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- 17 de diciembre de 2024
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Prejuicios e intereses, el tabú no publicable
Prejuicios e intereses, el tabú no publicable
Los humanos somos unos simios cargados de prejuicios, y esto tiene un problema, y es que los especialistas que interpretan y narran la educación de nuestro linaje también son humanos. Esto resulta enormemente estimulante puesto que los prejuicios y los intereses suelen ser un tabú que muchas administraciones, universidades y editoriales evitan publicar. Por tanto resulta muy atrevido y oportuno escribir sobre este asunto ante tantas manipulaciones informativas. Como decía Einstein, triste época la nuestra en la que es más difícil romper un prejuicio que un átomo.
La cuestión de los prejuicios y los intereses en el estudio de la evolución humana son también un tabú. Se supone que los científicos somos objetivos y analíticos, pero nada más lejos de la realidad. Hablar desde los prejuicios es hablar desde la emoción, y parece inevitable que las emociones tienden a nublar el análisis cuando se habla de nuestra propia evolución, sobre todo si se considera superior a la de otros grupos de organismos, lo cual ya es un prejuicio en sí mismo. Sin embargo, todos los procesos evolutivos deben ser interpretados siempre mediante un análisis reflexivo y objetivo de los datos disponibles. La evolución, es decir, los cambios en la forma de los seres vivos depende de lo que sucede en el desarrollo heredado de los ancestros; la selección natural actúa, o no, a posteriori y a partir de la funcionalidad de la forma orgánica construida. Es decir, no debemos preguntarnos en primer lugar “para qué” es una estructura, y mucho menos asumir a priori que todo cambio debe ser siempre adaptativo. Primero es necesario analizar lo que se ha heredado de los antepasados, la filogenia, y finalmente qué repercusiones funcionales han tenido estos cambios con un posible resultado adaptativo o no. La forma determina la función y no al revés, lo que sería un bonito lamarckismo. El lamarckismo, y su finalismo involucrado, son sorprendentemente abundantes en los medios de comunicación, e incluso en el ámbito educativo, especialmente en el tema del origen de nuestra especie.
Por eso, afirmaciones del tipo “la inteligencia sólo puede ser antropomórfica”, o “si nos extinguiésemos los chimpancés se harían inteligentes”, se hacen desde el prejuicio y no desde el análisis objetivo, siendo además un desprecio a todas las demás formas de inteligencia, desde la colectiva de los insectos sociales, hasta la conciencia individual de los cetáceos, pasando por la capacidad de aprendizaje de los pulpos. Por otra parte, nuestra especie, que está cometiendo la estupidez de destruir conscientemente el único planeta en el que puede vivir, no puede considerarse realmente inteligente. Es mi opinión subjetiva que, en este sentido, somos un estrepitoso fracaso evolutivo.
Otras afirmaciones leídas aquí y allá, y llenas de prejuicios, son que los humanos hemos reducido la dentición a partir de empezar a cocinar los alimentos, o que hemos perdido el pelo al empezar a vestirnos. Esta clase de dogmas denota además un preocupante desconocimiento de los mecanismos evolutivos que afectan a todos los seres vivos, confundiendo claramente causa y efecto. Resulta por ello muy intrépido y oportuno escribir sobre los prejuicios e intereses en cualquier rama del conocimiento, sabiendo además que difícilmente la administración, las universidades o las editoriales vinculadas publicarán libros con tales contenidos. Creemos que hemos evolucionado, pero realmente estamos involucionando.
Si consultamos la bibliografía por redes y ponemos Evolución Humana obtendremos unos 800.000 resultados y pensaremos que la mayoría de la humanidad ha progresado adecuadamente, pero si ponemos el concepto contrario, el de Involución Humana, la cosa nos quedará en un 3 por ciento de la investigación inicial, es decir, pensaremos que una minoría de la humanidad se lo está repensando. Cuando analizamos cómo se ha descrito nuestra prehistoria, se observa que estamos más cerca de la involución que de la evolución.
Hablar de evolución humana es algo tan nuestro que la mayoría de paleoantropólogos caen a menudo en su lado más oscuro, en su involución, en sus propios prejuicios e intereses. Muchas interpretaciones científicas se encuentran rellenas de visiones subjetivas sobre nuestros orígenes. La pregunta clave es, ¿por qué los humanos prejuzgamos tanto? Y la respuesta es tan real como los fósiles que hemos desenterrado.
Un prejuicio es una idea que nace desde la emoción y no desde la razón. Nosotros, los humanos vigentes, nos creemos animales racionales cuando somos más emocionales que racionales; es decir, sentimos más que pensamos, o dicho de otro modo, prejuzgamos más que analizamos. Sólo hay que ver al público durante un partido de fútbol, nuestras compras impulsivas o los votos en unos comicios, ¿o quizás la mayoría analiza el programa electoral de cada partido? Lo cierto es que poseemos un cerebro emocional que surgió por evolución hace más de 300.000 años, un órgano que nunca estuvo diseñado, a no ser bajo un buen adiestramiento, para el método analítico.
La mente humana evolucionó desde simios recolectores sociales hasta humanos cazadores emocionales. Todo esto supuso que la percepción de la realidad no fuera unívoca y “homogénea”. La subjetividad reina entre nosotros y por eso blandimos espadas en contra de la religión de lo desconocido, de la ideología del forastero y de quien pensamos que quiere invadir nuestro espacio. Y es que somos así de primates y primitivos por muy sensatos y espabilados que nos proclamemos. Pocos humanos analizan y contrastan la realidad, más bien ocurre lo contrario, percibimos las cosas por intuición y sin análisis previos. Quien opta por el contraste de informaciones se aleja de la sociedad formal, aunque se acerca a la realidad normal. En otras palabras, quien no analiza los juicios cae más en sus prejuicios. La prueba la tenemos en quienes han sido llamados los avanzados en su época, quienes con grandes conocimientos analizaban, más que oían, la realidad vigente. Platón, Galileo, Da Vinci, Kant, Darwin, Einstein, Simpson, Seilacher o Ramón y Cajal jugaron muy bien sus cartas bajo el análisis y sus grandes conocimientos. De esta forma elucubraron grandes avances humanos evitando los dos grandes filtros que nublan la observación objetiva, los intereses y los prejuicios, es decir, nuestro egoísmo y nuestra percepción. Por eso estos personajes, y al juzgar más con la razón que con la emoción, se convirtieron en avanzados en su época superando el cerebro paleolítico que les precedió. Hoy en día la pedagogía romántica de nuestras leyes educativas está más llena de prejuicios e intereses que de realidades y razones empíricas.
Fuente: educational EVIDENCE
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