- Opinión
- 30 de octubre de 2024
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Para qué sirve un currículum (y para qué no)
Para qué sirve un currículum (y para qué no)
Giovanni Pelegi Torres
En Gargantua y Pantagruel, el humanista francés François Rabelais imaginó un templo de la sabiduría: era la abadía de Thélème, un enorme complejo provisto de todo lo necesario para aprender todas las disciplinas con enormes bibliotecas y donde no había relojes, en oposición al dogmatismo y las ordenanzas de los monasterios medievales. En Thélème imperaba una única regla cincelada en el dintel de la entrada: “haz lo que quieras“, en referencia al libre albedrío de una educación humanista ideal, con el placer del aprender desinteresado.
Si hacemos el ejercicio de imaginar esta frase cincelada en la entrada de nuestros institutos y pensamos en sus consecuencias, nos entrará la risa o el pánico, o ambos a la vez. Por eso la obra de Rabelais es de forma consciente una utopía y no un modelo a seguir en la vida real. Esto, que parece evidente, no lo es tanto prestando atención al currículo educativo vigente en Cataluña, donde que se ha tomado más al pie de la letra la LOMLOE. El currículum y su despliegue no nos dicen qué contenidos concretos se deben trabajar ni en qué cursos. Encontramos “saberes”, un eufemismo de contenidos, expresados de manera repetitiva y muy inconcreta que se agrupan en bloques como podrían haberse agrupado por colores.
El profesorado con experiencia, las programaciones de centro y las prácticas dadas por el buen juicio de la experiencia –el consenso subyacente– mantienen más o menos los contenidos pese a este currículum, que instaura un “haz lo que quieras” como el de la abadía de Thélème, pero completamente malentendido. Como dicen Javier Mestre y Carlos Fernández Liria en Escuela y libertad (Akal, 2024), nada más opuesto al saber desinteresado que la competencialidad, que nos dice que si algo no tiene una utilidad práctica, no sirve de nada, una idea que tiene un impacto muy negativo en el alumnado.
La música progresista que envuelve la supuesta libertad y autonomía docente con el currículo actual es una trampa. Primero, porque el currículum genera una sensación de desprotección y de inseguridad; gran parte del profesorado no lo entiende y lo utiliza como puede. Esto genera una sensación de vacío cuando hacemos las programaciones y cuando nos dicen que debemos globalizar y cosas por el estilo que nos hacen dudar sobre nuestro criterio. Entonces sentimos que el sistema no confía en nosotros ni en nuestro criterio para enseñar, y a algunos se nos hace de noche al pensar que en realidad el sistema no quiere que enseñemos ni que según qué alumnado aprenda.
En segundo lugar, la hiperadjetivización de los saberes parece indicar que debemos formar a alumnos ecologistas, y no tanto enseñar matemáticas o historia. Lo primero puede ser una consecuencia colateral de aprender cosas, pero no un objetivo en sí. Esta música progresista vacía de contenido la enseñanza pública y quiere hacernos creer en el encuentro fortuito con el conocimiento a través de la práctica y de los “valores”. ¿Quién lo paga? Como siempre, el alumnado más desfavorecido en los barrios más difíciles. Y de paso, también el docente que piensa que se ha perdido toda la película y se desmotiva.
Un currículum en condiciones debería dar a los docentes una guía de contenidos asequibles a impartir, indicando su temporización por trimestres y cursos. Debería contextualizar los saberes o contenidos en ítems tangibles y esenciales para una educación que forme a personas, no el precariado del tecnocapitalismo digital. ¿Qué menos que tener una herramienta útil en ese sentido. Se necesitan unos mínimos que nos hagan de guía con un orden y una perspectiva, que nos faciliten y simplifiquen el trabajo. Porque si no, ocurre algo de lo que ya nos prevenía Rabelais en el Pantagruel tan «tempranamente» como en el siglo XVI: “ciencia sin conciencia es la ruina del alma”. O de la escuela pública…
Lo más increíble es que el currículo es peor por poco práctico (ironías de la vida) que por incomprensible. Conozco a una profesora que trabaja en un instituto donde los hacen evaluar por competencias “de verdad”. Debe tener en cuenta unos 36 indicadores (9 competencias multiplicadas por 4 indicadores por cada una) para cada actividad y decidir cuáles de estos cuatro, cinco o seis nos encajan con lo que quiere hacer para evaluarlo. Vuelve a casa agotada de dedicarse a cosas que nada tienen que ver con perfeccionar la forma en que enseñamos o en mejorar nuestros conocimientos sobre nuestra especialidad.
Con la apariencia de crear una Thélème, han diseñado un monasterio escolástico regido por el principio de autoridad competencial. De la utopía de Thélème debemos retener lo bonito y especial que es acercarse al saber de forma desinteresada, precisamente, de la practicidad neoliberal.
Fuente: educational EVIDENCE
Derechos: Creative Commons
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No he entendido ni una palabra:(