- Opinión
- 20 de febrero de 2025
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‘Odio gli indifferenti’: la indiferencia en la era digital
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‘Odio gli indifferenti’: la indiferencia en la era digital
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Con la victoria de Donald Trump y la creciente ola de conservadurismo mundial, vuelvo a escuchar hasta el hartazgo una de las peores frases que existen: “¡La historia se repite!”, o su variante “¡El pasado siempre vuelve!”. Al final, lo que siempre vuelve (muy a mi pesar) es este gastado mantra con tintes de indiferencia sobre lo cíclico de la historia. Es en especial irritante la percepción del hombre como aquel ser incapaz de aprender la más mínima lección de lo histórico, como si cada individuo arrastrara el peso del pasado como Sísifo, bajo la pesimista amenaza de una historia determinista que parece condenarlo a ser aplastado con cada retroceso político. Pero estamos hablando, de existir, de una condena completamente distinta. El problema no es la repetición del error histórico, sino la aceptación indiferente ante él. De manera contraria a lo que dijera Camus en su Mito de Sísifo, estamos ante una indiferencia que antes de liberarnos nos hará esclavos. El Sísifo digital, el nuevo indiferente, no solo acepta su castigo: lo disfruta.
El mundo ya no se rige por un statu quo visible y delimitable donde solo las instituciones coercitivas son visibles por su fuerza bruta. Ahora, bajo un nuevo entramado de algoritmos y control dopaminérgico, el nuevo poder se ha perfeccionado con astucia y poca transparencia. Hace falta revisitar la teoría social clásica. Ya no por la nostalgia intelectual, sino para actualizarla con la necesidad urgente de crear una resistencia equiparable al nuevo dominio 2.0. Tomando como ejemplo a Walter Benjamin, estamos en un Jetztzeit, un “instante-detonado” donde el tiempo se detiene, rebosante de significado histórico. Tenemos el deber de transformar de manera radical el presente a través de la recuperación del pasado con un punto de vista emancipador. Más allá de un pasado que siempre “vuelve”, hay que verlo como un pasado que “otorga” y “libera”.
Antonio Gramsci fue muy claro sobre los indiferentes en su manifiesto Odio gli indifferenti. Para el autor, estos son cómplices directos con su pasividad en la perpetuación del poder. Pero el indiferente digital no es como el clásico. Al nuevo indiferente lo han desprovisto del saberse libre de elegir. Su desconocimiento es consecuencia directa de una neo-hegemonía digital perpetuada a través de la devaluación educativa. Porque si un individuo piensa, al final “es”, por lo cual es libre. O lo que es lo mismo: si hay cogito, hay sum, socialmente hablando. Pero el nuevo indiferente queda diluido en una sensibilización exagerada que le aparta del conocimiento genuino. De manera paradójica, vemos en la educación el eje donde pivota la victoria o la derrota del poder, encarnada en la libertad del individuo, en su concientización. Pero en esta educación de Schrödinger, repleta de potencialidades, al indiferente creado no hay que odiarlo, pues no sabe que lo es. Hay que repudiar al que los crea.
Docentes indiferentes crean alumnos indiferentes. Me parece perfecta para hablar de ello la siguiente frase del manifiesto de Gramsci:
“Odio a los indiferentes también por esto: porque me fastidia su lloriqueo de eternos inocentes. Pido cuentas a cada uno de ellos: cómo han acometido la tarea que la vida les ha puesto y les pone diariamente, qué han hecho, y especialmente, qué no han hecho”.
¿Acaso no es un docente que acepta la problemática educativa actual sin rechistar un peor indiferente? A este la vida no le ha puesto ante una tarea, él se ha comprometido con ella de manera voluntaria. Hay que odiarle por traidor. Un docente que crea indiferentes es un oxímoron aberrante del sistema educativo.
El problema es la arrogancia tecno-optimista de los pedagogos que percibieron el progreso como algo lineal. Es por ellos por los que hay hoy en día una devaluación educativa caracterizada por un pedagogismo absurdo. Un plan que ha desplazado el pensamiento crítico del alumnado a través de pseudo-verdades absolutas y sobre todo cómodas, que ofrece una manera de aprender técnica y fragmentada donde la memoria histórica busca ser diluida por un exceso de sensibilidad. Es tan flagrante que deberíamos empezar a referirnos a ello como pedawokismo. Hay que recordarlo: aunque cómoda por el docente, la hiperreactividad emocional sin profundidad de análisis es aprendida y es una de las mejores herramientas de control a largo plazo.
Tal y como dijera Gramsci, la pieza clave para la resistencia es el docente como intelectual orgánico transformador. Un profesional no solamente dentro del aula, sino fuera de ella, capaz de rebelarse a lo impuesto si fuera injusto o perjudicial para la sociedad futura. Frente al educador indiferente hay que reivindicar el papel del partisano educativo, un docente que participe de manera activa y desafíe la nueva hegemonía digital. Un partisano que esté comprometido con una lucha que atente contra el poder a través de la repulsa de cualquier moda pedagógica tecnócrata y que supere de una vez por todas la educación de competencias y ámbitos. Su objetivo debe ser el de crear un adulto intelectualmente emancipado que sepa rechazar los valores de una cultura de la ofensa y la victimización vacía, el canto de sirena de la era digital. Por lo tanto, este neo-docente no solamente no debe tolerar bajo ningún concepto la eliminación de contenidos ligados a la intelectualidad y a la crítica del poder como podrían serlo la literatura, la historia, la filosofía o la ciencia (o su disolución en ámbitos maliciosamente difuminados), sino que también tendrá que trabajar para instaurar un nuevo frente de resistencia hacia la emocionalidad prefabricada del sistema hegemónico digital, ofreciendo racionalidad crítica al alumno. Es la única manera. Hay que asegurar un conflicto constante frente a la comodidad del alumno, pues la emancipación no surge de la complacencia, sino de la incomodidad.
Con todo, el educador partisano debe desligarse de una vez por todas de la insulsa burocracia educativa para tomar el control completo. Todo ello en un espacio con herramientas de lucha propias, lejos de los instrumentos tecnológicos perpetradores de la hegemonía digital. Una educación emancipada es una educación que no depende de lo tecnológico.
Estamos a una generación de distancia de ser aplastados por la roca de Sísifo.
Fuente: educational EVIDENCE
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