• A pie de aula
  • 13 de noviembre de 2024
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Más que un alegato contra el powerpoint

Más que un alegato contra el powerpoint

 FUERA DE LUGAR

Más que un alegato contra el powerpoint

steveriot1. / Pixabay

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Javier Rodrigo

 

Espero que se me permita empezar mi primera colaboración con una revista educativa reflexionando en primera persona sobre educación. Lo último no hay que darlo por descontado porque, a diferencia de muchas y muchos escritores en este digital, lo educativo no es mi área de conocimiento y formación sino, simplemente, la profesión a la que me dedico (junto con otras vinculadas, como la investigación y la gestión académica) desde hace casi una veintena de años. Lo primero, lo de la primera persona, requiere de una disculpa previa: en los últimos años parece que todas las tribunas de opinión vayan sobre la propia autora o el propio autor. Puede que estemos en el tiempo del yo supremo y absoluto (aunque puede que eso no sea sino una vulgar generalización), puede ser solamente un recurso narrativo justificado, o puede ser una forma de rellenar páginas para poderlas facturar: algo perfectamente legítimo, por supuesto, aunque eso también lo pueda hacer chatgpt. Pero quien esto escribe no se siente cómodo con el yomimeconmiguismo (o como decía la Mala Rodríguez, el “otra vez yo, yo, yo, yo, y más yo”).

Sin embargo, me parece que en este caso y por una vez -espero que la última- la primera persona del singular está justificada, pues mi llegada a esta revista, a la fundación que la sostiene y a la estupenda gente que la impulsa vino a raíz de un artículo que publiqué en el diario El País, un SOS resultado de mi propia experiencia en el aula en los últimos 17 años, donde he pasado de tener alumnas y alumnos con bibliotecas enteras encima de la mesa los días de exámenes a tener clases vacías de libros, pero llenas de folios impresos con documentos ppts y apuntes bajados de internet o generados con IA, de una pésima calidad narrativa y analítica: una basura sin paliativos. Siempre dejo traer materiales para elaborar las pruebas evaluables (SPOILER: el examen también es una forma de aprendizaje: lo que se escribe en ese momento se queda con más solidez que la mayoría de los contenidos escuchados, leídos o memorizados). Pero en los últimos años, sea por incapacidades propias y ajenas, por la pandemia, por la educación por proyectos o por lo que sea, que reconozco que no lo sé, ya nadie (o casi nadie) trae libros a los exámenes. Y cuesta mucho que el alumnado lea libros, que los aproveche. Ya no digamos que los disfrute. Eso sí que es wishful thinking.

Mi artículo era el resultado de la observación sobre cómo están cambiando las estrategias de enseñanza y aprendizaje en las aulas universitarias, y de que no todo es culpa de la pandemia. Los dos cursos online (curso y medio, de hecho) solo reforzaron y generalizaron una tendencia cada vez más fuerte, que viene de la adquisición de hábitos viciados en la primaria y la ESO, que no se resuelven en el Bachillerato y que no hemos sabido detectar a tiempo en la universidad. Y están relacionados con la fiabilidad y la verificabilidad. No se aprende a distinguir la diferencia entre una web y un artículo o un libro, por lo que se pierde el principio de autoridad intelectual -del de autoría no hablamos, eso ya es para llorar. Pero no son pucheros de nostálgico de cuando fumábamos en las bibliotecas y veíamos las películas de Truffaut en los bajos de la facultad. Doy clase desde hace 17 cursos, y lo veo de año en año. El mío no era solo un alegato contra el ppt, sino un aviso: el alumnado cada vez lee menos porque no se les prepara para ello, y porque el profesorado cree que con compartir los esquemas y apuntes en un ppt se sustituye la construcción autónoma y crítica de conocimientos. No era contra el ppt, sino contra su mal uso. Volcar contenidos en ppts para luego compartirlos en foros virtuales acaba generando unas aulas donde no hay preparación previa, donde se toman pocos apuntes, y donde al final todo se resume en la pregunta que a todos los profesores y profesoras nos acaban haciendo: “¿vas a subir los ppts al aula virtual?”. No desaconsejaba su uso, sino que trataba de prevenir, dentro de lo posible, de su mal empleo. El ppt no sustituye a una bibliografía crítica, a un análisis de fuentes, a un ejercicio en directo. Yo mismo uso el ppt como soporte de mapas, gráficos, imágenes, audio. Pero no es la única herramienta de transmisión, como mucho profesorado hace y mucho alumnado reclama. Como todo, conviene usarla con criterio, como un medio que no sustituya al debate, la explicación compleja, la preparación de la clase.

Pero en realidad, y aquí sí se puede explicitar sin miedo a levantar ampollas (al revés, con la voluntad de hacerlo), mi crítica no era contra el ppt en sí, sino contra el docente vago que lo utiliza para solventar una, dos horas de clase sin más trabajo que el de repetir lo mismo que se está proyectando en la pantalla, y contra el ecosistema educativo que lo permite y ampara, que no penaliza la falta de exigencia y que se apoya en el precariado y la autoindulgencia. A eso habría que añadirle otra capa importante de explicación: la semilla del desastre generada por el mal uso de la herramienta tecnológica crece fértil en el humus del grupo-aula aburrido, desmotivado, sobrecargado de clases, abusivamente encerrado en aulas en las que no siempre quieren estar y que generalmente son tan masivas (¿se puede generar un debate verificable y con un mínimo seguimiento en una clase con 80 personas?) que solamente permiten, salvo motivadas excepciones, un acercamiento pasivo a esa forma de transmisión del conocimiento que nos hemos dado y que, consuetudinariamente, solemos llamar clase magistral. En ese ecosistema de aula, el ppt aparece como la vía rápida, la solución fácil. Incluso permitiría sustituir al docente, el sueño húmedo de cualquier gestor académico neoliberal: suba sus esquemas a la red y deje que el alumnado aprenda solo. Ese es, de hecho, el modelo pernicioso y viciado de las “universidades” privadas (sic) online, auténticas sacaperras a cambio de títulos.

Pese a lo que digan ahora sobre la construcción del propio conocimiento por parte del alumnado, la experiencia demuestra que una buena mediación por parte del profesor entre el conocimiento -teórico, práctico- y el alumnado genera mejores experiencias de aprendizaje. Y esa mediación ya no depende en sí de la herramienta, sino del tamaño del grupo, de la motivación y exigencia del alumnado, de los recursos científicos, de la preparación del profesorado, de la calidad en su selección, seguimiento y evaluación. En resumidas cuentas, de recursos: intelectuales, científicos, económicos, en todos los estratos de la comunidad educativa. Sobre todo, en los más expuestos y frágiles. Como debatía con mi amigo Sergio del Molino, a nosotros no nos preocupan los niños que crecen y comen en casas llenas de libros, y que sacan sus talentos (si los tienen) al margen de lo que la ESO y el bachillerato haga con ellos. Nos preocupan todos esos que viven en casas sin libros y vendidos a esa powerpointización de la que hablaba en mi artículo. A esos, la escuela los ha vendido.

No es algo que parezca tener buena solución a corto plazo, al menos en el terreno de las humanidades. Pero no podemos simplemente cruzarnos de brazos y quedarnos lamentándonos en corrillos de profesores amargados, quejándonos de que el nivel del alumnado es cada vez menor. Eso es mentira: una mentira fácil y cruel contra la que tenemos que rebelarnos. El fracaso del último PISA no es del alumnado, es del infame e infrafinanciado (gràcies, Artur) sistema educativo que se nos ha impuesto en los últimos años, cuyas víctimas poco a poco van también llegando a (y saliendo de) las aulas universitarias. Revertir la situación posiblemente será imposible, pero debemos obligarnos a mantener un nivel muy alto de exigencia para, al menos, mitigar sus efectos.

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[Fuera de lugar: título robado a Rosendo Mercado. Si me lees, gracias, Maestro]


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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