• Opinión
  • 22 de octubre de 2024
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Cambios de etapa y cortoplacismo

Cambios de etapa y cortoplacismo

Cambios de etapa y cortoplacismo

El inicio de curso devuelve a la realidad a los estudiantes que acabaron bachillerato y empiezan la universidad, enfrentándose a un nuevo salto académico en sus vidas

Foto de Andrea Piacquadio: https://www.pexels.com/

 

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Antoni Hernández-Fernández

 

Los cambios de etapa educativa son casi siempre complejos. Alégrense si como estudiantes, padres con sus hijos, o como docentes con un grupo, no notaron alguno anterior: de educación infantil a primaria, de primaria a secundaria, o de secundaria a formación profesional (FP) o bachillerato, o de bachillerato (o ciclos formativos de grado superior) a la universidad.

Cuando hay disonancias, discrepancias más o menos severas, o directamente la bofetada académica es de mano abierta, entonces estamos ante un problema sistémico, que en muchos casos se vive como inesperado, por parte de las familias, o como inevitable por habitual, por parte del profesorado. Así sucede cuando alumnos que llegan de Educación Secundaria Obligatoria (ESO), con expedientes de notable alto o excelente, de repente empiezan a suspender en el primer trimestre de bachillerato. O cuando alumnos que obtuvieron calificaciones brillantes en bachillerato y la selectividad se estampan en primero de carrera. Algo pasa. Cortoplacismo.

Un factor es que se olvida a veces lo que viene luego. La exigencia se rebaja, pues se pasa mal ante el temido suspenso, reflejo en la evaluación de que no se ha llegado a los objetivos académicos esperados. Pero no sólo padecen los estudiantes, sino también los docentes, hostigados por la presión por promocionar a sus alumnos. Porque, aunque esto sea un trabajo de equipo y la responsabilidad del aprendizaje sea del discente y la de enseñar del docente, en la inexorable tendencia social al reduccionismo, y a buscar culpables, se ha pasado por efecto péndulo del “si suspendes eres mal estudiante” al “si suspendes eres mal profesor”. Y, en los extremos, todos hemos tenido, o conocido (o sido), alumnos que pasaban y cateaban mucho, o docentes pésimos que suspendían a porrillo cuando en realidad los muy deficientes eran ellos. Y sus problemáticas tendrían, unos u otros.

Pero ahora no hablemos de esos extremos de la gaussiana, de lo afortunadamente atípico. Vayamos a lo sistémico, derivado de la legislación educativa. Si no se adquiere un determinado contenido en un nivel educativo, que aparece en los planes de estudios del siguiente, será más probable el fracaso.

Se da la situación de que en muchos casos no hay coordinación en los temarios que plantean los legisladores. Así por ejemplo, en España un estudiante que cursa física en bachiller se puede encontrar fácilmente que todo el temario de segundo, del que se examina en la selectividad, apenas aparece en la materia de física que cursa al aterrizar en primero de carrera, a menudo centrada en la cinemática y la dinámica, contenidos que tocó con suerte dos años antes al inicio de bachillerato, pero que de repente se introduce mediante el cálculo diferencial e integral. ¡Y eso si ha cursado física en bachillerato!

Porque sucede que buena parte de los estudiantes que llegan a la universidad, en carreras con notas de corte inflacionadas por la resistencia de los gobiernos al aumento de plazas públicas, no han cursado materias fundamentales de los estudios a los que acceden. No pudieron bien porque no aparecían en los planes de estudios (algo habitual en el caso de alumnos que provienen de la formación profesional), por incompatibilidad horaria en sus centros de secundaria, o bien porque no se le ofertaron, por falta de profesorado o por la baja demanda.

Así, a modo de ejemplo, me comentaba un compañero que en un curso de física de primero de ingeniería de unos 75 alumnos, tras una muy recomendable breve encuesta que les hace para saber quién tiene delante, directamente 15 no habían cursado física desde la ESO (algunos provenían de bachillerato científico y otros de FP). Añadía luego a la complejidad de su aula dos alumnos que sí habían cursado física pero que provenían de otros países y apenas sabían algo de español.

Es decir, de entrada una quinta parte de la clase ya empieza con una clara desventaja. Y recuerden que a los demás, en muchos casos, en el último año se les sometió a un entrenamiento intensivo para sacar buena nota en las pruebas de acceso a la universidad y, en el cortoplacismo, quizá se nos olvidó qué venía luego.

¿Lo importante era aprobar o aprender? ¿Entrar bien formado a la carrera, o entrar y luego se verá, ya se espabilarán? Lo obvio: es que si no entran… Por supuesto, pero que luego no nos sorprendan las escabechinas en determinadas titulaciones y materias de primero de carrera. Se les preparó para pasar un examen con una nota que les permitiera entrar, no para lo que venía tras cruzar el umbral.

Se podrá aducir que esos estudiantes de primero de carrera ya son mayorcitos (aunque la adolescencia puede extenderse hasta los 21 años, según UNICEF), que saben donde se meten. Quizá. ¿Pero y los menores a los que se condena a incoherencias legislativas cuando pasan de primaria a secundaria, o de  ESO a bachillerato? ¿Y a los que se priva de materias fundamentales para sus estudios posteriores, o básicas para la ciudadanía, como es el caso de la tecnología?

Los que estáis en segundo de bachillerato, mucho ánimo, haced lo que podáis. Esforzaos, pero recordad que buena parte de lo que sucederá no es culpa vuestra. Y esto sirve para estudiantes y profesores.


Referencias:

UNICEF (2020): Qué es la adolescencia. https://www.unicef.org/uruguay/crianza/adolescencia/que-es-la-adolescencia


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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