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  • 30 de abril de 2024
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¿Chat GPT o recuperar la autoridad en la educación?

¿Chat GPT o recuperar la autoridad en la educación?

¿Chat GPT o recuperar la autoridad en la educación?

Estamos todavía a tiempo de establecer nuevas reglas de juego

Foto de Eren Li: https://www.pexels.com/es-es/foto/hombre-reloj-de-pulsera-joven-casa-7241293/

Licencia Creative Commons

 

José Ramón Ubieto

 

Estamos surfeando la 6ª ola tecnológica (Schumpeter) inmersos en un ciclo de sobreexpectación (Gartner) que caracteriza el entusiasmo sobredimensionado y la subsiguiente decepción que ocurre habitualmente en la introducción de nuevas tecnologías. Solemos tender a sobrestimar los efectos de una tecnología en el corto plazo y subestimar el efecto en el largo plazo. Los brillos y deslumbres iniciales han tenido, como efecto, una suerte de hipnosis colectiva que paraliza cualquier acción que no sea la admiración de lo nuevo.

Hace falta un tiempo para ir comprendiendo todas las consecuencias, incluido el lado oscuro de esa novedad. Pasado ese tiempo, se inicia la protesta organizada a través de movimientos sociales que buscan corregir los sesgos negativos. Primero fueron los ‘arrepentidos digitales’, ejecutivos y diseñadores de la industria que renunciaron a sus puestos por lo que consideraron una falta de criterios éticos de las compañías. Posteriormente, algunas escuelas y algunos padres iniciaron proyectos locales de desconexión y luego fueron los gobiernos que, tímidamente y ante la amenaza de la IA, han empezado a llegar a acuerdos regulatorios.

Todas estas iniciativas ponen de manifiesto que ya vivimos en un nuevo mundo ‘figital’ que se abre camino a pasos agigantados (Ubieto). Hace 16 años, cuando se presentó el primer iPhone, lo digital todavía era un complemento de nuestras vidas analógicas. Lo físico constituía el eje central y a ratos (niños y adolescentes un poco más) contestábamos un correo, consultábamos una información o colgábamos una foto familiar en el naciente Facebook. Hoy, esos gadgets y sus algoritmos han creado un nuevo mundo en el que todos habitamos y que ya es indistinguible del físico porque están hibridados: adolescentes sentados en un parque mirando sus móviles y comentando entre ellos lo que allí ven; personas mayores charlando con los robots que los servicios asistenciales les han puesto para hacerles compañía y vigilar su estado; padres que chatean con sus hijos fallecidos a través de los griefbots que los ‘resucitan’ o artistas casados con un holograma o conversando con el chat GPT o DALL-E2 para diseñar sus obras.

Los gadgets ya no son simples objetos electrónicos, son las interfaces que nos sirven de pasarela conectiva en ese nuevo mundo. El smartphone es, sin duda, el gadget estrella por su portabilidad y su personalización que lo convierte en una suerte de prótesis subjetiva, hasta el punto que muchos niños y adolescentes sienten que quitárselo es como una mutilación.

Todos habitamos ese mundo de manera voluntaria, al que hemos delegado cuestiones tan importantes como son el saber y la satisfacción. Cada vez confiamos más en su inteligencia y cada vez amamos más las máquinas. Su seducción se justifica por las facilidades que ofrece: parece gratis, es intuitivo y con pocas reglas. Pero esa engañosa amistosidad nos ha revelado ya sus servidumbres, la más importante es el secuestro de nuestra atención. Secuestro que ya tiene sus efectos: pérdida de horas de sueño, pobre rendimiento académico -como muestran cada tres años los informes PISA-, disminución habilidades sociales y de actividades creativas (lectura, hobbies) y deportivas, además de todas las violencias digitales.

Es hora de dejar de ser rehenes de nosotros mismos y de esa seducción digital recuperando esa atención. Para ello, hay que regular su uso, tarea que compete a todos: gobiernos, industria, medios de comunicación, familias, escuelas y cada uno individualmente. La elección que tenemos es clara: o bien asumimos esa responsabilidad compartida (cada cual la suya) o seguimos confiando en la culpabilidad de los más débiles (profesores, familias y adolescentes) a los que, ingenua o cínicamente, les pedimos que regulen aquello que el gobierno más poderoso del planeta no ha conseguido hacer, en su confrontación con las compañías tecnológicas.

Hemos pasado del Padre al iPad y ahora toca revertir el proceso para devolver a familias y docentes su genuina condición de primeros influencers, sin desdeñar otras referencias virtuales que también pueden ser positivas.

Recuperar la autoridad perdida no se hace solo por decreto ley -eso puede ser un elemento de ayuda colectiva innegable- puesto que requiere de la proactividad de todos los actores. Educar en lo virtual supone las mismas premisas que educar en lo real: una tarea compleja e imposible de reducir a una sola variable.

Esta tarea, propia y específica de la escuela y la familia, requiere un marco más amplio que incluya las normas y leyes que prohíben, pero que por eso mismo también deben permitir el aprendizaje de las novedades que una época comporta. No para idealizarlas, sino para acogerlas de manera abierta y crítica (Heidegger). Los tecnomitos (nativos digitales, tecnología neutra, equivalencia conexión-vínculo) no son destinos inexorables a los que debamos resignarnos. Estamos todavía a tiempo de establecer nuevas reglas de juego, pero, para que sean válidas, conviene que sean colectivas, consensuadas y graduales.


Referencias:

Heidegger, M. (1994). Serenidad. Barcelona: Ediciones del Serbal.

Gartner Group: https://www.gartner.com/en

Schumpeter, J. (2015). Capitalismo, socialismo y democracia. Barcelona: Página Indómita.

Ubieto, J. R. (2023). ¿Adictos o amantes? Claves para una salud mental digital en infancias y adolescencias. Barcelona: Octaedro.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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