- Opinión
- 16 de mayo de 2025
- Sin Comentarios
- 7 minutos de lectura
Brain rot, Walden y Walden dos

Brain rot, Walden y Walden dos

Josep Oton
“Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente; afrontar solo los hechos de la vida y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar. Quise vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuera vida… Para no darme cuenta, en el momento de morir, que no había vivido”.
Con estas palabras Henry David Thoreau explica el propósito que le llevó a retirarse al bosque. El año 1845, dejó su casa y se instaló en una cabaña, que él mismo había construido, a orillas de la laguna Walden (Massachussets). Permaneció dos años, dos meses y dos días lejos del incesante ajetreo para experimentar una vida integrada en la naturaleza, ajena a las trampas de los convencionalismos sociales y de la economía gracias al autoabastecimiento.
Con las anotaciones de su diario escribió su célebre novela, Walden, que tardó nueve años en acabar. El libro es un canto a la simplicidad y un cuestionamiento radical de las servidumbres de la vida social. Al final de la novela se pregunta: “Mientras Inglaterra se esfuerza por curar la podredumbre de la patata ¿habrá alguien que haga lo mismo con la podredumbre del cerebro, mucho más extendida y fatal?”.
Thoreau se refería a la potato rot, la crisis alimentaria que asoló Europa septentrional durante la década de 1840. Las patatas se pudrían literalmente por el efecto de un hongo que abocó a los habitantes de las Islas Británicas a la hambruna. En ese contexto, denuncia la escasa preocupación que, por su parte, suscita la “podredumbre del cerebro” (brain rot), la pobreza intelectual de amplios sectores de la población.
En la novela lamenta que los estudiantes “poseen poco o ningún conocimiento de los clásicos ingleses. En cuanto a la considerada sabiduría de la humanidad, los clásicos antiguos y las «Biblias», que están al alcance de todos quienes quieren saber de ellos, son harto débiles los esfuerzos dedicados a su conocimiento.” Critica la instrucción escolar norteamericana por ser “tan inocente y limitada que el alumno jamás accede a un conocimiento consciente sino tan solo a un estado confiado y reverencial; así, del niño no se fragua el hombre, sino que éste parece permanecer siempre en la infancia”.
En 1948, cien años después de Thoreau, B. F. Skinner escribió Walden Dos, una novela de ciencia ficción que presenta una utopía -o distopía- basada en el conductismo y en la ingeniería del comportamiento. En esta microsociedad, construida según principios supuestamente científicos, se aplican métodos psicológicos para mejorar la convivencia a través del control artificial de la fuerza de los instintos. Los niños son criados por el conjunto de la comunidad y no estudian las asignaturas habituales, sino que se les enseñan las técnicas de aprender y pensar.
En 2024, brain rot (podredumbre mental o cerebral) fue escogida como la palabra del año por la Oxford University Press, para destacar el impacto de los contenidos digitales en la salud mental y en la cultura contemporánea. Actualmente, describe el deterioro intelectual, psicológico o cognitivo de una persona causado por el consumo desmedido de contenidos triviales o escasamente interpeladores. Nos advierte del peligro de la exposición a materiales de baja calidad en línea, en particular, en redes sociales. Por tanto, señala cómo el excesivo uso de medios digitales, especialmente de entretenimiento de formato breve, puede afectar negativamente a la salud cognitiva: déficit de concentración, fatiga mental, ansiedad generalizada, desconexión emocional, escasa tolerancia al silencio y al aburrimiento, búsqueda constante de la recompensa inmediata y dificultad para recordar.
La expresión brain rot había reaparecido en diversos foros de Internet, medio en serio medio en broma, para designar fotos o vídeos carentes de sentido, que rozan lo absurdo o que simplemente parecen diseñados por alguien con el cerebro podrido. La irrupción de la inteligencia artificial hizo evolucionar rápidamente el fenómeno. Mutó convirtiéndose en un género viral específico, diseñado para captar la atención de millones de usuarios en las redes sociales.
Los vídeos brain rot no persiguen el agrado del espectador, sino que apelan a su compulsividad. Carecen de contexto y de narrativa. Suelen presentar imágenes de estética extremadamente realista y, a la vez, de contenido surrealista. En ocasiones, aluden a personajes reconocibles en situaciones grotescas. Al fin y al cabo, son estímulos visuales que desafían los límites del decoro y de la lógica para desconcertar a unos cerebros visualmente saturados. Cuanto mayor sea el grado de histrionismo, mayor probabilidad de viralizarse. Aunque puedan transmitir contenidos que en otro contexto serían claramente censurables, proporcionan pingües beneficios a sus creadores.
Así, con el término brain rot se define tanto un tipo de contenido como, también, un estado mental colectivo que se refleja, por ejemplo, en la manera de hablar -con frases cada vez más cortas, caóticas o inconexas- o en el incremento de la tolerancia hacia lo absurdo, lo delirante o lo molesto como parte del paisaje digital cotidiano.
Thoreau nos advertía de los peligros de la pobreza mental, del riesgo de dar la espalda a los clásicos, de la posibilidad de enredarnos en las complejidades de la vida comunitaria. Skinner nos prometía una felicidad falsificada, una armonía conquistada a expensas de la libertad individual. Tal vez el primero, si nos viera, regresaría a su cabaña junto al lago. Y quizás el segundo quedaría fascinado por la sofisticación de la ingeniería social. A nosotros nos toca lidiar con los desafíos de nuestro tiempo. La podredumbre del cerebro, derivada tanto del descrédito del conocimiento en la educación como de la efervescencia de los contenidos digitales, nos puede conducir a una crisis peor aún que la sufrida con la podredumbre de la patata.
Fuente: educational EVIDENCE
Derechos: Creative Commons