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  • 26 de septiembre de 2025
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Esbozo de una utopía: las misiones pedagógicas durante la segunda república

Esbozo de una utopía: las misiones pedagógicas durante la segunda república

Esbozo de una utopía: las misiones pedagógicas durante la segunda república

Misiones pedagógicas 1931-1936 / Fuente: mataderomadrid.org

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Soledad Bengoechea

 

El 17 de diciembre de 1931, los componentes de la primera misión que ponía en marcha el Patronato de Misiones Pedagógicas llegaban a la pequeña población segoviana de Ayllón. Al arribar a la localidad, aquellas misioneras y misioneros (así se les llamaba), la mayoría jóvenes, se encontraron con miradas reticentes o interrogativas, ojos sorprendidos, cejas fruncidas, muestras de curiosidad, gestos suspicaces, manifestaciones de alegría, saludos de bienvenida, carreras y saltos de los más pequeños, acercamiento comedido. Los testimonios gráficos, fotografías sobre todo, pero también algún documental que ha llegado hasta nosotros, nos muestran esa mezcla de sensaciones y de sentimientos que vivieron aquellos aldeanos en su primer contacto con aquel grupo de personas tan peculiares procedentes de las ciudades. Y lo mismo ocurrió en los 7.000 pueblos y aldeas que aquellos visitaron.

Veamos cómo se gestó todo aquello. Si en algo se caracterizó el gobierno de la II República española, además por sus políticas económicas-sociales que favorecieron a amplios sectores del campesinado, trabajadores y clases populares, fue su empeño en desterrar el analfabetismo y la incultura de una España atrasada y pobre (se calcula que unos diez millones de españoles, sobre todo de las zonas rurales –de un total aproximado de algo más de 23 millones- eran analfabetos)-. En este marco, el 29 de mayo de 1931, se fundaron las Misiones Pedagógicas. Era un proyecto largamente acariciado por la Institución Libre de Enseñanza y, muy especialmente, por el director y fundador del Museo Pedagógico Nacional, Manuel Bartolomé Cossío, alumno y colaborador de Francisco Giner de los Ríos. Cossío fue capaz de unir las voluntades de intelectuales de distinta procedencia en torno a un proyecto común, focalizado, principalmente, en el mundo rural.

Rodolfo Llopis, como director general en el Ministerio de Instrucción Pública, diseñó y puso en marcha este proyecto. Como el mismo dejó escrito, potenció las misiones pedagógicas con un doble objetivo: por un lado, para sensibilizar culturalmente a la España más profunda; por otro, para llevar los valores republicanos a la España tradicionalista y rural, que era esquiva a la República. Este gran pedagogo y politico así lo reconocía en abril de 1931 al señalar que “las urnas reflejan la realidad de la socie­dad española. Las grandes ciudades son republicanas, mientras que el campo sigue aferrado a la tradición”. Su objetivo, y el de otros muchos intelectuales, estaba claro: había que conquistar ideológica­mente el campo para la República; y por ser una empresa muy compleja este reto no podía recaer exclusivamente en las escuelas y su profesorado; así surgieron las misio­nes pedagógicas: “Había que ir a los pueblos a llevar lo que la civilización crea y solo disfruta la ciudad”.

Convocados por Cossío, presidente del Patronato de las Misiones Pedagógicas, se llegarían a reunir de 500 a 700 voluntarios de diversos orígenes: maestros, profesores, artistas, y jóvenes estudiantes e intelectuales. Entre ellos se encontraban: la filósofa María Zambrano, el cineasta José Val del Omar, el poeta Luis Cernuda, el dramaturgo Alejandro Casona, el músico Eduardo Martínez Torner, el pintor Ramón Gaya y una nutrida «infantería» de entre la que más tarde saldrían los nombres de Maruja Mallo, María Moliner, Diego Marín, Rafael Dieste, Antonio Sánchez Barbudo, Pedro Pérez Clotet, o la académica Carmen Conde y su marido Antonio Oliver. Todos ellos aportaron sus distintos saberes desde sus respectivos campos, conformando un gran proyecto interdisciplinario, la mayoría ligado a la pedagogía.

Marineros del entusiasmo —como se refería Juan Ramón Jiménez a los y las “misioneras”— personalidades como Antonio Machado, María Luisa Navarro o Pedro Salinas, trataron, tal y como se recoge en el número 150 de la Gaceta de Madrid del 30 de mayo de 1931, “de llevar a las gentes, con preferencia a las que habitan en localidades rurales, el aliento del progreso y los medios de participar en él, en sus estímulos morales y en los ejem­plos del avance universal, de modo que los pueblos todos de España, aun los apartados, participen en las ven­tajas y goces nobles reservados hoy a los centros urbanos”.

El propio Cossío decía: “la acción de las Misiones abarcaba tres aspectos: 1. El fomento de la cultura general a través de la creación de bibliotecas fijas y circulantes, proyecciones cinematográficas, representaciones teatrales donde no había un teatro construido, conciertos, un museo circulante, etc. 2. La orientación pedagógica a los maestros de escuelas rurales. 3. La educación ciudadana necesaria para hacer comprensibles los principios de un gobierno democrático a través de charlas y reuniones públicas. Llevar a las gentes, con preferencia a las que habitan localidades rurales, el aliento del progreso y los medios de participar en él, en sus estímulos morales y en los ejemplos de avance universal, de modo que los pueblos todos de España, aun los apartados, participen en las ventajas y gozos nobles reservados hoy a los centros urbanos”.

Tal vez, lo más significativo de las Misiones para las gentes de aquellas zonas rurales, alejadas de los centros culturales, fuera la colección de libros que las y los voluntarios llevaban y las bibliotecas ambulantes, que se renovaban periódicamente. Hasta el 31 de marzo de 1937, se repartieron 5.522 bibliotecas, que en conjunto sumaban más de 600.000 libros. Eran distintos tipos de bibliotecas: estaban dotadas con libros cuya distribución se hacía según el número de habitantes de cada población: las localidades de menos de mil habitantes recibían alrededor de ciento cincuenta volúmenes; entre tres mil y diez mil habitantes recibían unos trescientos libros; pueblos o ciudades cuyo número de personas superaba las diez mil contaban con quinientos libros o más. Sin embargo, en los pueblos pequeños, sobre todo, se encontraron dificultades para llevar a efecto esta política bibliotecaria: si el político local o el cacique no estaban de acuerdo con la instalación de una biblioteca pública –por lo común, gentes contrarias al Gobierno republicano-, su desarrollo era muy difícil. En estos casos, las autoridades locales no prestaban ningún apoyo –locales, equipamientos, etc.- y los maestros, encargados generalmente de la biblioteca cuando no había bibliotecarios, temían las represalias en caso de aceptar la “misión”. Por ello, entre noviembre de 1933, en que las derechas políticas ganaron las elecciones, y el febrero de 1936, en que triunfó el Frente Popular, a aquellos jóvenes “misioneros” les fue más complicado llevar adelante su proyecto.

Por otra parte, a lo largo de aquellos años, el Coro y Teatro del Pueblo realizó 286 actuaciones, y las Exposiciones Circulantes de Pintura del Museo del Pueblo, pudieron verse en 179 localidades.

¿Cómo acabo aquel gran proyecto? En el punto de mira de las fuerzas franquistas estaban, sin duda, las Misiones Pedagógicas. De este modo, a partir de julio de 1936, y hasta que la guerra finalizó, la aviación franquista y las tropas de su ejército destruyeron de manera sistemática escuelas, museos, bibliotecas, universidades, centros sociales y casas del pueblo.

Como ocurriera en otros ámbitos de la Segunda República española, después de 1939 el exilio fue el destino de muchas de las personas que habían formado parte de las Misiones Pedagógicas. Pero no todas se exiliaron. La mayoría sufrieron en sus propias carnes alguno de los mecanismos de represión puestos en marcha por el nuevo régimen: cárcel, depuración profesional o destierro fueron el destino de aquella mujeres y hombres que durante un tiempo recorrieron, colmados de ilusiones, recónditos pueblos del territorio español.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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