• Opinión
  • 3 de febrero de 2025
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Escandalera IA

Escandalera IA

LA GRAN ESTAFA. Sección de opinión a cargo de David Cerdá

Escandalera IA

En la era de la IA la docencia de calidad importará más que nunca

Vilius Kukanauskas. / Pixabay

Licencia Creative Commons

 

David Cerdá

 

Hay un revuelo tan monumental en torno a la Inteligencia Artificial y ya han salido los primeros espontáneos al ruedo: los profesores magistrales tienen los días contados. Pero no son estos los que más fascinan, sino quienes se dicen defensores de la justicia social y (¡y!) favorables a la proliferación en ámbitos educativos de la IA, rimando la cantinela de siempre: el conocimiento ha dejado de ser relevante.

Anda el personal perieducativo (dícese de quienes rondan las aulas cuidándose de ingresar en ellas) en llamas a cuenta de la mal llamada Inteligencia Artificial. Es gente que ha unido a su precario entendimiento del hecho educacional real sus pocas entendederas tecnológicas, o, si son ben verdad profesores, gente que de autoestima ha de andar fatal para pensar que un hatillo de algoritmos resultones los va a expulsar del aula. Yo, robot: se montó la enésima escandalera tecnológica que desconoce la radical interpersonalidad y socialidad del aprendizaje [nota etimológica: robot tiene raíz eslava y significa «siervo»].

La IA es una revolución indudable. Como todas las tecnológicas, su escala es inferior a la que vocean sus primeros adalides; con todo, sus efectos en la productividad, incluso en su estadio actual, son sorprendentes. Uno diría que son una descomunal ocasión para combatir, por ejemplo, la burocracia, mal que, si afecta a la empresa, hiere mortalmente a los profesores. Y en verdad puede serlo si es que hay (ja, ja) voluntad política. En vez de hablarse de eso, de aplacar al dragón burocrático de siete cabezas, hemos escogido lo de siempre, porque nos va la marcha: arremeter contra los profesores.

Escribe Jordi Nieva Fenoll en elDiario.es que «el papel del profesorado se limitará a la generación de contenidos y a la organización de actividades interactivas presenciales para trabajar el razonamiento abstracto, que todavía son tan penosamente infrecuentes». El señor Nieva es catedrático, pero también perieducativo en esta afirmación en el momento en que su periódico la acompaña de una foto de un aula de entre primaria y secundaria; pero vayamos a sus argumentos. Generar contenidos es ya lo de menos a la hora de dar clase, de modo que Dios sabe por qué iba a ser importante en un futuro. Y en cuanto a lo de organizar «actividades interactivas presenciales para trabajar el razonamiento abstracto» (lo he tenido que leer varias veces, y diría que no suele costarme entender lo que leo), uno pensaba que interactivo es todo lo que se hace en clase, y se pregunta por qué precisamente el razonamiento abstracto.

A pesar de las confusas fotos y el interesado clickbait de elDiario.es, parece referirse el señor Nieva a la universidad y las clases (pseudoclases) que consisten en un mero volcado de información que los sufridos asistentes regurgitan en apuntes. Para sorpresa de nadie, ese modelo de mala docencia ya estaba desfasado hace treinta años, y antes de que ChatGPT pusiera el huevo ya existían apuntes online que los estudiantes, en su inmensa mayoría, se descargan cuando un docente pretende someterlos a tal pérdida de tiempo. Restándole rimbombancia al asunto: sí, la IA va a afectar a los profesores mediocres, como va a afectar a los abogados mediocres, los periodistas mediocres, etcétera. La IA va a arrasar con la mediocridad, al menos en aquellos campos en donde no se puede ser un mal profesional y mantener el puesto de trabajo. Pero lo que va a hacer con los profesores buenos es volverlos todavía más importantes, porque son ellas y ellos quienes capacitan a los trabajadores del mañana, que son los de siempre: los que saben muchas cosas, los que desarrollan una profesión basada en un sólido conocimiento.

Aquí entra la segunda sección de la escandalera: los autoproclamados defensores de la justicia social y sin embargo favorables a la proliferación en ámbitos educativos de la IA, quienes apuestan por una escuela «inclusiva y por tanto del ser y el bienestar del alumno», para quienes el conocimiento ha dejado de ser relevante (si es que alguna vez lo fue). Nada más lejos de la realidad: dejada a su albur, y si no se cambian los criterios de evaluación (reduciendo los trabajos fuera del aula y dotando de más peso a los exámenes), la IA hará nuestro mundo más desigual si cabe. Estados Unidos, un sistema en el que abundan esos trabajos y escasean los exámenes rigurosos, un país donde el 40% de los estudiantes no sabe leer a un nivel básico, ya es un espejo de esta idiocia tecnológicamente aumentada: las universidades reciben los primeros estudiantes que han permanecido incólumes al sistema educativo, convertido en un proceso de chapa y pintura con sello final que apenas hace mella en la ignorancia. Lo que el rincondelvago.com apuntó, lo rematará la IA: quien no aprenda a amar el saber y tenga el privilegio de la exigencia, concluirá en la nada. En definitiva, esta tecnología hace más capaces a los capaces y más incapaces a los incapaces, es decir, potencia a los mejores y hace más vulnerables a los vulnerables; es un asistente estupendo, pero estafa al estudiante cuando este encarga, sin más, sus tareas a la máquina.

Cuento con que los profesores honestos harán lo de siempre: mostrar con sus actos y su presencia que hacerse capaz, culto e inteligente es una estrategia personal y profesional que no caduca. En la era de la IA la docencia de calidad importará más que nunca.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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