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  • 29 de abril de 2025
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Qué nos pasa: Remedios Zafra y la “tristeza burocrática”

Qué nos pasa: Remedios Zafra y la “tristeza burocrática”

Qué nos pasa: Remedios Zafra y la “tristeza burocrática”

Detalle de la portada del libro de Remedios Zafra / Editorial Anagrama

Licencia Creative Commons

 

Andreu Navarra

 

En su último libro (El informe. Trabajo intelectual y tristeza burocrática, Anagrama, 2024), Remedios Zafra plantea cómo han de vivir y emplearse los llamados “trabajadores de la palabra”. El planteamiento del ensayo no puede ser más sencillo ni más genial: la propia Remedios Zafra ha de solicitar un ordenador portátil a su universidad, y la funcionaria que analiza su petición le pide un informe en el que se deben detallar toda clase de ítems relacionados con los objetivos vitales y laborales de la propia Remedios Zafra. Y la propia Remedios Zafra escribe ese informe, pero trascendiendo las reducidas posibilidades del enésimo expediente burocrático: lo que explica es su vida y la de miles y miles de trabajadores de la palabra que forman el cognitariado de nuestro país y de todo Occidente. Lo que escribe es un ensayo literario, y a la vez un alegato contra las condiciones que se ceban contra la salud de los empleos feminizados y creativos.

¿Cómo son los dispositivos de control y tecnovigilancia que nos deprimen y nos condenan a la desafección? Se pregunta Zafra: “¿Qué potencia tiene el trabajo intelectual en el futuro del trabajo? ¿Qué está en juego si el trabajo intelectual no se rebela y cede a este desafecto de un hacer obediente, burocrático, hiperproductivo y de cualquier manera? ¿Quiénes perturbarán a las personas para recordarles que son personas? ¿Quiénes intentarán cambiar pesimismo por crítica, resignación por lazos con otros? ¿Quiénes recordarán que apagados servimos mejor a la inercia de un mundo que favorece a los ya privilegiados? ¿Quiénes escribirán los poemas, los libros, las obras capaces de romper la coraza de un espíritu endurecido por fuerzas deshumanizadoras que se normalizan? ¿Quiénes descubrirán soluciones para las enfermedades y males que nos aquejan?” (pág. 16).

Es exactamente esto, imposible expresarlo mejor: quieren deshumanizar la docencia para que las personas se olviden de que tienen derecho a serlo. El camino es destruirles el cerebro, dicho sin rodeos ni aspavientos. Seguramente, el mundo siliconizado irá creando los simulacros para tratar de suplir todo ello; naturalmente sin éxito. La humanidad sin humanidad cancela su futuro, y los poemas y libros y clases automatizadas quedarán sólo para los pobres, los excluidos de la humanidad y los derechos civiles. Los habitantes sin rostro.

“Ningún trabajador ni ningún trabajo soportan naturalizar el hacer sin sentido” (pág.106), concluye Zafra. Es cierto. El borrado de la cultura tiene mucho que ver con el proyecto deshumanizador, que es la realidad jurídica actual posthumanista: “Cabría entender que esa cultura es clave para la sociedad cuando las personas ruedan dejándose llevar por un nihilismo reaccionario hacia la resignación o el “nada, salvo uno mismo, importa”. Urge resituar los trabajos intelectuales y darles el valor social que merecen. Porque a todas luces el menosprecio a la cultura ha contribuido a su sobreexposición burocrática, a dejarla languidecer entre trámites y requerimientos que la apagan y neutralizan” (pág.192). El resultado es un no-lugar en el que se hacen no-clases, para futuras no-vidas.

La docencia es un trabajo intelectual, y nuestros políticos quieren desactivarla obedeciendo a intereses siliconianos. Si se ahoga burocráticamente a la docencia, es para que ésta desaparezca para dejar paso al Simulacro automatizado, el dispositivo de sumisión. Un ministro o consejero de Educación debería tender a emancipar, no a someter. En el fondo, se trata del tradicional antiintelectualismo pretoriano pero con ropajes distintos, especialmente seductores y aparentemente equitativos: todos abajo, todos siliconizados, uniformizados, competencializados. Nadie creando, nadie investigando. Ya lo hacen las élites y el Vaticano californiano ahora al mando por todos nosotros.

Enseñar es resistir, aprender es resistir doblemente. El Pedagogismo es un pretorianismo mental, un abuso de violencia simbólica que vacía nuestra profesión de sentido y significados. La Siliconización no es Progreso, ni es un movimiento progresista. De hecho acaba de fundar un Imperio y aspira a marginar a los docentes para implantar aplicaciones sordas y unidireccionales. Si la docencia está dejando de ser un trabajo “intelectual” para convertirse en un acompañamiento burocrático, nuestro oficio se ha deshumanizado definitivamente, para convertirse en un medio camino entre el carcelero y el animador de hotel. Alguien que aplica protocolos y somete a la siliconización obligatoria, no es un docente, sino un agente automatizado, es decir, una cosa.

Las cosas son obedientes y no plantean problemas; y el pedagogismo oficial es esto: pulsión de control, necesidad de someter, prever, controlar, ordenar y dominar. Nada que ver con lo que tiene que suceder en un aula, donde la cultura y la curiosidad, el diálogo y la vida fluyan más allá de Competencias agresivas y de expedientes muertos antes de nacer. La escuela no puede ser un cementerio de obediencias clasificadas, un osario de individualidades fragmentadas, sino el lugar de la emancipación humana a través de la transmisión de las culturas vivas y la construcción de las comunidades de mañana. Si el trabajo intelectual docente se convierte en una obediencia automática de competencias decretadas, ¿quién se encargará de recordar al alumnado que es persona y lo que significa serlo en una democracia vivible?


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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