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  • 5 de marzo de 2025
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Sender, la LOMLOE y un suicida republicano

Sender, la LOMLOE y un suicida republicano

Sender, la LOMLOE y un suicida republicano

Editorial Amarillo

Licencia Creative Commons

 

Andreu Navarra

 

En 1969, aparecieron dos novelas bien distintas de Ramón J. Sender: por un lado, En la vida de Ignacio Morel, novela justita, interesante a ratos, con la que ganó el Premio Planeta, y la otra una obra maestra: Nocturno de los 14, sinfonía extrañísima y visceral que fue recuperada el año pasado por la editorial Amarillo con un prólogo de Juan Marqués. El planteamiento de esta novela no puede ser más inquietante: un protagonista más o menos autobiográfico va recibiendo la visita, en casa de su amante, de catorce amigos o conocidos que se han suicidado y, de una una forma un tanto ricardotercerista, visitan a este tal Pedro de la novela para que vaya poniendo en claro su vida y sus miedos.

Algunos de estos espectros, como Ernst Toller, Fabián Vidal o Ernest Hemingway, eran bastante conocidos. Otros, como Helen Wilkinson, ministra británica de cultura que Pedro presenta como al amor frustrado de su vida,  o un tal Ramón I.P., no lo son tanto, pero sus vidas (y sus suicidios), relatados en una atmósfera surrealista poblada por bisontes sueltos y culpas cruzadas, están llenos de interés.

Sobre este Ramón I.P. cuenta cosas asombrosas: siendo miembro del prestigioso Centro de Estudios Históricos, este suicida ya albergaba intenciones autodestructivas cuando exigió que lo enviaran al frente a combatir, en noviembre de 1936. Se lo pidió a Sender, que formaba parte del Quinto Regimiento, en el cuartel general (“Lista, esquina a Serrano”). Muchos años después, como Sender, o Pedro, Ramón I.P. consiguió ser profesor de Universidad, primero en California y luego en Wisconsin. Sin embargo, al parecer, este ex combatiente no consiguió adaptarse: “Se mató Ramón I.P. un día de primavera en que se dio cuenta de que las libertades en América eran, para hombres como él, las libertades de un ave dentro de una jaula. En Francia un profesor es un espíritu libre. Aquí es un ave con cuenta corriente (savings and checkings) presa en la jaula de la pedagogía. Y además, un ave sin canción” (pág.239).

Los docentes republicanos españoles también carecemos de canción, como el suicida Ramón I.P. Nos han impuesto la banalidad burocrática importada de Estados Unidos, un lugar en el que las reformas competenciales (mucho más veteranas allí, puesto que se inventaron en los años cincuenta) convirtió hace mucho tiempo los centros públicos en guetos o no lugares. Que es lo que están pretendiendo los pedagogistas en Europa desde hace veinte años, imitando lo peor del gigante norteamericano. Ya ni siquiera los docentes franceses pueden ser espíritus libres, atrapados en la pesadilla de las redes competenciales, diseñadas para fabricar desigualdad y ocultar recortes.

Veamos, si no lo creemos, lo actual que suenan estas frases de Sender. Podrían haber sido escritas hace dos días, pero son de 1968, y las aplicaba sobre la realidad estadounidense, no la española: “En general, la cultura nos da libertad. En este país la cultura reduce esa libertad a las estrechas normas de un sentido positivo de la ciudadanía, es decir que la convierte en un instrumento de servidumbre. No porque exista una disciplina en ese sentido ni un plan preconcebido, sino porque la mente del profesor se formó ya en esa clase de sometimiento y no ha salido ni saldrá probablemente de él”. El Estado norteamericano necesitaba docentes genéticamente sometidos, ideologizados, vacunados contra la especulación y la imaginación, predicadores en serie, productores de buenos ciudadanos bienpensantes en cadena. El país que adoptó a Sender necesitaba producir autómatas, no educar, y para lograrlo había impuesto esa especie de neotaylorismo educativo que nosotros estamos imitando ahora.

Y por eso escribió que “cuando Ramón I.P. se dio cuenta de eso empezó a descorazonarse. No lo trataban como al espíritu libre y creador que era, sino como a un autómata que se ponía delante de la clase y repetía el evangelio laico que marca el calendario. Entonces se dio cuenta Ramón I.P. de que respiraba bien, pero sin provecho alguno visible para nadie, ni siquiera para sí mismo. Peligroso descubrimiento” (pág. 241). En otras palabras, que Ramón I.P. ya no podía enseñar nada. Porque a ese contexto burocratizado solo se podían adaptar los burócratas vocacionales, los robots pedagogistas con sus mantras y su religión nihilista.

Acabo de realizar un curso sobre Riesgos Laborales, obligatorio para adaptarse a la Ley al inicio de un empleo. En el capítulo dedicado a peligros psicosociales, alertaban de la posible “falta de sentido” en la actividad laboral como a una de las principales causas de ansiedad y depresión. Es lo que no consiguen entender nuestros legisladores y reguladores: una educación burocratizada, reducida a la repetición de un “evangelio laico”, desata la depresión en los ánimos de los docentes y buena parte del alumnado. Necesitamos “sentido”, no “fe”. La vida está en otra parte, en la libertad y la cultura, lo que le faltó al pobre R.I.P. el día de primavera en el que decidió ahorcarse.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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