- Opinión
- 31 de marzo de 2025
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Mobbing, bullying y baiting: el abuso reactivo

Mobbing, bullying y baiting: el abuso reactivo
Hay que conocer mejor los mecanismos del abuso reactivo para salvaguardar la dignidad de tantas víctimas silenciadas

Josep Oton
Por desgracia, el acoso laboral (mobbing) y el escolar (bullying) son suficientemente conocidos, aunque, de momento, no hallamos la forma de erradicarlos. Tal vez una manera de combatirlos sea identificar algunas de las estrategias utilizadas para así poder neutralizarlas.
Un ejemplo sería el abuso reactivo, una modalidad de maltrato psicológico que puede introducirse sutilmente entre bromas y conversaciones intrascendentes. En este contexto distendido, en ocasiones, se normalizan comportamientos que, en nombre de la confianza, de la amistad o, incluso, del amor, buscan de hecho humillar al interlocutor de turno. A veces, el agresor aprovecha un ambiente divertido y ocurrente para camuflar insultos y vejaciones. Bajo la apariencia de compadreo se esconde una personalidad narcisista y manipuladora. Y, en ese ambiente, la víctima se ve obligada a aceptar como bueno algo que es a todas luces ofensivo. En otros casos, la coerción deja de esconderse tras el disfraz de simpatía y se muestra haciendo gala de su crueldad.
El abuso reactivo es una forma de acoso, de hostigamiento, cuya intención es provocar a la víctima hasta sacarla de sus casillas. El objetivo de este abuso emocional es empujar al agredido hasta que se rebele y reaccione con ira, se enfade o, incluso, llegue al ataque verbal o físico, cuando, en realidad, solo intenta defenderse.
El propósito es claro, aunque no siempre parezca intencionado. Se pretende inculpar a la víctima para así exonerar al agresor. El agredido se siente desconcertado por su reacción instintiva. Y el entorno puede contribuir a ello al interpretar su conducta como propia de una persona impulsiva, violenta o poco equilibrada emocionalmente. En inglés el abuso reactivo se denomina baiting, que proviene de la palabra bait (anzuelo o cebo), así que se podría traducir como “poner un cebo”.
La persona que lo practica irrita a propósito a su víctima para desatar en ella una respuesta desproporcionada. El agresor arremete contra puntos sensibles una y otra vez, buscando una reacción incontrolada cuando la víctima llega al límite. Activa adrede los resortes del inconsciente para que pierda el control. Entonces se manifiestan patrones de conducta propios del agresor. La víctima puede perder los papeles, gritar, insultar o cosas peores. Se han girado las tornas.
El acosador reescribe el relato de los hechos, secuestra la narrativa, y se presenta como inocente frente a una reacción que ha incitado molestando sistemática y veladamente a su víctima. La persona manipuladora trata de hacer sentir culpable al agredido para diluir así su propia responsabilidad. Su proceder queda aparentemente justificado porque se presenta a sí mismo como víctima de la víctima.
La reacción del agredido se convierte en un arma en manos de su agresor que lo puede exasperar todavía más jactándose de tener la sartén por el mango. Le puede decir con voz tranquila fingiendo serenidad: “mira cómo te pones, no te hice nada”, “no sabes controlarte”, “tienes que ir a un especialista”. Entonces, el abuso reactivo coincide con el gaslight.
La verdadera eficacia del abuso reactivo está en su capacidad para paralizar a la víctima y que no se atreva a denunciar los hechos o a pedir ayuda. Soportar lo intolerable no parece la mejor opción ante tanta injusticia. Pero la reacción instintiva suele ser contraproducente ya que consigue el efecto contrario al esperado. Con frecuencia, las víctimas se acaban creyendo que, de hecho, son las culpables. Caen con facilidad en la trampa que le han tendido y no siempre saben gestionar adecuadamente el conflicto. Se pueden sentir frustradas, incomprendidas y aisladas.
Estas situaciones se dan en la familia, en el entorno laboral o en los clubs deportivos. La escuela tampoco se libra de los peligros derivados del abuso y de la manipulación emocional. No faltan profesores autoritarios, aunque, es verdad, que abundaban más hace unas décadas que ahora. Aun así, las denuncias a casos de abusos por parte de los docentes todavía persisten. Y, en el ámbito escolar, los matones de turno que maltratan a sus compañeros no han desaparecido a pesar de los mecanismos de mediación.
Sin embargo, el acoso reactivo también nos puede permitir poner el foco en otros percances educativos. Sería el caso de la víctima de bullying que acaba siendo sancionada, o incluso expulsada del centro, por haberse defendido. O del docente sometido a todo tipo de burlas por parte del alumnado, acaba perdiendo los nervios y es amonestado o expedientado. O ese mismo docente cuando es presionado por la dirección correspondiente haciendo tambalear su autoestima y dudar de su capacidad para enseñar.
Y, si se me deja ir un poco más lejos, ¿no sería lo que sucede con los profesores que, con años de estudio y horas de experiencia acumulada en el aula, se les insiste hasta la saciedad en que les falta formación, cuando lo que se pretende es que aguanten estoicamente lo inaguantable?
Se les acusa de dictar unos apuntes mecanografiados en hojas amarillentas, de hacer aprender de memoria la lista de los reyes godos, de impartir conocimientos obsoletos… y, cuando se rebelan ante tales patrañas, se les tilda de retrógrados, elitistas y nostálgicos de épocas trasnochadas.
Hay que conocer mejor los mecanismos del abuso reactivo para salvaguardar la dignidad de tantas víctimas silenciadas y desenmascarar las estrategias manipuladoras utilizadas por auténticos expertos en el arte del maltrato.
Fuente: educational EVIDENCE
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