Cuentos de Unamuno (3): El diamante de Villasola (1898)

Cuentos de Unamuno (3): El diamante de Villasola (1898)

Cuentos de Unamuno (3): El diamante de Villasola (1898)

Hoy diríamos que ese maestro se disponía a “adoctrinar”

Frank Reppold. / Pixabay

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Andreu Navarra

 

Iría ya siendo hora de entrar en las ideas específicamente pedagógicas de Miguel de Unamuno, pero no podíamos hacerlo sin una excursión por lo que opinaba del positivismo y las encrucijadas de su época, y por eso hemos preferido escribir antes sobre Mecanópolis y Batracófilos y batracófobos. Tampoco podemos pasar por alto que la segunda novela de Unamuno, Amor y pedagogía (1902), se centra en la cuestión educativa. En ella, Don Avito Carrascal se propone educar a su hijo Apolodoro de tal forma que se convierta en un genio. En esta cruda sátira de la pedagogía futurista de finales del siglo XIX, Unamuno quiso ridiculizar el papanatismo progresista que acaba causando estragos en los ánimos de los jóvenes: no por otra razón acaba suicidándose el pobre Apolodoro, agobiado por la megalomanía paterna y por su incapacidad para afrontar el devenir natural de la vida.

El diamante de Villasola es incluso anterior a Amor y pedagogía, puesto que fue escrito en 1898, en plena crisis personal del autor. En Villasola (fijémonos: en un lugar aislado, provinciano, que no genera ciencia sino que la imita) hay un maestro, y este maestro es como los batracófilos, partidarios de realizar experimentos con las ranas del Casino de Ciamaña,  o como Don Avito Carrascal: “El maestro de Villasola era perspicacísimo y entusiasta como pocos en su arte: así es que tan luego como entrevió en el muchacho una inteligencia compacta y clara, sintió el gozo de un lapidario a quien se le viene a las manos hermoso diamante en bruto”. Hoy diríamos que ese maestro se disponía a “adoctrinar”, es decir, tratar de moldear y manipular excesivamente una conciencia impresionable.

Pero sigamos: “¡Aquel sí que era ejemplar para sus ensayos y para poner a prueba su destreza! ¡Hermoso conejillo de Indias para experiencias pedagógicas! ¡Excelente materia pedagogizable en que ensayar nuevos métodos in anima vili! Porque la honda convicción del maestro de Villasola –aun cuando no llegara a formulársela- era que los muchachos son medios para hacer pedagogía, como para hacer patología los enfermos”. No hay duda de que ese maestro había caído, como tantos otros en nuestro mundo actual, en la superstición de la ciencia, es decir, en un concepto religioso y dogmático de la razón práctica desligada de la prudencia artesanal. ¿Cuántas veces, cuando examinamos las prácticas “alumnocéntricas” lo que encontramos es una elefantasis de la metodología, es decir, un gurucentrismo?

Y la acusación más grave que le hace Unamuno a este maestro  es que se dedique a educar para relumbre propio, para brillar y destacar él y no para hacer que brille o destaque el alumno, el pobre diamante en bruto de Villasola.

Increíblemente actual, en un momento donde el simulacro de aprendizaje ha pulverizado toda clase de verificación del aprendizaje, y en donde la urgencia de la certificación del método ha convertido al alumnado en un medio y no en un fin. Como el futuro personaje de novela Apolodoro, el discípulo del cuento de 1898 es pulido como un diamante, y como es realmente un diamante, no sabe comportarse en público, porque su comportamiento es totalmente duro, frío y cortante. Ha sido convertido en una especie de mónada. Su fracaso como persona es evidente, y el de su maestro como educador también queda a plena luz: “Cuando el maestro de Villasola supo el fin de su diamante, se propuso esta ardua cuestión: “la Pedagogía, ¿es ciencia pura o de aplicación?”. Mas lo que no se le ha ocurrido al lapidario de Villasola es que sea más hacedero sacar luz del calor potencial almacenado en los negros carbones, que arrancar calor vivífico de la luz meramente refleja y de préstamo del diamante”.

Éste podría bien ser el fragmento más interesante de todo el relato. Tendría una lectura doble: una interpretación específicamente pedagógica, centrada en el papel de la propia inteligencia de los alumnos, y una interpretación social o nacional, si la relacionamos con el contenido del gran ensayo central unamuniano, En torno al casticismo, redactado y publicado en La España Moderna un año antes que El diamante de Villasola.

Vayamos a por la primera conclusión, la dimensión individual: Unamuno, catedrático de griego, parecía conocer al dedillo la teoría pedagógica de Aristóteles, que en aquel preciso instante estaba aplicando también María Montessori en sus escuelas, según cuenta Catherine L’Ecuyer en sus estudios sobre la pedagoga italiana: el niño alberga una potencia interna que el pedagogo ha de desvelar y desarrollar, con la ayuda de un guiaje activo y racionalista. Nada que ver con el rousseaunismo nihilista hegemónico de hoy, que propugna el merodeo informe y propone la desaparición de la cultura de acogida en beneficio de un talento innato e infinitamente bondadoso.

En segundo lugar, la metáfora del diamante entronca con las doctrinas de En torno al casticismo y convierte un tema educativo en una clave política de la regeneración nacional: España ha de ser sol y no luna, ha de generar luz propia y ciencia pero no ha de imitar la que le llega de fuera, de forma acrítica, dogmática o incluso babeante. De la misma que el niño posee una potencia interna que le conduce a dar forma a su personalidad, la nación (o la sociedad  civil, como prefiramos) debería ser capaz de construirse sus propios criterios autónomos más allá de los relumbres de la novedad y los reclamos de la moda urgente.

¿Seremos soles o seremos lunas? ¿Seremos carbones calientes de pasión o diamantes aislados? El resultado no puede estar más claro: el entusiasmo tecnocrático puede derivar fácilmente en casos de imprudencia e incluso en un ocultamiento de las limitaciones de los modelos de perfeccionamiento. A Unamuno le venían preocupando los experimentos rousseaunianos de la década de 1890. Deseando crear genios, no creamos más que ansiedad e impulsos autodestructivos. La persona ha de aprender a madurar progresivamente antes de que la realidad golpee demasiado fuerte. La ilusión por un porvenir magnífico no puede conducirnos a una ilusión entendida como un espejismo totalmente desconectado de la realidad: el voluntarismo puede engendrar muchos monstruos. No hay duda de que entre todos haríamos muy bien en tener en cuenta algunas de estas ideas procedentes de un fin de siglo filosóficamente convulso.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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