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  • 30 de abril de 2024
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Amor y tenacidad: El profesor (1857) de Charlotte Brontë

Amor y tenacidad: El profesor (1857) de Charlotte Brontë

Amor y tenacidad: El profesor (1857) de Charlotte Brontë

Esta fábula, la primera que escribió Charlotte Brontë, quedó inédita y no pudo ver la luz hasta 1857, un año después de que muriera la autora

Imagen: https://www.albaeditorial.es/clasicos/alba-minus/el-profesor/

 

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Andreu Navarra

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Este libro blanco y sorprendente, publicado por Alba Editorial y traducido por Gema Moral, me llama la atención en la librería. Lo compro por un impulso irracional y me lo como en unas pocas tardes, me resulta fascinante: es mi primera experiencia con una de las hermanas Brontë. No podía suceder otra cosa, ya que formo parte de esa mitad de Humanidad lectora que adora a Jane Austen. Desde los primeros compases advierto el pulso firme de Balzac, pero más ordenado, mucho más austero, así que la fuerza de este texto procede más bien de la sutileza que de la celebración de la vida y sus contradicciones. Y de hecho se trata de un texto nada complaciente, centrado en la trayectoria de un espíritu nietzscheano, veinte años antes de Nietzsche.

Confieso que me compré el libro con la idea de que igual incluyera notas sobre la educación de la época, o ideario pedagógico de la autora; pronto quedé decepcionado, de esto hay muy poco. La historia de William Crimsworth, el profesor anglicano que viaja a Bruselas huyendo de la vulgaridad de los burgueses que lo rodean, tiene mucho más que ver con el amor y una sensibilidad exacerbada que con la pedagogía. Añadiría, además, que nuestro héroe sería hoy un profesaurio redomado.

Esta fábula, la primera que escribió Charlotte Brontë, quedó inédita y no pudo ver la luz hasta 1857, un año después de que muriera la autora. Tengo la teoría de que el contenido nada complaciente de esta novela pudo estar detrás. El rigor aristotélico con que escribió contrasta con las pasiones contenidas que refleja, y tiene mucho que ver con el “ideal hogareño” del que habla en el prólogo. Lo que es realmente sorprendente es la calidad diamantina de esta prosa; diría que para lograr algo así en España tuvimos que esperar hasta 1880, la época de Clarín, de Emilia Pardo Bazán y del Galdós maduro. ¡Cómo puede ser una opera prima un texto tan bien trabado!

El protagonista está permanentemente malhumorado, y únicamente pequeños milagros de excelencia espiritual pueden traerle consuelo entre una mascarada de personajes tan bajos como mediocres. Crimsworth no nos ha de resultar simpático, es un amargado, y sin embargo nos hubiera gustado ser amigo suyo, porque también nos estomagan los sonrientes y los integrados. De eso trata específicamente la novela: de la búsqueda de la autenticidad en un contexto industrializado e hipócrita. Por lo tanto, las ideas pedagógicas reflejadas por la autora nos sorprenden por una acritud que colinda con la pura y simple intolerancia: todo lo que no parece educación inglesa está emparentado con la vida de “los cerdos”. Y esos cerdos son los franceses, los flamencos y los españoles. Observemos las perlas que Charlotte Brontë, a través del relato de Crimsworth, le dedica a la estudiantes católicas y a los ciudadanos belgas, a los que tratan como si fueran especímenes de una especie inferior: “La mirada masculina más normal provocaba indefectiblemente un aire de coqueteo audaz e impúdico, o una estúpida mirada lasciva. No sé nada de los misterios de la religión católico-romana y no soy intransigente en cuestiones de teología, pero sospecho que la raíz de esa impureza precoz, tan evidente, tan generalizada en los países papistas, está en la disciplina, cuando no en las doctrinas de la Iglesia de Roma” (p. 147). Las chicas belgas son depravadas y desobedientes, arteras y crueles. No se lavan correctamente, y aun así salen mejor paradas que los dos pedagogos que desempeñan un parte importante en la trama: madame Reuter, considerada una coqueta insoportable, y monsieur Pelet, un borracho sensual que le sirve a la autora para lanzar todo tipo de improperios contra la nación francesa. Es curioso el nivel de misoginia moralista que llegan a concentrar estas páginas escritas por un joven Schopenhauer inglés.

De una alumna de su clase de inglés, Crimsworth/Brontë escribe: “Adèle era un ser de aspecto antinatural, tan joven y lozana y, sin embargo, tan semejante a una gorgona” (p. 149). De Aurelia Koslow, medio alemana y medio rusa, dice que “es ignorante y mal informada, incapaz de escribir o de hablar correctamente hasta en alemán, su propia lengua, es un asno en francés y sus intentos de aprender inglés no pasan de una mera farsa, todo pese a que lleva doce años en la escuela” (p. 148). Crimsworth se desespera y odia cada vez más a las insulsas burguesías europeas, llenas de fatuidad e ignorancia. Estas alumnas se insubordinan con frecuencia, cuchichean, hacen muchas faltas e intentan boicotear a la menor ocasión las clases, son unos angelitos demoníacos. Al fin y al cabo, resulta divertido leer todo esto, porque no se ha avanzado mucho por lo que a estos problemas se refiere.

Todo el mundo católico resulta apestoso y asalvajado, hasta el punto de que la narración llegue a hablar de “brujería papista” (p. 153). Sólo una chica anglosuiza se salva de la quema, y evidentemente es Frances Evans la heroína del pudor y la sumisión la que concentra luego toda la luz que logra proyectar William Crimsworth entre sus mil tribulaciones económicas. El mensaje llega claro: a través de la lectura y la depuración de la inteligencia, los jóvenes héroes logran abrirse paso en un mundo urbano que es una carnavalada de necios y lascivos.

Sin embargo, no se dejen engañar por estas notas sorprendidas: la novela es espléndida, un prodigio de verdad y precisión, mucho más allá de los conflictos sociales que refleja. Me deja perplejo que un texto tan evidentemente romántico, escrito por una narradora inglesa, se parezca tanto a una narración rusa e incluso a algunas de Pío Baroja. Los jóvenes enamorados se reencuentran en un cementerio, y a la autora le encantan las tormentas y los paseos autotorturados. Pero todo encaja muy bien, nada sale de la sugerencia sutil. Cambien Bruselas por Madrid y esto se parece mucho a Las noches del Buen Retiro. La lucha titánica de un profesorcillo sin un ochavo en un país que le parece bárbaro proporciona un modelo vivo de lo que significan la cultura y la autodisciplina como caminos de perfeccionamiento humano.

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El profesor

Charlotte Brontë

Traducción: Gema Moral Bartolomé

Número de colección: 35

Encuadernación: Rústica

Formato: 14×21

Páginas: 392

ISBN: 978-84-8428-973-9Categoría: 


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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  • Un descubrimiento, ¡me toca comprarlo!

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