego en el que se mueve y habita todo decir; pues al decirlo se detiene el juego.

Preguntémonos entonces: ¿Y si el lenguaje es ya desde siempre el vehículo que usa la conciencia para ser consciente de otras conciencias y de sí misma? ¿Es posible que hayamos llegado al absurdo de considerar más relevante el automóvil que el viaje y quienes viajan en él?

Pues bien, si es así… guardemos un minuto de silencio por la muerte del… silencio.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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